viernes, 20 de octubre de 2017

LORCA Y LA MODERNIDAD de MESSIEZ



El currículo teatral de Pablo Messiez es impecable e incluso espectacular: está muy reciente su dirección de He nacido para verte sonreir. Y sin embargo en Bodas de sangre, el siempre admirado Messiez no está a la altura de las circunstancias, no está a la altura de Lorca, quiero decir.  Lorca no necesita modernizaciones, aunque es de agradecer el esfuerzo de Messiez, por dotar este montaje  de un esteticismo loable en lo que a la parte plástica y visual se refiere. Incluso en el Romancero es modernidad pura. No se entendería la cumbre de la modernidad y el surrealismo de Poeta en Nueva York sin el Romancero. Por lo que se refiere a sus tragedias -Yerma, Bodas de Sangre, La casa de Bernarda Alba- tienen la modernidad de Eurípides en las que el azar empieza a debilitar el determinismo de los dioses. Dos familias enfrentadas, a cuchillo y a navaja. Esta complejidad emocional Lorca la sintetiza en un argumento simple: la novia se casa con un buen hombre, y la misma noche de la boda se escapa con otro. En Lorca las pasiones son siempre destructoras; recuérdese el ahorcamiento de Adela en La casa de Bernarda Alba cuando su madre le dice que ha matado a Pepe el Romano. Hay ecos en Bodas, de la Bernarda y su sentencia, “mi hija ha muerto virgen”. Honradez reivindicada, por   la novia (Carlota Gaviño) ante su suegra (Gloria Muñoz).

  Pepe el Romano y los galopes de su caballo desdibujan la imagen de Leonardo (Francesco Carril); un Leonardo iracundo e hiperactivo, mal como el resto del elenco. La madre, Gloria Muñoz, carece de garra dramática; memorable, sin embargo, la Piedad que compone con el hijo.  Excelente  la penumbra del bosque aunque no entiendo  las razones del tórrido menage  de una amiga y dos amigos.

 El prólogo remite a Comedia sin título, antítesis de Bodas.  No disuenan los  injertos de otras obras de Federico, aunque tampoco entiendo el poema Cielo vivo, que dice el padre, pálido reflejo de Poeta en Nueva York; en realidad lo que no entiendo es por qué hace de padre una mujer disfrazada de hombre (Carmen León). 

Cualquier intento de modernidad con Lorca es una aventura peligrosa. Y hacerlo en playback con  Concha Piquer y añorando  a Bambino, en el banquete de bodas, es un poco grotesco. Mejor que la inigualable doña Concha, la diosa de la copla, hubiera sido, en esta circunstancia, la Argentinita, más afín a Lorca del cual era colaboradora.

 Floja versión de Messiez  a lo que contribuye una interpretación sin fibra ni nervio. Esteticismo favorecido por el   manejo del color. Lorca no era un esteta, era un trágico. La imagen de una novia fortachona está justificada en parte por el padre que la considera  “capaz de cortar una maroma con los dientes”.

 

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