La picaresca y España
Malos tiempos para la lírica, sentenció Bertold Brecht. España es un país de pícaros y aquí nació la novela picaresca, espejo modélico de nuestra existencia. Pero los pícaros, como Lázaro de Tormes y otros congéneres, tenían grandeza. Hoy los que aspiran a pícaros, son siervos del poder, un poder corrupto que usa la corrupción como forma institucional, como sistema de gobierno. O sea que no son pícaros, sino ladrones; y la gobernanza del país está en manos de ladrones y racistas. Quién podría dedicarles una novela a Mariano Rajoy, Kim Torra, Pedro Sánchez, Puigdemont? Este país llamado España, y los aledaños que persisten en desgajarse, no es el patio de Monipodio, ni siquiera una casa de putas -sinónimo de desbarajuste y desorden- honorable institución que marcó la postguerra, cuando yo era un niño y estudiaba en un Seminario. Escritores como Jesús Pardo, Camilo José Cela y el propio Umbral han escrito mucho sobre ello. Con Pardo hice algunos viajes por los países del telón de acero. Como la embajada rumana en Madrid me había encargado una biografía de Ceaucescu que nunca escribí, Jesús Pardo compañero de viaje y yo nos dedicamos a estudiar historias de vampiros.
Malos tiempos para la lírica, sentenció Bertold Brecht. España es un país de pícaros y aquí nació la novela picaresca, espejo modélico de nuestra existencia. Pero los pícaros, como Lázaro de Tormes y otros congéneres, tenían grandeza. Hoy los que aspiran a pícaros, son siervos del poder, un poder corrupto que usa la corrupción como forma institucional, como sistema de gobierno. O sea que no son pícaros, sino ladrones; y la gobernanza del país está en manos de ladrones y racistas. Quién podría dedicarles una novela a Mariano Rajoy, Kim Torra, Pedro Sánchez, Puigdemont? Este país llamado España, y los aledaños que persisten en desgajarse, no es el patio de Monipodio, ni siquiera una casa de putas -sinónimo de desbarajuste y desorden- honorable institución que marcó la postguerra, cuando yo era un niño y estudiaba en un Seminario. Escritores como Jesús Pardo, Camilo José Cela y el propio Umbral han escrito mucho sobre ello. Con Pardo hice algunos viajes por los países del telón de acero. Como la embajada rumana en Madrid me había encargado una biografía de Ceaucescu que nunca escribí, Jesús Pardo compañero de viaje y yo nos dedicamos a estudiar historias de vampiros.
Estos
tiempos de tribulación, me han quitado también las ganas de escribir
sobre la Alfarera Prodigiosa que
ignoro si sigue siendo alfarera y sigue siendo prodigiosa. En realidad eso depende de mí que
la inventé y le dí maravillosas formas que parecían torneadas por ella misma. Borja Ortiz de Gondra nunca se creyó
que la alfarera fuese personaje de invención, sino real y tangible. Escribí
bellas cosas de ella; pero los personajes inventados son volubles y cambiantes
según juicio del autor. Sigo insistiendo que, como invención, la bella alfarera
era un invento acabado, imposible de sacar de la realidad; el toque un poco
canalla que le ponía en mis cartas era para añadirle enigmas. Siempre hay rasgos, fantasías que uno toma de
la realidad. Pero en síntesis, admirado Borja, la alfarera no fue más
verdad que tú no seas de Málaga, aunque
los de Bilbao podeis nacer donde os de la gana.
A mí lo que de verdad me gustaría hoy es estar en Kiev para cantarle el alirón al Real Madrid o escribir crónicas de
fútbol. Mario Gas me preguntó un dia
de qué equipo era yo y le contesté que de cualquiera que ganase al Barcelona o
al Real Madrid. En realidad soy de Bilbao, del Bilbao de Zarra y de Gainza. Hoy no, hoy soy acérrimo del Real y hasta confío en que Ramos no haga de las suyas. Aún estamos
buscando aquel balón de un penalti que mandó a la estratosfera sin posible
retorno.
ÁNGELICA
Como el libro
de Ángélica Liddell y el revuelo
armado en los Teatros del Canal ya me ha proporcionado tres noches de insomnio, sé lo que haré esta tarde: siesta grande para
no dormirme en el partido de Kiev. Con Angélica me reafirmo en algo en
común: la pasión por Teresa de Jesús. Y la pasión por los
padres: ella siempre tiene cuentas que ajustar con ellos y yo solo les guardo amor. Un poemario como Una costilla sobre la mesa, que empieza
“Sostenme voy a caerme” puede llegar a ser un libro de cabecera. O no. Tampoco
acepto ese contradios con que,
después de haber escrito un libro así, se atreve a definir la poesía: “la
ardiente necesidad de quedar mudo para siempre”. En fín, cosas de Angélica.
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