miércoles, 24 de junio de 2020

BERLANGA y CIGES APARICIO; DOS ROJOS en la DIVISIÓN AZUL.



Ciges Aparicio, Berlanga y Mr Marshal

Luis Ciges Aparicio, o su doble  y traslación cinematográfica pues murió hace tiempo, ha aparecido en las redes anunciando el fallido apocalipsis  que se ha quedado en nada. Luis Ciges Aparicio es de familia réproba. Su padre, Manuel Ciges, gobernador de Ávila cuando el golpe fascista del general Franco, fue fusilado por el genocida  bajo la acusación de “auxilio a la rebelión”. Hábil dialéctica del traidor a la República. El rebelde era el astuto gallego, pero condenaba a sus enemigos por  “auxilio a la rebelión”. ¿Dialéctica gallega? No; dialéctica de golpista que duro 40 años, convirtió España en un cuartel y murió en la cama; torturado por la enfermedad, pero en la cama. Franco  era un ser dúplice y múltiple, capaz de simultanear en su espíritu sentimientos contrarios e ideas  antagónicas. En La leyenda del César Visionario, Francisco Umbral lo describe merendando chocolate con soconusco, mientras firmaba sentencias de muerte a alguna de las cuales añadía, “prensa”;  o sea publicidad con objetivos ejemplarizantes y disuasorios.
Más que las cualidades de actor suficientemente contrastadas de Luis Ciges sobre todo en filmes de Luis  García Berlanga,  me interesa resaltar sus peripecias políticas. Aunque yo lo recuerde más por una trivialidad de  una   de sus películas, “esto es una descojonación”, al comprobar las liviandades  y lascivias de los protagonistas de la trama. Su padre Manuel, gobernador de Ávila con la República, y antes gobernador de Santander, fue fusilado por Franco.   Y sin embargo Luis Ciges  y su amigo Luis García Berlanga, acabaron en la División Azul para redimir culpas propias y familiares. Y para conseguir atenuar las penalidades y el hambre de la familia. Con esto de la nueva normalidad y el nuevo “Plan Marshal” que, al parecer, está diseñando Europa, aunque no me hagan mucho caso, convendría volver a ver la película Bienvenido Mister Marshal, de  Berlanga, que no contó con su amigo Ciges Aparicio, al que había tenido en el elenco de Placido.  La película se la llevó de calle Pepe Isbert que ha dejado para la posteridad el sello de un alcalde genial; “yo, como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación y esa explicación os la voy a dar”. No pidamos explicaciones al actual alcalde Madrid, Jose Luis Martínez-Almeida, por si acaso. La mejor explicación de un alcalde  son su bandos, como los del viejo profesor Tierno Galván, que tengo a mano en primorosa edición.  Martínez-Almeida, que yo sepa,   no ha echado todavía ningún bando desde la ventana del Ayuntamiento. Debe de ser cosa del coronavirus, la peste que nos maldice y tortura. Debe de ser que no lo considera oportuno o que carece de la elocuencia necesaria. En cualquier caso,  a mi no me parece bien que a un alcalde lo llamen caraculo, aunque tenga de verdad cara de culo. No me parece mala gente, pese a tener  en su equipo, tampoco me hagan mucho caso, a her Smith nazi confeso y calumniador de las Trece Rosas fusiladas por Franco contra las tapias de un cementerio.
Y como esto se ha apartado un poco de las cuestiones de teatro, añado que Madrid, sin teatro, es una desolación. Lo último que ví fue Alvaro Cabeza de Vaca, espléndido, vitriólico y bello montaje de Magüi Mira y Sanchís Sinisterra, sobre los horrores de la conquista. Implacable alegato contra los conquistadores,   una tropa de miserables y necesitados, a la que se había alistado lo peor de cada casa hambrienta. Pánfilo de Narváez, subido en un caballo toda la obra, halla en Pepón Nieto, una magnífica y temeraria interpretación También ví Drácula, biografía no autorizada, en versión y dirección de Ramón Paso sobre el libro de Briam Stocker, con un severo y melancólico Jacobo Dicenta y unas vampiras adorables: Inés Kerzan, Ángela Peirat y Ainhoa Quintana. Y una sublime y áspera Ana Azorín en la señorita Rumfeld.
Días de ira
 Condenados a no ver teatro,  Madrid, en cambio, es un inmenso teatro, todos actores de una tragedia, todos actores de sí mismos, sin máscara de comedia ni de tragedia, aunque con mascarilla. Días de cólera devastadora,   Los hijos de la Ira que escribió don Dámaso Alonso,  poeta que se atrevió a protestar cuando nadie protestaba, año 1943, y filólogo al que le gustaba tocar el culo a las señoras. Tanto que una vez a punto estuvo de provocar un incidente diplomático por tocárselo a la mujer de un diplomático sudamericano. Le cae al lado a don Dámaso, Isabel Diez Ayuso,  la de las en  la suite de lujo de Koke Sarasola,  y presidenta de la Comunidad de Madrid, y no sé qué hubiera hecho don Dámaso. Sin embargo, esta afición tocaculos no justifica  el exabrupto de Pablo Neruda cuando asesinaron a Federico; “y vosotros qué hacíais mientras tanto….los dámasos, los gerardos …los hijos de perra?”. Mi recuerdo imborrable  a  Dámaso Alonso, al que un día rescaté de un accidente de tren, junto con su esposa, doña Eulalia Galvarriato, en La Carolina, Jaen. Mi recuerdo y complicidad jubilosa:  los jueves, camino de la Academia que presidía,  le invitaba a una copa de coñac en el Gijón sabiendo que Pepote Garcia, el dueño, iba a decir “don Dámaso, es un honor; está usted invitado”.

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