Un relectura pormenorizada de El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago, demuestra que el Premio Nobel estaba allí y que recogió datos de primera mano. Debió de pasar inadvertido, un escriba anónimo y curioso, pues en ninguno de los otros evangelios, apócrifos o canónicos, se le nombra; y esta circunstancia no creo que obedezca a la consideración de quinto evangelista por parte de los otros cuatro. Soló mediante una presencia observante y análitica se puede explicar que Saramago describa con tal precisión de detalles las peripecias de peregrinaje en busca de posada ni los gritos y angustias de María en el alumbramiento; ni la delectación amorosa con que la fecundó José el cual, a la vista de lo que dice Saramago, ni era tan pánfilo ni tan bobo como dicen los otros evangelistas. En el amoroso trance, Dios se ausentó para no interferir en tan placentera y delicada comunicación de dos cuerpos que se aman. Así lo describe Saramago, quinto evangelista mal que le pese a los padres procesales de la Iglesia y sus seguidores.
"Habiendo salido al patio, Dios no pudo oir el sonido agónico, como un estertor, que salió de la boca del varón en el instante de la crisis, y menos aún el levisimo gemido que la mujer no fue capaz de reprimir. Sólo un minuto, o quizá no tanto, reposó José sobre el cuerpo de María". Debió de ser un trámite de urgencia, lo que vulgarmente los hombres comunes llamamos un "rapidillo". Pero hay que entender a José y a Maria, con la presencia de Dios vigilante y los ajetreos de un futuro empadronamiento que ya los amenazaban.
Parece verosímil que fuera el propio Saramago quien avisara a José del peligro de la degollación que ya Herodes había decretado para todos los niños nacidos en Judea de tres años a esta parte, so peligro de que a uno lo intitulaban ya Rey de los Judios. Mezclado disimuladamente en los mentideros del Templo, haciendo de carpintero, albañil y peón para cualquier menester, Saramago oyó los comentarios de los esbirros soldados para degollar a tanto inocente. Los mismos soldados lo consideraban una crueldad innecesaria, pero a las órdenes del Tetrarca nadie podía oponerse, sin riesgo de la propia vida.
En resumen que muchos dan por irrevocable y cierto que Saramago estaba allí, pues sin esa presencia testifical no podría entenderse este Evangelio según Jesucristo y mucho menos la mala conciencia de José, la conciencia culpable de haber salvado a su hijo Jesús, olvidándose de avisar a los otros padres para que hicieran lo propio con sus amados hijos. Más indicios y certezas hay a lo largo de El Evangelio según Jesucristo que demuestran no sólo la condición de novelista excelso de Saramago, sino sus virtudes de historiador documentado y riguroso. Pero esas peripecias ya no son propias de la Natividad, sino de las predicaciones, milagros y crucifixión del nazareno; para lo cual habrá que esperar obviamente a la Semana Santa, que ya está a la vuelta de la esquina pues el discurrir del tiempo es raudo e ininterrumpido.
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