Retrato de familia; Diana
Retomo mi sección interrumpida
antes de la peste, retratos a punta seca, con esta aproximación a Diana,
mi sobrina y ahijada. Estas dos circunstancias, no influyen para nada en la
decisión de traerla a este escaparate, al que también vendrá David, su hermano,
escenógrafo y diseñador de luces. Es bióloga. Y guapa. Morena de Julio Romero
de Torres, pero sin guitarra. Tiene un sentido artístico y artesanal que
transforma en arte todo lo que toca. Herencia genética de sus padres, supongo,
Yolanda, licenciada en Historia del Arte, y Adolfo, capitán de barco. Yo soy un
manazas, o sea un inútil manual. Y acaso un inútil de manual. Lo mio es la
abstracción analítica de la lectura y exégesis en lo que coincido más con Ana,
mi mujer, lectora de ocho horas diarias, hermana de Yolanda. Acaso por eso
valoro más sus habilidades. Mi torpeza con las manos y mi cerrazón, ante la tecnología
no es incompetencia, es un don. A Diana le gustan los perros más que los gatos.
Y posee un belicoso sentido de la justicia social. Profesora de Instituto,
esposa de Enrique Conde también docente, halla en su marido contrapartida a su visceralidad. Pese a ello, yo creo que es
más lógica que pasional. Y madre de dos
huracanes, guapísimos y ¨¨espartanos¨¨. Y muy inteligentes los dos. Se llaman Gael,
de tres años, y aficionado a escuchar y a inventarse cuentos, y Yeray, siempre
seductor para hacerse perdonar sus trastadas y aficionado a montar cirios. Gael me
suena a gaélico y Yeray me suena a guanche, a canarión de la isla de Lanzarote.
Al menos yo tuve un buen amigo de aquella isla que se llamaba Yeray.
Diana siempre halló en mí,
complicidad y apoyo. O por lo menos comprensión. Y a la inversa. Es recíproco. Las divergencias,
que no son escasas, y sobre distintos temas, las resolvemos con el diálogo. O
no las resolvemos. Pero no importa. Ambos sabemos que el mundo gira y seguirá
girando dentro de sus contradicciones. De pequeña la llevaba a los toros, pues
yo escribía la crónica taurina para el diario El Mundo. No hubo perversión en
ello, pues ahora detesta los toros. Me daba el argumento de algunas crónicas
como aquella que suscitó el regocijo de los lectores que titul騨Esto no furula¨´;
lo cual quería decir que aquello no funcionaba cuando veía al público armar la
bronca. Y cuando veía correr a los toreros y tomar el olivo, o sea tirarse de
cabeza al callejón, preguntaba con inocencia absoluta ¨´porque corren¨´. El
espectador de al lado le contestaba, ¨´niña corren porque tienen miedo¨´ A lo
cual ella aplicaba una lógica implacable, ¨¨pues si tienen miedo, que no se
apunten¨´.
Los domingos la llevaba, con su
hermano David, al zoológico y al parque de atracciones. Yolanda, su madre, nos
preparaba bocatas de jamón y salchichón y algunos botes de Coca Cola para
ahorrar. Daba igual, podía pasarse el dia entero sin acordarse de comer. Su dinámica era agotadora y como en taquilla
le ponían en la muñeca un sello de ¨¨barra libre¨´, o sea acceso a todo por el
precio de la entrada, resultaba casi imposible sacarla de allí. Sólo obedecía a
regañadientes, al imperativo del altavoz ¨´!vayan abandonando el recinto!¨´. Y a la esforzada capacidad de persuasión de su
hermano David. Habitualmente éramos los últimos en salir. Mi impresión es que
sigue siendo la misma; humana, rebelde y con acusada conciencia social. Una
mismidad matizada con sus hijos, Gael y Yeray, de tres y dos años, por una
disciplina rigurosa que ella apenas aceptaba cuando niña.
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