SHARON STONE. DE MITO SEXUAL A
PISTOLERA del OESTE
Alguien escribió, acaso Angel Fernández
Santos que es quien más sabía de esto, que el western es la tragedia del siglo XX. Y aún podría irse
más lejos. El western es el lenguaje cinematográfico por excelencia. La
narración en estado puro de la que bebe todo el cine norteamericano. Quienes nos creíamos progres y de izquierdas, allá por
los últimos sesenta y primeros setenta, venerábamos
las aburridas proezas de Antonioni, por ejemplo, y Mónica Viti la lánguida musa de la nada
burguesa, y su plúmbeo desierto rojo, por ejemplo; en definitiva, tras
aquel sarpullido adolescente, volvimos al western, al Oeste con indios llenos
de pinturas de guerra o sin indios, pero siempre con cowboys, buenos y malos de
una pieza, malos cuyo caballo era siempre un penco torpe, eres más lento que el caballo del malo. Nos
reconciliamos con Jhon Waine, un conservador tirando a facha, que
considerábamos imagen y espíritu del alma americana. Viene a cuento esta somera
reflexión histórica a propósito de una reciente y fascinante película, Rápida
y mortal, protagonizada por Sharon Stone, el símbolo sexual por antonomasia,
después de aquella peli tórrida y salvaje, Instinto básico, en que una asesina bellísima mata con un picahielo
al macho tras haber copulado hasta la extenuación. Esta exhibición actoral de
un cuerpo y una melena en llamas y un Michel Douglas, Cort,
sometido y atado al catre de la cama, y
que sólo aspira a follar como follan los
leones, le dio a Sharon Stone, Catherine, tanta nombradía o más que aquel celebérrimo cruce
de piernas ante el juez que la interroga sobre sus depravadas prácticas
asesinas. Los exégetas de esta secuencia aún se debaten en dilucidar si a Sharon
Stone se le veía o no se le veía el oscuro y rizado vello púbico de su
glorioso monte de Venus, y cuál era la profundidad de tan sublime visualización.
En España llegó a escenificarlo, me parece recordar, una excelente actriz, Yolanda Alvarez Ulloa, que en audacia y éxito no le fue a la zaga a la Stone.
Ese momento en que, tras furiosa fornicación, la mano de Catherine se
desliza bajo la cama y la cámara enfoca un primer plano del picahielos letal, es
un momento cumbre de la cinematografía erótica de terror. Y revive, y quizás
explica, todas las hipótesis e incertidumbres que el filme plantea. Ignoro qué
piensa de Sharon Stone el feminismo militante de hoy. En cualquier caso,
rebasada ya la cincuentena, Sharon Stone, asume con toda naturalidad su
condición de mito sexual. Y con la fundada esperanza de serlo por muchos años.
Viene esto a cuento de un western titulado Rápida y mortal en el
que Sharon Stone vestida de vaquera, aguarda la hora de la
venganza. En el elenco, la inestimable
compañía de dos grandes del cine; Gene Hakman, un malo de una pieza,
tiro fijo y rapidísimo desenfundando, llamado Herdod, el cacique. Con él Ellen,
Sharon, tiene cuentas pendientes
desde la infancia, cuentas que saldará cumplidamente. Y no digo más para no hacer espóiler.
Sí diré que hay una secuencia clave, una cena en un restaurante de lujo a la
que Herod, el déspota cacique, la invita, tratando de seducirla y convertirla
en aliada de su poder. Ellen controla la
situación y, por debajo de la mesa, un ingenioso artilugio apunta directamente a
los cojones de Herod, preparado para volárselos al menor contratiempo.
Russell Crowe es un pistolero
arrepentido, en tiempos cómplice de fechorías
de Herod, y transformado ahora en predicador, con el cual Catherine se empiltra
fogosamente. También anda por medio Chico, un adolescente presuntuoso, Leonardo
di Caprio, fascinado por su heroína, rapidísimo desenfundando y empeñado en
demostrar a su padre dueño absoluto del
pueblo, su superioridad con el revólver; lo cual le convierte en un héroe adorado por las
chicas de la vecindad. Hay, a mi entender, una indudable atracción fatal entre
Chico y Ellen, la inocencia y la libertad sin límites; pero antes que nada está
la venganza y al final el infanticidio sexual me parece que no se consuma.
Resulta asombroso o al menos me lo resulta a mí, contemplar la
transustanciación de una reina del catre, de un símbolo extremo del sexo
asumido gozosamente, en una reina del gatillo, de una sexwoman en una gunwoman.
Elle, Sharon Stone, bienvenida al club. Y ¡a cabalgar! Rápida,
mortal y …seductora. Y ¡a fornicar!. Te seguimos amando.
Si así, de primeras, el nombre de
Russel Crowe no les dice nada, les remito al héroe de Gladiator, o
al policía corrupto de L. A Confidencial emparejado con una excitante Kim
Bassinger dirigida por Quentin Tarantino.
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