sábado, 11 de junio de 2016

LA VUELTA DE YOLANDA ULLOA


 
 



 

Tom en la granja 


No recuerdo cuánto tiempo hacía que no veía a Yolanda Ulloa sobre un escenario en un papel  determinante; ¿ ocho años, dies años?.   No son demasiados años, mas para una actriz como Yolanda Ulloa, una gran y primerísima actriz, sí lo son. Enio Mejías  la ha recuperado y eso merece un reconocimiento.


Usamos con excesiva facilidad  la palabra “gran”; pero en este caso, es de justicia. Véanla en la Cuarta Pared, en Tom en la granja, un dramón  de muertes y homosexualidad culpable. 

En este paisaje de caracteres atormentados, Yolanda Ulloa despliega un mapa insólito de ternuras, dolor, intolerancia y autoritarismo. Y cierta vena trágica para la que Yolanda Ulloa está tan dotada como para la comedia. Es la columna vertebral de un elenco que  se manifiesta con una vigorosa y turbadora violencia. Alejandro Casaseca (Francis) es un granjero inquietante y rudo, demasiado rudo y sin matizaciones a veces; Gonzalo de Santiago es Tom, el depositario de todos los secretos y todos los enigmas; un homosexual glamouroso y elegante que experimenta una rara empatía con el aldeano  Francis. Y Alexandra Fierro, una supuesta novia del hijo muerto, que aparece en el tramo final con una chispa y una brillantez luminosas. También ella es depositaria y cómplice de muchos enigmas y misterios que se le ocultan a Agatha. A tan bronco y cruento melodrama le sobran minutos y un ritmo sostenido de dirección.  Demasiados tiempos muertos, acaso excesiva delectación en el lado oscuro de cada personaje.

 
La pistola de Larra


La campaña electoral ha arrancado a toda pastilla y con dureza; me da igual. No voy a suicidarme por nada de lo que ocurra en España, “un país como este no es el mío” escribió Antonio Gabriel y Galán un buen amigo y colega de rojerío. Pues eso. Además, sólo me pegaré un tiro con la pistola de Larra. Y aunque los pocos e insignificantes enemigos que me quedan se han puesto afanosamente a buscarla no es fácil que den con ella.

Según los primeros síntomas y discursos, el PP ha empezado   centrando la cosa cultural de esta tétrica campaña, en la gestión  del “caso Pérez de la Fuente”, modelo de cacicada  podemita extensible a todos los campos de la vida social y política. Defendía yo no hace mucho que Pérez de la Fuente era “un hombre de teatro más que un hombre de partido”. El uso que está haciendo de su “caso” la derecha cavernícola quita toda autoridad a mi afirmación. Pérez de la Fuente es PP puro y duro. Pero antes, voy a decir algo que en estos momentos acaso no le favorezca: que una izquierda asilvestrada, consciente de lo que para este país  significan Max  Aub y Alfonso Sastre, apoyó a Pérez porque él decía apoyar a Max y a Alfonso. Esa izquierda volvería a apoyarlo en cualquier circunstancia si esos objetivos prevalecieran.

Quien venga a sustituir a Pérez será también hombre de partido, próximo a Podemos como Juan Carlos  lo es a doña Ana Botella. Lo malo es que Podemos está en otra guerra y que el teatro le importa un carajo y que la señora Celia Mayer sigue sin ver una función en el Español. Pérez sí tenía programación y una programación aceptable. Que lo jodiera todo con el “numanticidio” es otra historia; pero para entonces ya estaba sentenciado; alea jacta erat.

Lo que va de Mahabharata a Battlefield: un abismo

 Puede que quien le vaya a sustituir a Pérez de la Fuente, estuviera casi a mi lado el otro día aplaudiendo a  Peter Brook. Sabe de teatro, ha hecho y está haciendo muy buen teatro, teatro de barrio, teatro de compromiso y resistencia. Habrá que ver cómo evoluciona ese compromiso y esa resistencia. Todos los asistentes ovacionaron  Battlefield, un Mahabharata de pequeño formato, miniatura  de aquellas 10 o 12 horas, que vimos hace 30 años en un inmenso galpón de los Estudios Bronston. Sobre aquel Mahabharata, quienes estuvieron en aquella altísima ocasión cimentaban sus aplausos en el Canal anteayer. Sobre ese Brook nosotros, los de entonces, pese a Neruda seguimos siendo los mismos. Este infinito creador, autor de conceptos tan determinantes como “el espacio vacío” y la “ventana abierta”; el mago capaz de desarrollar la esencia del teatro con un gesto, un movimiento o un objeto, sigue provocando insólitos revuelos emocionales. Y conmoción teatral; algo incomprensible en este Campo de batalla, interesante pero a distancia del gran Brook.

Sofía, retrato al pastel  

La estructura de esta función es la misma que la de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes;  García May ha cometido la osadía de defuncionar a Juan Carlos I, Juanito. Un regicidio solamente teatral y, por lo tanto, impune. Carmen Sotillos (Lola Herrera) tenía más agravios contra el cabrón de su marido, que doña Sofía (Victoria Salvador) contra Juanito. Alguna aventurilla de cuernos le reprocha, pero poco. De cosas de política, nada de nada; algo al final, muy atenuado, sobre la querida hija descarriada inmersa por amor en el caso Noos.

Ignacio García May no engaña a nadie. ¡Fuera morbos y curiosidades insanas! Esta templanza textual se ve sacudida por el temporal interpretativo de Victoria Salvador, polifonía de registros, e implacable en el rol de la madre Federica que, con ironía y displicencia, saca las garras. Desde la hoja volandera del programa de mano el autor advierte de las intenciones de esta obra: un texto neutro sobre una reina neutra nacida en Grecia, que se siente cien por cien española; un retrato “al pastel” que no aporta nada que no sepan la mayor parte de los españoles. El resto ni le interesa la cuestión ni va a ir al Español, salvo mis amigos Paloma y Alfonso Lazcano fervorosos de doña Sofía que ya están haciendo cola.

Quienes esperaban morbo o secretos de Estado, (23F por ejemplo) fornicaciones, etc… se quedan a verlas venir. No hay más cera que la que arde; doña Sofía es la que es: una reina modélica, una madre ejemplar, una “profesional” como la definió su propio marido, Juanito, el Campechano, rey de España. En consecuencia, habla más de su familia griega, de su infancia y de la boda y de las tornabodas, que de los problemas de su reinado consorte.  Para este viaje no se necesitaban alforjas y era innecesaria un obra de teatro. Aunque siempre se agradece la escritura de García May un excelente dramaturgo que escribe sus textos con una prosa casi perfecta. Un gozo para el oído. Y eso que hemos dado en llamar “carpintería teatral”. Y la oportunidad para que una excelente actriz demuestre su categoría; Victoria Salvador.

 

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