“El pasado,
el presente y el futuro al mismo tiempo”, escribe Eliot en La tierra baldía. Eso podría decirse de Irene
Escolar. No ha cumplido treinta años y parece que siempre hubiera estado en
el centro del teatro español. Bienvenida a esta serie, Retratos a punta seca, por la que han pasado Marta Poveda, Pedro Casablanc, Luis Bermejo, Beatriz Argüello, Javier Gutiérrez. Y pasarán más.
Habitante del
teatro y habitante de
la vida pues los sucesos que sacuden este desdichado país llamado España no la
dejan indiferente. Hace poco difundió
salutaciones fervorosas en honor de Alex
Rigola por dimitir de Teatros del Canal en
protesta de la “brutalidad de los
guardias en Barcelona el 1 de octubre”. En mi filosofía geopolítica, la unidad
de España no es el tema principal y sé que “Cataluña es el eterno problema con
el que hay que aprender a convivir”. (Ortega y Gasset).
Estos días he mantenido intensos contactos con
mis amigos de Barcelona, El altres
catalans, y están desolados. De haber existido este clima borrascoso hace
45 años yo no hubiera podido hacer de extra en Los tarantos, de Rovira
Beleta, ni tomar café en una taberna
frente al Liceo, una madrugada de lluvia, con Carmen Amaya y Antonio Gades;
sencillamente, porque una españolada de Somorrostro, trasunto de Romeo y Julieta no se hubiera podido rodar.
Si lo actual es el ensayo para una III
República que muchos anhelamos, apaga y vámonos. El último, que apague la luz.
A mí la
unidad de España me trae al fresco, pero Barcelona, como le recordaba a Marcos Ordóñez, gran novelista, además
de crítico teatral, camino del Pavón Kamikaze,
“Barcelona es cara a mi corazón” (Max
Estrella). Soy de la tierra de Gómez
Manrique, de su sobrino Jorge,
el de las coplas, y de los Berruguete. Sabiendo que nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar, me preocupa más la aludida eternidad elliotiana de Irene
Escolar. Cuando todos hayamos muerto nos la encontraremos más allá de los siglos, encarnando a Meche en algún teatro del mundo, y
diremos aquí está Meche la muchacha que desapareció una noche de un bar de
Piura en una dudosa historia de machos, rameras
y acaso un amor sáfico: Vargas Llosa,
la Chunga.
Es de la saga
de los Gutiérrez Cava, nieta de Irene y sobrina de Julia Gutiérrez Cava y Emilio Gutiérrez Cava, el último
eslabón de una cadena de oro. Un dia se
me ocurrió establecer una línea actoral que va de Nuria Espert a Irene Escolar
pasando por Aitana Sánchez Gijón,
excluyendo voluntariamente raíces y genes familiares. Mantengo la teoría, que
no excluye formidables actrices de otros registros. Contra profecías agoreras, Aitana tuvo muy bien en la Chunga, un bronco papel a
contraestilo; pero el misterio, la piedad por una vestal virgen de alma y abusada
de cuerpo, se quedó con Irene Escolar. A partir de aquí, creo que empecé a
cavilar sobre Irene Escolar como tema. Ese misterio la envuelve siempre: en El Público, en el Lorca de su último
recital, en la adulta de BlackBird
que quiere aclarar las cuentas de su
pasado. Aunque para mí sigue siendo El
cojo de Inhisman.
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