domingo, 21 de febrero de 2021

 

Georges Cluzot como Elia Kazan. Colaboracionismo

Gran cineasta Georges Cluzot. Y controvertido personaje. En estos días de confinamiento, a falta de teatro, revisito películas que marcaron mi vida de cinéfilo empedernido; recientemente dos filmes icónicos, emblemáticos, ejemplares,  de Georges Cluzot, Las diabólicas con su esposa Vera Cluzot y Simone Signoret; y otra El salario del miedo, con Ives Montand  y un papel  sin especial relieve de Vera, la inocencia y la esperanza. Formidable Ives Montad, un pragmático que roza el cinismo y no menos formidable Charles Vanel, un ser cobarde, poliédrico y sombrío por el cual Montand siente una extraña compasión paternalista. El argumento es simple, se trata de trasladar a un campo de pozos de petróleo una carga extremadamente sensible de dinamita por un camino tortuoso e irregular. El más mínimo fallo o descuido hará saltar por los aires el camión y sus ocupantes.  Folco Lulli, el bueno de la película, es  un italiano jocundo, pobre y hedonista. Peter Van Eick borda un alemán huido de los nazis,  escéptico y metódico. E Ives Montand es el galán por antonomasia, despreocupado y seductor. Tras una serie de peripecias y situaciones límite que ponen a prueba los nervios del espectador más templado, la dinamita llega a su destino  El final es una explosión de alegría disparatada que recuerda fatalmente  el final de El cartero siempre llama dos veces, de Jessica Lange y Jack Nicholson.

George Cluzot fue considerado por la resistencia francesa un colaboracionista de los nazis, un traidor, o por lo menos un ser pasivo con pocos escrúpulos, algo parecido a Elia Kazan cuando la caza de brujas norteamericana del senador  McArty.    La ley del silencio con un Marlon Brando sublime en estado de gracia maldita es la amarga constatación de la moral del propio Kazan. La ley del silencio, el clima de opresión del puerto entre los estibadores  cimentaron el despegue incontenible de Marlon Brando hacia la gloria. Volviendo a George Cluzot, El salario del miedo no aporta  ninguna clave  decisiva al arte cinematográfico. Aún faltaba tiempo para la Nouvelle vague. Una puesta en escena de  implacable  realismo, de un expresionismo brutal podría decirse en  el que la técnica  del primer plano alcanza momentos estremecedores. Un primer plano mal administrado puede destruir a un actor o a una actriz. Y puede romper el ritmo narrativo. Es un elemento  de supremo riesgo que puede entorpecer el ritmo del relato.  Hay en esta película legendaria una tensión narrativa inusual. Formidable película que vimos hace años y volvemos a ver con parecidas e irrefutables  sensaciones.

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