domingo, 2 de abril de 2023

David. Retrato de familia II.

 

David Loayza. VIRTUDES y EXIGENCIAS de la ESCENOGRAFÍA.

Yo y Ana, mi santa, que diría Umbral, decidimos no tener hijos, lo cual carece de importancia y lo  seguro es que no importe a nadie, como debe ser. Pero hemos tenido sobrinos, yo muchísimos sobrinos, muy queridos. Por razones de proximidad y convivencia, dos especialmente, Diana que ya ha aparecido en esta sección de RETRATOS DE FAMILIA. A PUNTA SECA, y  David. Hijos de Yolanda, que hace muchos años, en las aguas turbulentas de Maspalomas, Canarias, me salvó  de morir, ahogado arrebatado por las olas.

 Yo tenía claro que, por tener un hijo, no iba a limitar mi profesión de periodista y, sobre todo, mi vocación de escritor viajero. Y Ana también tenía claro que yo esto lo tenía claro. A estas alturas del partido, pienso que lo de periodista era una visión romántica del periodismo, y que la prensa, en vez de contrapoder, es mayordomo del poder. De todas formas, la era digital ha cambiado muchas cosas. Y ya no se puede decir, aunque sea cierto, que el periódico de hoy sólo sirve para envolver el pescado de mañana.

 Nunca he compartido aquello de A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS, EL DIABLO LE DA SOBRINOS. David es más que un hijo, es mi sostén físico y tecnológico. Aprendió a ver teatro muy pronto, de mi mano. Y quizá por eso entró en la RESAD, rama escenografía, y hoy es un director y escenógrafo competente. Y un diseñador de luces que tiene muy claro la máxima de oro de la iluminación, UNA COSA ES ALUMBRAR y otra muy distinta es ILUMINAR. Respecto a la escenografía también tiene claro el  papel de ésta, la escenografía, por brillante que sea, nunca puede entorpecer los movimientos del actor, está al servicio del texto.

Estaba yo diciendo que aprendió a ver teatro entre cajas y en los camerinos de actrices y actores que se sorprendían por su precoz capacidad crítica de observación. Y por sus silencios.  El silencio es un lenguaje muy expresivo, decía Caneja, pintor de culto, en cuyo estudio David pasaba, de vez en cuando, algunas horas. Los silencios de David hay que respetarlos, aunque no se comprendan, como los respeta Natalia, una alemana alta y guapa, traductora, a la que le gustan los toros y el flamenco, su compañera desde hace algunos años. David celebró los 18 años de su mayoría de edad, conmigo, en Casa Patas, santuario del mejor cante en la calle Cañizares de Madrid. Y donde se comía la mejor ensalada de tomate y la mejor caña de lomo que imaginarse pueda. Esa noche se le sentaron al lado dos guiris inglesas, abducidas por las raras explicaciones que les daba. No sé qué les explicaría ni en qué idioma, pero lo vi más locuaz que nunca.

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