miércoles, 30 de agosto de 2017

SHAKESPEARE Y LOS ENREDOS DE CARLOTA


 

Shakespeare enredado y desternillante

Primera sorpresa; un Javier Ortiz que triplica personaje y se convierte en la columna vertebral de la función; duque, abadesa, guardia. Y algún secundario menor.  Aprovechen ustedes este fin de semana para ver en el Bellas Artes un enredo monstruoso y desternillante que Carlota Pérez Reverte ha tejido en torno a Shakespeare y la célebre Comedia de los errores. La Pérez Reverte no deja títere con cabeza. Shakespeare visitado y revisitado, del derecho y del revés.  Respeta Reverte el espíritu de Shakespeare relativamente, aunque ella lo afirma. Segunda sorpresa arriesgarse con la vena radicalmente humorística hasta el exceso de don Wiliam.
 Dos gemelos pueden dar mucho juego de equívocos y errores; se atribuye a uno lo que ha hecho el otro y a la viceversa, que diría Paco Umbral. Eso está conseguido al máximo  y más si hay por medio una esposa un poco  tonta  con una hermana muy guapa a la que trata de seducir el otro gemelo, no el cuñado. Gran escándalo pues el juego y la doble fisonomía aún no se ha descubierto.
El elenco, eficaz con una obra muy rodada que vienen representando hace tiempo y que ahora llevan de gira durante septiembre por el mapa español.
Véanla ustedes, sólo quedan hoy y mañana, véanla a   ser posible los dos dias. En tiempos de tribulación hay que reírse lo más posible. Buena versión que cumple los objetivos previstos. Y un Javier Ortiz sorprendente en sus varios cometidos.


Una década en soledad
 Querido Paco
El suceso de tu muerte  no fue un hecho insólito, todos hemos de morir un día cualquiera; pero siempre me sorprendió que murieras en la misma fecha, más de medio siglo después, en que Islero de la ganadería de miura, matara  a Manolete. Detestabas los toros, como Larra, como Jovellanos y como toda la Ilustración, como el 98. A Alberti, Lorca y, sobre todo Gerardo Diego, autor de un gran libro La suerte o la muerte, les gustaba la corrida. En España todos los ilustrados han sido antitaurinos.

 Manolete, sin embargo, ejercía en ti una rara fascinación; que un toro hubiese matado al símbolo de las dos Españas y su único lazo de unión,  además del hambre,  no podía por menos que suscitar tu interés.

Además Manuel Rodríguez era un transgresor, un subversivo. Su subversión se llamaba Lupe Sino, una cabaretera adicta en la guerra a Cipriano Mera, según cuenta el Pipo en su libro sobre sus andanzas de pescadero y marisquero tras Manolete y el Cordobés. Manuel Rodríguez, reo de escándalo. Camará y Alvaro Domecq, dos canallas que le expoliaron, eran su conciencia estricta, nacional católica y franquista. Sin interesarte los toros, coincidías con Blanco White en que el mal de España no es la corrida, sino “religión y mal gobierno”.

Un día te llevé a las Ventas a una corrida de la Beneficencia, creo, y te marchaste   en el primer toro tan pronto el picador empezó a hacer picadillo el morrillo de animal. Había otra razón, además de la puramente animalista, que me confesaste. “Aquí eres más famoso que yo, estos bárbaros te admiran más que a mí y te piden que les firmes la crónica del Mundo. No te hagas ilusiones, no creo que te entiendan”.

 Ahora hace 10 años, Manu Llorente me encargó tu obituario; “el jefe quiere que lo escribas tú”. El jefe y él, que me lo había encargado hacía dos semanas, con sombría y temerosa previsión, y lo teníamos incluso maquetado. El jefe, tan parco en elogios, declaró modélica la necrológica y digna del Times. Naturalmente me sentí orgulloso aunque fuese a costa de tu muerte. Empezaba a tener pasarela, carencia de la que me acusabas con frecuencia: “Queridoooo, te falta pasarela. Aprende de mí”. Todo lo aprendí de ti sin llegar a tu excelencia, menos a hacer pasarela. Y hoy es muy tarde.

 Me he quedado cojo como Quevedo, lo único que me ha legado el jodido estevado, sobre el que mi madre, temiendo no sé qué infortunios, me decía cuando dejé la aldea de Palencia, Torre de los Molinos, “hijo que no te pase lo que a Quevedo”. Adorabas a tu madre la republicana del Ayuntamiento de Valladolid y esta devoción de la mía, la señora Rosario, por Quevedo y por mí, te conmovía. Murió mucho antes de que tú fueras Paco Umbral y también te hubiera querido de haberte conocido y más con los artículos que escribías sobre mí, que eran la envidia de toda la redacción de El Mundo.

 Una tarde de 1972 o 1973 entré en el Gijón con un libro de versos bajo el brazo y me fui directamente a tu mesa. Ramón Pedrós me había ofrecido publicarlo y yo quería que tú le pusieses el prólogo.  Creo que era un otoño benéfico y te pasaste el dedo índice entre tu cuello y el cuello cisne del jersey. Me miraste y dijiste date una vuelta hasta Colón o tómate un café en la barra yo te invito. Me tomé un vino sin quitarte ojo, hasta que me hiciste una seña cuando llegó Cristino Mallo. Dijiste te haré el prólogo. Nunca podré ponerme a la altura de ese glorioso texto. Y así hasta hoy, 10 años después de tu muerte. Nadie ha podido superar tus columnas. Ni muchos de tu centenar de libros. Nadie hemos sido capaces  de dilucidar en plenitud tu escritura total.

 

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