miércoles, 19 de octubre de 2016

LA MAGIA DEL UNIVERSO FEMENINO





Belleza e inmortalidad.
Ignoro de dónde viene la idea de terribilidad que le atribuimos a Kafka: lo kafkiano es lo oscuro, lo incomprensible, lo maldito, la amenaza sin rostro; Gegorio Samsa y la cucaracha. Pero Kafka formuló también una dimensión de la belleza, del amor en cualquiera de sus manifestaciones que lo redimen en parte de esa aureola negra. Kafka, seamos sinceros, no necesita redención: “mientras el hombre mantenga su capacidad de admiración por la belleza no envejecerá”.

Seré inmortal pues vivo inmerso en la belleza. Me despierto a las 7 de la mañana con una belleza al lado que después de acompañarme 40 años, mantiene, en la madrugada azarosa, el tirón incierto de la primera mirada del dia, el primer desperezo que se hace rocío matutino. Luego, tiendo los ojos por el centenar de cuadros que cuelgan en mi casa y, cada uno a su manera, es una expresión hermosa; torpe a veces, pero hermosa. Historia de una vida.

Más tarde, el día me ofrenda otros motivos de inmortalidad. Me dedico, como muchos seguramente saben, al raro y prescindible oficio de hacer crítica de teatro. Y aun siendo en extremo exigente, mala ha de ser una obra en la que no resplandezca una actriz.

El otro dia contaba la historia de una choricilla que fue puta joven y dolorosa y hoy es viuda honorable y adinerada; omití lo más maravilloso que una mujer me haya dicho nunca: “me sentía sucia y al encontrarme contigo en el Gijón, me volvía lustrada”.  Quería decir limpia, seguramente; pero mi vieja amiga nunca acertó con el significado de lustral, aunque  adivinaba en esa palabra algo purificador. No era Santa María Goretti, pero era honesta. Si alguna vez la relación con algún cliente le resultaba especialmente penosa, no permitía que su novio ni sus amigos la tocaran en mucho tiempo para no contaminarlos.

 Formidable mundo el de las mujeres. Siempre   dan más de lo que reciben; al menos en mi caso. Con ellas me atuve siempre a dos preceptos sagrados, machadianos ambos. Uno de don Antonio: “amo cuanto ellas tienen de hospitalario”; otro de Manuel: “de cuando en cuando, un nombre y un beso de mujer, tengo el alma de nardo del árabe español”.  

 Franca Rame y Bella Chiao.

Aparte la violación por un grupo neofascista, violación demostrada, comprobada, documentada y llevada a los tribunales y exculpada y absuelta por estos, la imagen que recuerdo de Franca Rame es el cortejo mortuorio cantándole en su entierro Bella Chiao. Ambas cosas, violación y partisanos, también forman parte del universo femenino. La primera como expresión del horror y la segunda como gozo y revolución.  Tengo especial predilección por Bella Chiao que desde el Festival de Olmedo ha sido mi canción del verano. La cantaban en La posadera, un excelente montaje de eso que hemos dado en llamar teatro dentro del teatro;  la música se me pegó y durante el resto del verano estuve dando la tabarra a la gente con este soniquete partisano.

Diciéndole Bella Chiao le mandé un mail a una amiga que se lo tomó al pie de la letra y se dio por despedida de mi amistad. Nunca estuvo en mi mente tal desafuero, pero el lance me resultó divertido porque a mi amiga yo la considero la mujer más bella del mundo. Hasta que recibí una carta manuscrita en la que, justo sobre el adiós partisano, una lágrima había emborronado la tinta. Puede que hoy le diera igual, pero ese momento  es uno de los instantes luminosos de mi vida. Es como si todas las mujeres del mundo estuviesen amándome en esa lágrima. Menos la Alfarera que es otra historia.

 Alfarera, un mundo aparte.

Es un universo aparte, una metáfora creen algunos; una suplantación de personalidad, creen otros, una literaturización que no amó nunca a mi amigo equis, lo cual no me extrañaría porque mi amigo equis es gilipollas.  Tiene  la atracción del abismo. Es el pecado purísimo,  la libertad de la transgresión absoluta; "si me amas has de aceptarme  como soy". Yo creo en una especie de virginidad florecida en cada polvo, el lirio de Salomón, la amada del Cantar de los Cantares.   Un dia la Alfarera me advirtió con cierta tristeza en su mirada, “no quieras saber de mi vida más de lo que ves: mis figurillas, mis vasijas perfectas.”  Me tomó la mano y con ese leve gesto me regaló uno de los mejores momentos de su vida. Y de la mia.

 

 

 

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