Se me ha muerto un buen amigo. Francisco Puchol-Quixal, quince años presidente del Club de Encuentros Manuel Broseta que fue asesinado por los sicarios de Eta. Abogado, político sin sectarismos partidarios; era fiel al recuerdo de UCD de la que creo fue fundador y un elemento de consenso en la Comunidad Valenciana. Adjunto a la Presidencia del Colegio Penal Internacional. Prestigio y respeto. Esas eran las palabras que lo definían. No me he interesado mucho por los detalles. ¿Para qué?. Se cayó al mar, me dice Javier Mompó que es quien me ha dado la mala noticia. Así de sencillo, así se trunca un vida y una carrera política que empezaba a rebasar el ámbito nacional. Se cayó al mar. Era hijo de Catita Antón y de Francisco Puchol príncipe de la bohemia valenciana, anticuario, coleccionista de obras maestras, amigo de Guayasamín y taurófilo. Por Francisco Puchol, hijo, la Peña Los Machaco lleva luto estos días, el Mediterráneo lleva luto. Era moderadamente, como en todo, aficionado a los toros, un derecho y una seña de identidad
Viernes Santo fúnebre Y jubiloso.
Cuando yo era niño el Viernes Santo
era un dia de silencio absoluto; ni el buenos días estaba permitido. Mi aldea
de Palencia, Torre de los Molinos, era una comunidad de fantasmas. Enmudecían
hasta los pájaros y los gorriones, los pardales, se ponían de luto. Las campanas guardaban sus sones para el júbilo de la
Resurrección. Entonces, recobrarían la violencia de su volteo y la crispación de
su sonido, a tal extremo de furia, que el metal llegaba a perder la
voz. Era hazaña muy celebrada que la fuerza y la rapidez de los brazos de los mozos que las
volteaban, lograsen hacerles perder voz y
sonido. En un momento del vertiginoso voltear, el badajo se quedaba suspendido en
un misterioso centro, inmóvil y sin repercusión. Entonces, la gente miraba hacia
el campanario y a veces aplaudan. El Viernes Santo, para llamar a los Oficios Divinos
y el Via Crucis, se usaban las carracas, un artefacto de madera dentada. Las
carracas y más todavía el carracón sonaban a madera quebrada o a punto de quebrarse. La muerte de Cristo,
era la muerte del universo.
Carrión,
eje del Camino. Las 100 doncellas.
Mi aldea está un poco a trasmano
del Camino de Santiago, a la izquierda de Carrión de los Condes, patria de los
condes felones y cobardes que casaron con las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, abandonadas y ultrajadas en zafio intercambio de parejas, en
el robledal de Corpes (Burgos). A mí, de niño, lo que de verdad me gustaba era
ver pasar por Carrión a los romeros y las romeras.
Me llegan noticias de que por estos días
transitan estos pagos de mi niñez un grupo de teatreros amantes del Camino,
chicas con faldas rojas. Podían
resucitar la vieja costumbre de representar pequeñas piezas en los atrios de
las iglesias. En Carrión, tan pregonado por las maldades de sus condes, en Santa María del Camino se ve una manada de
toros furiosos arremetiendo contra los moros a los que los nobles castellanos
acababan de entregar sus más bellas hijas: el oprobioso Tributo de las Cien Doncellas. La servidumbre y cobardía de los
castellanos la remediaron los toros liberando a las vírgenes de un destino de
harén y comercio carnal, que acaso no fuera tan sombrío como los castellanos
han visto siempre estas cosas del sexo.
Recordaba ayer yo en las redes cosas y personas gloriosas de Carrión; por ejemplo don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, noble y guerrero ilustrado; político de altura en sus tiempos y
versificador de las deliciosas serranillas. Se le tiene más aprecio que a otro
carrionés ilustre, el rabí Dom Sem Tob,
el de los Proverbios Morales, señalado por judío. Históricamente el
antisemitismo de estas tierras es notable; en los límites aproximados de Burgos
y Palencia hay un pueblo llamado
Matajudíos. Lo cual no quita para que en el Camino esté presente la Imagen
de Santiago
Matamoros y la célebre batalla de Clavijo y el caballo blanco. O sea que
Castilla, este pequeño rincón en el que Fernán González se independizó del Imperio de León es, a la
vez y a partes iguales, antisemita y antimora; Castilla “concejil y comunera”
para recordar quizá lo mejor de nuestra historia.
Madrid “Matadero” de sueños.
Madrid es hoy un sepulcro inmenso,
solitario, deshabitado. El teatricida
del Matadero, don Feijoó podría
aprovechar estos días y organizar, teatralmente por supuesto, un pequeño
recorrido por un Camino ficticio, el
paseo de la Chpera, con romeros y romeras, una Semana Santa llena de
imaginación laica con los mejores imagineros de las tierras por las que ahora
peregrinan chicas con faldas rojas, tuiteatreras y tuiteatreros, geniascriados y otras españolas de
atrezzo con acento de Chicago. El aspecto
lúdico del Camino, la “confraternización” de romeros y romeras con los
lugareños, yo creo que no ha sido suficientemente resaltado.
Estoy por proponérselo a mis amigos
de la Revista Mongolia, Edu Galán y
Adanti. Pero no sé cómo se lo van a tomar. A mí me gusta la imaginería, la
genialidad necrófila de los imagineros, en especial Gregorio
Fernández. Y las marchas militares de los novios de la muerte, los
legionarios a los que la suerte trató con zarpa de fiera. En toda manifestación
de fe convencional, hay una idea de pecado, incluso un objetivo de pecado, que mueve fervores y aventuras. Sin esa idea
no se entendería el mundo; ni las procesiones de Semana Santa ni el Camino de
Santiago. Y sin la fe de los hombres en algo supremo, esa fe que yo perdí y nunca he recuperado, tampoco.
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