miércoles, 2 de marzo de 2016

CINETECA, SALA ALTERNATIVA DEL MATADERO


Eros y poder.
El Dios K es un dios vencido; pese a la tormenta mediática que lo encumbra acaba siendo un dios derrotado. Ni el dinero, ni el erotismo del poder o si se quiere el poder del erotismo, logran impedir su destrucción. El hecho es simple y real: la violación de una camarera en un hotel por el todopoderoso e intocable Dominique Strauss-Kahn, presidente del Fondo Monetario Internacional. Aspiraba a la presidencia de Francia y su techo político y financiero parecía no tener límites. No era la primera vez que perpetraba suceso tan normal para él como execrable para las víctimas: violentar a cualquier mujer que se le pusiera a tiro: una jovencísima  inocente, una puta del común o una ramera de lujo.

Atención a una de las primeras escenas. Wendy, la prostituta, siente su cuerpo su cuerpo amenazado de falos erizados, lanzas enhiestas que acometen su destrucción y escarnio. Hay una especial rabia, un sarcasmo indisimulado por parte de Mona Martínez en esta afirmación. El texto, crudo e irritante sin interrupción, habla de pollas en vez de falos, del poder absoluto de la polla.

 En esa constante amenaza, la mujer halla venganza; si el poder del macho es la polla y el dinero, el poder de la mujer es el coño, la manipulación del deseo. Siempre que no seas una camarera de hotel de cinco estrellas,  negra además, obligada a callar para no perder el puesto de trabajo. Negra, camarera sin especiales atractivos ¿quién iba a creerle si denunciara la fechoría del Dios K? Reflexión amarga de uno de los personajes que interpreta una excepcional Mona Martínez: la suprema violencia que humilla a la mujer, por el simple hecho de serlo, desde el principio de los tiempos, siempre objeto de y nunca sujeto de. Mona Martínez  pone en pie una decena de personaje con la facilidad de quien respira para vivir; sin impostaciones ni quiebros de voz; absoluta limpieza diferenciadora. Alberto Jiménez. Es uno, es el Dios, pero con tantos matices como los  varios   personajes de Mona. Un actor orgánico de una visceralidad controlada.

El texto es incómodo, molesto, cínico con frecuencia, vomitivo;  aunque se le adorne con la presencia y opiniones de la fauna intelectual que dicta  el canon; desde Shakespere a su exégeta máximo, Harold Bloom, pasando por Houelebec y otros popes de lo políticamente correcto y lo absolutamente incorrecto. 

1 comentario:

  1. Perfectamente de acuerdo. Tús críticas me sirven siempre de aprendizaje.

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