Fauna y flora del Café Gijón. IV La Tontiloca bella
No diré su nombre verdadero
porque posiblemente aún viva y acaso
maridada. Paco Umbral y yo le pusimos de mote la Tontiloca.
Por no sé que razones Paco Umbral, a la tontiloca no le caía bien y evitaba su
mesa siempre que podía. Tenía un talento natural tan notable como su incultura.
Era guapa y rubia. Y decente. Y pese a
las apariencias de frivolidad y desmadre podría decirse de ella aquello del Conde
Arnaldos, creo. ¨solo digo mi canción a aquel que conmigo va.¨ Iba siempre,
menos en invierno que llevaba faldas o pantalón vaquero muy ajustado, de pantalón corto, con flecos deshilachados. Discretamente
maquillada, jamás se le notaban ojeras aunque trasnochara, que era todos los
dias. Era una mujer a la que la nocturnidad no dejaba huellas. Pese a su
incultura, se relacionaba con soltura con los intelectuales y era la compañera
de Iglesias Laguna, crítico de novela de la Estafeta Literaria,
que no pisaba el Gijón, que la doblaba
en edad y se mató por ella tirándose por
una ventana de un sexto piso. Debió de ser una escena impresionante tal como la
recuerda mi memoria nebulosa, tal como la Tontiloca, que tenía un nombre verdadero precioso, me la contó destrozada en
lágrimas. Regresaba a casa, de madrugada, sobre las seis de la mañana, Iglesias Laguna desesperado la vio
llegar desde el balcón y en su presencia se tiró al vacío de cabeza que se le
abrió como una granada. Murió en el acto.
Victor González, un escultor que decía
haber tenido en su casa a Miguel Hernández tenía ley y querencia por esta mujer, nos
invitaba algunas tardes en su casa donde había un jardín y en el jardín un
árbol, donde, decía Victor, Miguel se
subía y trinaba como un pajarillo. La tontiloca casó, creo, con un funcionario
acomodado, cuyo nombre tampoco diré, y aquello acabó como el rosario de la
aurora. Mi amiga pensaba que la libertad no tiene horario. Sólo sé que este
funcionario no se suicidó.
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