Rogativas para pedir la lluvia
Hoy me parece que, en los pueblos
de Castilla, ya nadie hace rogativas para impetrar la
lluvia. Eso me dicen al menos mi amiga, la señora Julia, Julia Gil, y Miguel, su
marido, de Carrión de los Condes. Y Arturo Gil, cronista oficioso de la comarca,
que lo sabe todo, o casi todo, un Séneca de secano. Arde España, arden sus
bosques y sus pueblos. España en llamas. La sequía, de la cual casi nos
habíamos olvidado, desde que Franco Franco Franco la usara en sus discurso como coartada para explicar las penurias de su dictadura, ha vuelto; españoles,
después de tres años de guerra, cinco de postguerra y de tres de pertinaz
sequía……decía el Caudillo. Barcelona, donde viví felizmente la década de
los sesenta del pasado siglo XX, se ahoga, se asfixia según me cuentan algunos
amigos. Que yo recuerde, Barcelona nunca
había tenido sed. No infrecuentemente la inundaban imprevisibles y furiosas tormentas,
el diluvio universal. Yo, antes que preocuparme de la sequía, me preocupaba de
aprender catalán para leer el memorable libro, La pell de Brau, de
Salvador Espriu, sin traducción ni diccionario. Y para entenderme con la gente
de la calle.
De la sequía, mis recuerdos más
intensos son los de mi infancia en Torre de los Molinos, mi aldea de Palencia. Me acuerdo de las rogativas, de madrugada,
todo el mundo en procesión. El cura, revestido de capa pluvial, salmodiaba una
retahíla de vírgenes y santos y la gente respondía ora pro nobis, santa dei
genitrix, ora pro nobis, santa virgo virginis, ora pro nobis, refugium
pecatorum, ora pro nobis…. Y así
hasta treinta o cuarenta invocaciones o acaso más. Con tanto santo y tanta
virgen, la lluvia estaba asegurada incluso antes de que acabara la procesión,
aunque no siempre. Yo era el monaguillo, vestido de roquete, y llevaba un
calderillo de cobre o de latón, no recuerdo bien, lleno de agua bendita. Y el hisopo, un aparato con mango y una bola
agujereada para rociar los secarrales. Cuando regresábamos a la iglesia, el
señor cura exhortaba a los feligreses a dar limosna para el culto y yo pasaba
la bandeja. Quien no echaba en la bandeja, echaba directamente en el cepillo, que
era una caja de madera con ranura, colgada de una columna de la iglesia. Esto
no ocurría en todos los pueblos, pero en Torre de los Molinos, sí. Y una de
dos. O llovía o no llovía.
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