Franco, el PIADOSO.
A ese que lo fusilen en la
cama
Vuelvo con esta breve semblanza de
José Aranguren a la serie retratos al pastel, al vitriolo o a punta seca
que es, me parece a mí, la modalidad que corresponde a este insigne militar
convaleciente de un grave accidente de coche. ¨A ese que lo fusilen en la
cama¨, dijo Francisco Franco Bahamonde. Y así se hizo. Orden de Franco,
sentencia de Dios. José Aranguren era director general de la Guardia
Civil, Instituto Armado por el que Franco nunca tuvo especial simpatía,
salvo desde el momento en que empezó a utilizarla contra el maquis, los
guerrilleros de la resistencia de posguerra. El Alzamiento, la Cruzada
contra el Comunismo bendecida por la Iglesia. Conviene no olvidar esta
circunstancia nada trivial ahora que llega eso de la renta y las casillas y las
donaciones. En honor a la verdad no toda la Iglesia la bendijo. Múgica, arzobispo
de Álava y Vidal i Barraquer, jefe de la iglesia de Barcelona, no
firmaron la carta de adhesión, la carta de los cuarenta obispos españoles. Pero
volvamos a Aranguren que prefirió permanecer fiel a la República y a su honor antes que
sumarse al golpista genocida. Franco lo
condenó a muerte. Ambos eran amigos, ambos habían nacido en el Ferrol y sus
familias mantenían relaciones cordiales de vecindad.
Aranguren era católico
ferviente y militar brillante, cualidades de las que el Caudillo carecía al
menos en cuanto al fervor religioso se refiere. Cuenta la historia que,
afirmado en su honor militar, su fe
religiosa y la lealtad de su familia a Franco se atrevió a decirle a este, ¨si
mañana me fusilan será por haberme mantenido fiel a la República a la que tú has
traicionado¨´ Lo fusilaron en efecto tras juicio sumarísimo mientras convalecía y fue entonces cuando
Franco pronunció la célebre e implacable sentencia, ¨a ese que lo
fusilen en la cama¨. En ese frío y escueto pronombre se encierra todo el
desprecio y el rencor que Franco era capaz de alimentar. ¨´A ese que lo
fusilen en la cama¨. Ni rangos ni tratamientos; a ese, a esa escoria de
hombre, a esa basura, a esa sombra sin luz, brillo ni consistencia. Parece que
Franco le cogió afición al método y años más tarde mandaría fusilar a Julián
Grimau, atado a un poste pues no podía tenerse en pie tras las torturas a
que fue sometido en los sótanos de la DGS y la ¨caida¨ desde un segundo piso al
callejón de Pontejos. Llama la atención, al menos me la llama a mí, este celo
por mantener con vida a alguien a quien momentos después se va a fusilar. Es el
rito de la muerte salvaje y exclusiva. La sombría liturgia del Sumo
Sacerdote con las manos chorreando sangre.
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