Colmenar Viejo
Historias toreras. Y trágicas
Siempre se ha considerado
Colmenar Viejo una prolongación de Las Ventas de Madrid, la tercera de la
Comunidad o quizá a la inversa, la exigente afición colmenareña nutriendo el
belicoso espíritu de las Ventas. La principal historia, la más trágica, la
muerte de José Cubero Yiyo. Terrible toma y daca, la estocada mató a Burlero
que aún tuvo fuerzas para partirle el corazón a su matador. Esa tarde vi llorar
de rabia a Chenel golpeando las tablas de la barrera. La hostilidad de buena
parte del público se había centrado en Antoñete al que un octogerario con boina
y garrote le llamaba anciano cuando consideraba que a Chenel no le salían las
cosas. Javier Martínez Reverte y yo velamos en Canillejas, en la calle Bósforo el
cadáver de Yiyo, un joven de 21 años, que había llegado para comerse el mundo y
se lo estaba comiendo ya. José Diaz, el artista pintor natural de Campo de Criptana, que hacía siglos, con Chenel había pintado de rojo y blanco los
mojones de la carretera comarcal, contó
la cogida y muerte en la revista Interviwe. A Pepe le gustaba resaltar , nacido en campo de Criptana, poque allí había nacido Sara Montiel, a la que admiraba, aunque nunca se atrevi´o a pintarla, que yo sepa. Diaz no vió la cogida, pues con su
novia de entonces, había abandonado la plaza tras la actuación de Chenel que
era lo único que les importaba, antes
del suceso. Los encontré a la salida y
les referí la cogida y la muerte simultánea del animal. José Luis Palomar, el
buen torero soriano me parece recordar, también lloraba con Chenel y se negó a
las entrevistas que los periodistas pretendían hacerle.
De la Corredera, cuando era un
plaza baja con aforo de unos seis mil espectadores, el torero del mechón me
contaba sucesos muy divertidos y contundentes. Desde fuera, un grupo de
personas, que contaba con el apoyo logístico de otro en los tendidos, apedreaba
el burladero de capotes. Los de dentro orientaban la pedrea, un metro a la
derecha, dos metros a la izquierda etecé etecé, para que los cantos les cayeran
en la cabeza a los toreros.
Contaré las cosas de las que he
sido testigo. Por ejemplo, aquella vez que, por una oreja de menos o una vuelta
al ruedo de más, los aficionados sitiaron el palco presidencial que tuvo que
ser protegido por la Guardia Civil. De regreso a Madrid me encontré bajo una
encina al presidente, uno de los titulares de Las Ventas, sus asesores y algún amigo esperando no sé qué. Otra tarde se armó la de
dios es cristo porque un espectador irritado con los toreros lanzó al ruedo un
zapato. Cuando el personal se apercibió de que la Guardia Civil ocupaba la
salida para detener al descalzo, cubríó el ruedo de zapatos. Anécdotas triviales aparte, en Colmenar se sabe
ver toros. Aunque quizá no con la intensidad de antes. Es tierra de toros y
tierra de toreros. Hasta que la peste nos lo permitía, muchas mañanas Agapito García Serranito, modelo de poder torero y clasicismo,
al que una voltereta le dañó las cervicales y dejó inválido para el toreo desayunábamos en el bar Manolo, en su rincón ,
el ¨´rincón de Serranito¨´ Considero a Agapito no solo un torero, sino un
ejemplo moral. Juntos publicamos hace algunos años, un opúsculo sobre el dolor.
El ponía el dolor y yo puse la música más de requiem que de pasodoble.
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