Un óbituario tardío, Hevia.
Llamadme Ismael.
Enfrascado en asuntos triviales y frívolos, pese a mi voluntad, me llega tarde la noticia de la muerte de un amigo. Un "tabernero" como le gustaba le llamaran la gente de confianza y sin abusar, cuando estaba en entre poetas, algún periodista y pintores. Un hombre. Los pintores que le pagaban en cuadros comida y mantel, también sin abusar. Pablo Pombo, un pintor "maldito" hasta que le redimió el amor y la paciencia atormentado, volcánico y un poco baudeleriano, era su preferido. Pablo era asiduo al restaurante Hevia, en el corazón de la "milla de oro" de Madrid, en los altos de la calle Serrano frente a la Embajada de Estados Unidos. Apartado del ruido de la metrópoli, lejos de Madrid, supongo que el restaurante Hevia sigue allí. En Hevia los asíduos, al menos los asíduos como yo, no necesitábamos elegir menú. Lo dejábamos en la mano de Ismael. Tras la primera copa de vino tinto en la barra, Rioja o Ribera de Duero, y no raramente clarete de Cigales que era y sigue siendo mi preferido, el condumio. Una mesa al fondo que atendía el propio Ismael no por falta de camareros, sino por placer y charla Llamadme Ismael, aunque él no tenía nada de arponero ni cazador de ballenas ni capitán Akaf. Era el capitan de la milla de oro. Descansa, amigo.
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