viernes, 14 de abril de 2017

IN MEMORIAM FRANCISCO PUCHOL, HIJO.

 
Se me ha muerto un buen amigo.  Francisco Puchol-Quixal, quince años presidente del Club de Encuentros Manuel Broseta que fue asesinado por los sicarios de Eta. Abogado, político sin  sectarismos partidarios; era fiel  al recuerdo de UCD de  la que creo fue fundador y un elemento de consenso en la Comunidad  Valenciana. Adjunto a la Presidencia del Colegio Penal Internacional. Prestigio y respeto. Esas eran las  palabras que lo definían.  No me he interesado mucho por los detalles. ¿Para qué?. Se cayó al mar, me dice Javier Mompó que es quien  me ha dado la mala noticia. Así de sencillo, así se trunca un vida y una carrera política que empezaba a rebasar el ámbito nacional. Se cayó al mar. Era hijo de Catita Antón y de Francisco Puchol  príncipe de la  bohemia valenciana, anticuario, coleccionista de obras maestras, amigo de Guayasamín y taurófilo. Por Francisco Puchol, hijo, la Peña Los Machaco lleva luto estos días, el Mediterráneo lleva luto. Era moderadamente, como en todo, aficionado a los toros, un derecho y una seña de identidad



Viernes Santo  fúnebre Y jubiloso.

Cuando yo era niño el Viernes Santo era un dia de silencio absoluto; ni el buenos días estaba permitido. Mi aldea de Palencia, Torre de los Molinos, era una comunidad de fantasmas. Enmudecían hasta los pájaros y los gorriones, los pardales, se ponían de luto. Las campanas guardaban sus sones para el júbilo de la Resurrección. Entonces,  recobrarían la violencia de su volteo y la crispación de su sonido, a tal extremo de furia, que el metal llegaba a perder la voz. Era hazaña muy celebrada que la fuerza y la  rapidez de los brazos de los mozos que las volteaban, lograsen hacerles perder  voz y sonido. En un momento del vertiginoso voltear, el badajo se quedaba suspendido en un misterioso centro, inmóvil y sin repercusión. Entonces, la gente miraba hacia el campanario y a veces aplaudan. El Viernes Santo, para llamar a los Oficios Divinos y el Via Crucis, se usaban las carracas, un artefacto de madera dentada. Las carracas y más todavía el carracón sonaban a madera quebrada   o a punto de quebrarse. La muerte de Cristo, era la muerte del universo.

 Carrión, eje del Camino. Las 100 doncellas.

Mi aldea está un poco a trasmano del Camino de Santiago, a la izquierda de Carrión de los Condes, patria de los condes felones y cobardes que casaron con las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, abandonadas y ultrajadas en zafio intercambio de parejas, en el robledal de Corpes (Burgos).    A mí, de niño, lo que de verdad me gustaba era ver pasar por Carrión a los romeros y las romeras.

 Me llegan noticias de que por estos días transitan estos pagos de mi niñez un grupo de teatreros amantes del Camino, chicas con faldas  rojas. Podían resucitar la vieja costumbre de representar pequeñas piezas en los atrios de las iglesias. En Carrión, tan pregonado por las maldades de sus condes,  en Santa María del Camino se ve una manada de toros furiosos arremetiendo contra los moros a los que los nobles castellanos acababan de entregar sus más bellas hijas: el oprobioso Tributo de las Cien Doncellas. La servidumbre y cobardía de los castellanos la remediaron los toros liberando a las vírgenes de un destino de harén y comercio carnal, que acaso no fuera tan sombrío como los castellanos han visto siempre estas cosas del sexo.    

Recordaba ayer yo en las redes  cosas y personas gloriosas  de Carrión; por ejemplo don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, noble  y guerrero ilustrado; político de altura en sus tiempos y versificador de las deliciosas serranillas. Se le tiene más aprecio que a otro carrionés ilustre, el rabí Dom Sem Tob, el de los Proverbios Morales, señalado por judío. Históricamente el antisemitismo de estas tierras es notable; en los límites aproximados de Burgos y Palencia hay un  pueblo llamado Matajudíos. Lo cual no quita para que en el Camino esté presente la Imagen de  Santiago Matamoros y la célebre batalla de Clavijo y el caballo blanco. O sea que Castilla, este pequeño rincón en el que Fernán González  se independizó del Imperio de León es, a la vez y a partes iguales, antisemita y antimora; Castilla “concejil y comunera” para recordar quizá lo mejor de nuestra historia.

Madrid “Matadero” de sueños.

Madrid es hoy un sepulcro inmenso, solitario, deshabitado.  El teatricida del Matadero, don Feijoó podría aprovechar estos días y organizar, teatralmente por supuesto, un pequeño recorrido por un  Camino ficticio, el paseo de la Chpera, con romeros y romeras, una Semana Santa llena de imaginación laica con los mejores imagineros de las tierras por las que ahora peregrinan chicas con faldas rojas, tuiteatreras y tuiteatreros, geniascriados y otras españolas de atrezzo con acento de Chicago.  El aspecto lúdico del Camino, la “confraternización” de romeros y romeras con los lugareños, yo creo que no ha sido suficientemente resaltado.

Estoy por proponérselo a mis amigos de la Revista Mongolia, Edu Galán y Adanti. Pero no sé cómo se lo van a tomar. A mí me gusta la imaginería, la genialidad necrófila de los imagineros, en especial  Gregorio Fernández. Y las marchas militares de los novios de la muerte, los legionarios a los que la suerte trató con zarpa de fiera. En toda manifestación de fe convencional, hay una idea de pecado, incluso un objetivo de pecado,  que mueve fervores y aventuras. Sin esa idea no se entendería el mundo; ni las procesiones de Semana Santa ni el Camino de Santiago. Y sin la fe de los hombres en algo supremo, esa fe que yo perdí y nunca he recuperado, tampoco.

 

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