sábado, 4 de enero de 2014

ÚLTIMA FABULA DE BELÉN. PAPA FRANCISCO Y EL BORBON ANTE JESUS.

No había noticias ni cartas credenciales de los heraldos de los Reyes Magos que habían de venir de Oriente. Los servicios diplomáticos del Establo, que ya avizoraban el esplendor áureo del Vaticano,  empezaban a impacientarse por la tardanza.  José, pesaroso por la inminente degollación de los   inocentes que alguien próximo al tetrarca le había filtrado, prefería no esperar más tiempo y María, advertida, estaba de acuerdo. Había que salvar al niño, pues si una filtración de los soldados de Herodes les había llegado, sería designio del Señor Dios que muchos murieran para que Jesús viviese. No sabían si sobevivirían al remordimiento, pero así había que  ver el mundo. Además había anunciado su visita el Papa Francisco que ya trataba de  poner orden en la Iglesia desde los primeros momentos, aunque sin delegar en Dulcino, como le recomienda Vustrid Kalminari, Larry Talbot, por otro nombre. Preguntado este quién es Dulcino, contesta que un discípulo de San Francisco, "precomunista quemado en la hoguera como Dios manda".
Y así  veía también el mundo un tal Javier Villán, intrépido aprendiz de escriba, a quien José Saramago, había encargado    que  reflejase con pelos y señales los acontecimientos de esta última fábula apócrifa. El genio portugués no quería encontrarse con el  Borbón,  pues ante el retraso y más que posible ausencia de los Magos, el servicio diplomático del Establo había despachado misivas a las cortes europeas y solo el Borbón de España había accedido a ir a la cueva del Niño Jesús. Al tal Villán eso le daba igual, pues era más frívolo que Saramago y carecía de sus firmes convicciones morales y políticas. El Borbón llego acompañado de la Reina Sofía, de la Infanta Cristina y de su marido el Urdanga, apolíneo atleta con la corona de laurel de las últimas Olimpiadas de toda la Hélade, y mayor afanador del reino por muchos miles de denarios y sextercios. Con ello, pensaba el tal Villán,  el Borbón afirmaba la unidad de la Real Familia, en los asuntos de Noos, o sea la rapiña del laureado atleta, más que discóbolo, lanzador de goles y pelotas. Lo cual venía a confirmar un vejo refrán español, de mucho, que dice "familia que roba unida, permanece unida".  Y, movido por su audacia de periodista arriesgado e impecune, o precisamente arriesgado por impecune, preguntó al Borbon qué pensaba  de la máxima filosófica y política que ya empezaba a conmover las conciencias de los ciudadnos de su reino: "para encontrarnos con tiempos tan duros tendremos que remontarnos a tiempos venideros". Que majadería es esa y quién lo dice, preguntó el Borbón. A lo que el tal Villán respondió, eso Majestad lo dice un poeta laureado con cárceles y prisiones, de nombre Carlos Alvarez que, ante notario, firmó apostasía de la fe católica y de la Monarquía española. A lo que Papa Francisco  respondió no entro en lo de  Monarquia por no ser de mi negociado, pero en cuanto a la apostasía y la fé tráiganme a ese apóstata nominado Carlos que ya negociaremos. Lo cual escandalizó a todos menos a Jesús que pensó para sí; este es el pastor que yo quiero y necesito.
Cuando Rajoy, Rubalcaba y todos los Alibabás de sus respectivas ejecutivas  se enteraron del viaje del Monarca y del Papa, se unieron al séquito con ánimo de sacar tajada, pero los fulminó la voz colérica de Jesús, anuncio de lo que sería capaz de hacer años má tarde con los mercaderes del Templo. Parece ser que también dijo refiriéndose al Urdanga, este será el mal ladrón cuando me crucifiquen. Pero de eso  el tal Villán ya no puede dar fe. Lo deja al criterio del relator  Juan Cruz, escriba máximo de El Pais,  y de Pilar del Rio la bienamada de Saramago que andaban por allí, que él los vio.

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