Eros y poder.
El Dios K es un dios vencido; pese a la tormenta mediática que
lo encumbra acaba siendo un dios derrotado. Ni el dinero, ni el erotismo del
poder o si se quiere el poder del erotismo, logran impedir su destrucción. El hecho
es simple y real: la violación de una camarera en un hotel por el todopoderoso
e intocable Dominique Strauss-Kahn, presidente del Fondo Monetario
Internacional. Aspiraba a la presidencia de Francia y su techo político y
financiero parecía no tener límites. No era la primera vez que perpetraba suceso
tan normal para él como execrable para las víctimas: violentar a cualquier mujer
que se le pusiera a tiro: una jovencísima
inocente, una puta del común o una ramera de lujo.
Atención a una de las primeras escenas. Wendy, la prostituta,
siente su cuerpo su cuerpo amenazado de falos erizados, lanzas enhiestas que acometen
su destrucción y escarnio. Hay una especial rabia, un sarcasmo indisimulado por
parte de Mona Martínez en esta afirmación. El texto, crudo e irritante sin
interrupción, habla de pollas en vez de falos, del poder absoluto de la polla.
En esa constante
amenaza, la mujer halla venganza; si el poder del macho es la polla y el
dinero, el poder de la mujer es el coño, la manipulación del deseo. Siempre que
no seas una camarera de hotel de cinco estrellas, negra además, obligada a callar para no perder
el puesto de trabajo. Negra, camarera sin especiales atractivos ¿quién iba a
creerle si denunciara la fechoría del Dios K? Reflexión amarga de uno de los personajes
que interpreta una excepcional Mona Martínez: la suprema violencia que humilla
a la mujer, por el simple hecho de serlo, desde el principio de los tiempos,
siempre objeto de y nunca sujeto de. Mona Martínez pone en pie una decena de personaje con la
facilidad de quien respira para vivir; sin impostaciones ni quiebros de voz; absoluta
limpieza diferenciadora. Alberto Jiménez. Es uno, es el Dios, pero con tantos
matices como los varios personajes de Mona. Un actor orgánico de una
visceralidad controlada.
El texto es incómodo, molesto, cínico con frecuencia,
vomitivo; aunque se le adorne con la
presencia y opiniones de la fauna intelectual que dicta el canon; desde Shakespere a su exégeta
máximo, Harold Bloom, pasando por Houelebec y otros popes de lo políticamente
correcto y lo absolutamente incorrecto.
Perfectamente de acuerdo. Tús críticas me sirven siempre de aprendizaje.
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