viernes, 13 de noviembre de 2015

TEATRO; BANGKOK, METÁFORA INQUIETANTE.

La CUP, Candidatura de Unidad Popular,  ha tumbado  a Artur Más. Y el Tribunal Constitucional ha sancionado algo que no le incumbe. Buenos augurios; me voy al Gijón a comprar Lotería. No creo en la suerte, pero en Navidades compro en el Café Gijón; aunque ya no esté Alfonso, el cerillero anarquista palentino, “a las barricadas, a los parapetos…”. Salud hermano. Luego, a comer  en chez Lorenzo con Arturo Fernández.  Dias crispados en una España no invertebrada, sino      desvertebrada:  la eterna cuestión catalana. Ya no se trata de defender los derechos a una cultura que Franco combatió, y en defensa de los cuales los pocos antifranquista que había entonces  se entregaron con generosidad; ser catalanista, entonces, era ser antifranquista.  Ahora la cuestión es otra: separatismo. Separarse ¿para qué?. Europa no permitirá la secesión;  lo de menos es España; lo demás es Europa. ¿Para qué inquietarse?.
 Patriotismo de canallas, ladrones y sinvergüenzas. La senyera rebozada en mierda y arrastrada por las cloacas de la corrupción: Mas, Pujol, los presidentes de la Metrópoli, sin excepción, después de Suárez, el Rey hoy Emérito; todos cómplices, tranquilo Jordi. El taxista que me lleva, de León,  lo tiene claro: que se vayan. Y ya embalado, dice que lo único que hay que salvaguardar es la integridad de los catalanes que quieren seguir siendo españoles. 
Yo creo que si no estuviéramos en el carnaval electoral habría menos ruido. Me preocupa la derecha montaraz y corrupta; pero me preocupa más la izquierda descerebrada que ha asaltado la vida política. Pese a todo, parte de esa izquierda o lo que sea,  ha tumbado a Artur Mas. Conclusión  personal:  Más y todo el clan mafioso de los Pujol, a la cárcel que es donde debieran estar. Y ni un puto duro para la corrupción del separatismo catalán.

Almuerzo con Arturo Fernández
 Arturo Fernández, el bueno, el actor, no el empresario trincón. En Lorenzo-Támara, resonancias palentinas de Tierra de Capon, le noto melancólico e inquieto, elegante, un galán de 87 años que conserva intactos todos sus resortes de seducción. Como cura preconciliar en  Enfrentados, o sea anterior  a la desacralización impuesta por el Papa Francisco, mantiene el éxito de su última obra en El Amaya. Luego, a primeros de año volverá a las giras. Cincuenta y cuatro  años lleva tirando del carro de una compañía propia, que nunca disolvió ni siquiera en los peores momentos. Yo creo que es un triunfador: medio siglo llenando las salas de teatro. Pero él no se lo cree y se pregunta, filosóficamente, que es el éxito y cuál la soledad del éxito.  Comercialidad, esa flecha envenenada que suelen arrojar los fracasados  contra los triunfadores. Yo no creo en la comercialidad, creo en el teatro bien hecho o mal hecho: alta comedia, drama, tragedia experimentación vanguardista; da igual. Depende del público al que queramos llegar.
A sus 87 años Arturo Fernández es un galán, todavía con el don de la seducción, que se sube cada tarde al escenario para encarnar a un cura de los de antes; llora cuando habla de su madre y se hizo de derechas porque el último hombre de izquierdas que conoció fue su padre, un sindicalista asturiano desterrado. Arturo es un galán melancólico que ve cómo se hunde su mundo;  ha hecho durante 50 años la comedia sofisticada y popular y acaso le hubiera gustado hacer El alcalde de Zalamea o El Rey Lear; pero no hay que engañarse: la vida es elección. Yo soy un marxista melancólico y derrotado por una izquierda descerebrada.


Aeropuerto  del Prat; destino Bangkok.

Me imagino la ciudad cosmopolita que yo viví hace años de charnego. El aeropuerto de Barcelona despoblado y sin aviones como el aeropuerto de esa inquietante, terrorífica obra que vi el otro dia en la sala Princesa  del Cdn: Bangkok; metáfora que no atribuyo al autor, que es solamente mia. Dos actores en estado de gracia; Fernando Sansegundo, el viajero, y Dafnis Balduz, el vigilante. Ese gesto amargo, duro, tierno,  de Sansegundo. Balduz es más dinámico y desafiante, pura acción-reacción. De golpe, mientras se enreda una trama siniestra, que engancha y no te suelta, una historia  de sicarios fantasmas y terrorismo difuso, me imagino el aeropuerto del Prat sin viajeros, sin aviones  con halcones que devoran a los pájaros que podrían entorpecer vuelos inexistentes porque no hay aviones. El Prat desierto en este texto de Antonio Morcillo López,  contradicción pura como base de un absurdo existencial, hay un destino abierto: Bangkok.  Quizá sea peor, nunca se sabe. Tenso, hiriente diálogo, texto al límite e hirviente. Este es un país de milagrerías y bulderos.

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