Georges Cluzot como Elia Kazan. Colaboracionismo
Gran cineasta Georges Cluzot. Y
controvertido personaje. En estos días de confinamiento, a falta de teatro,
revisito películas que marcaron mi vida de cinéfilo empedernido; recientemente
dos filmes icónicos, emblemáticos, ejemplares,
de Georges Cluzot, Las diabólicas con su esposa Vera
Cluzot y Simone Signoret; y otra El salario del miedo, con Ives
Montand y un papel sin especial relieve de Vera, la inocencia y
la esperanza. Formidable Ives Montad, un pragmático que roza el cinismo
y no menos formidable Charles Vanel, un ser cobarde, poliédrico y
sombrío por el cual Montand siente una extraña compasión paternalista. El
argumento es simple, se trata de trasladar a un campo de pozos de petróleo una
carga extremadamente sensible de dinamita por un camino tortuoso e irregular.
El más mínimo fallo o descuido hará saltar por los aires el camión y sus
ocupantes. Folco Lulli, el bueno
de la película, es un italiano jocundo,
pobre y hedonista. Peter Van Eick borda un alemán huido de los
nazis, escéptico y metódico. E Ives
Montand es el galán por antonomasia, despreocupado y seductor. Tras una serie
de peripecias y situaciones límite que ponen a prueba los nervios del espectador
más templado, la dinamita llega a su destino
El final es una explosión de alegría disparatada que recuerda
fatalmente el final de El cartero
siempre llama dos veces, de Jessica Lange y Jack Nicholson.
George Cluzot fue considerado por
la resistencia francesa un colaboracionista de los nazis, un traidor, o por lo
menos un ser pasivo con pocos escrúpulos, algo parecido a Elia Kazan
cuando la caza de brujas norteamericana del senador McArty.
La ley del silencio con
un Marlon Brando sublime en estado de gracia maldita es la amarga
constatación de la moral del propio Kazan. La ley del silencio, el clima de
opresión del puerto entre los estibadores
cimentaron el despegue incontenible de Marlon Brando hacia la gloria.
Volviendo a George Cluzot, El salario del miedo no aporta ninguna clave
decisiva al arte cinematográfico. Aún faltaba tiempo para la Nouvelle
vague. Una puesta en escena de
implacable realismo, de un
expresionismo brutal podría decirse en
el que la técnica del primer
plano alcanza momentos estremecedores. Un primer plano mal administrado puede
destruir a un actor o a una actriz. Y puede romper el ritmo narrativo. Es un
elemento de supremo riesgo que puede
entorpecer el ritmo del relato. Hay en
esta película legendaria una tensión narrativa inusual. Formidable película que
vimos hace años y volvemos a ver con parecidas e irrefutables sensaciones.
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