PasoAzorín. Retrato a punta seca.
El mensaje,
Ramón Paso Jardiel, de la estirpe
de los Paso y los Jardiel. Enrique Jardiel Poncela, autor sin el cual, en opinión de Alfonso Sastre, el
exiliado, actualmente, de Hondarribia,
no podría entenderse el teatro español de la segunda mitad del siglo XX.
Alfonso Paso, autor prolífico que llegó
a tener, simultáneamente, hasta cinco
obras en cartel es abuelo de
Ramón. Su teatro quizá careciera de eso que, en tiempos, dimos en llamar compromiso y que, desde la
muerte de Jean Paul Sartre, perdió su significado genuino. Alfonso Paso tenía
un compromiso con el humor y la taquilla. En este aspecto seguía la norma esencial de Bertold Brecht, ¨la primera
obligación del teatro es divertir¨´. Sigo a Ramón Paso, creo recordar, desde La
ramera de babilonia o desde Usted tiene cara de mujer fatal….en la
radio. Y si sigo a Ramón Paso Jardiel, como el fervoroso de una religión, la religión del buen teatro,
es evidente que sigo también a Ana Azorín, Angela Peirat e Inés Kerzan. En escena cada una es igual a sí misma, única
y poliédrica que es el fundamento de todo gran intérprete. En un país de
actrices eminentes, ellas representan la excelencia con sus matices peculiares,
dirigidas por Paso, mano de hierro que no lo parece. Ana Azorín es la
inteligencia organizativa flexibilizada por el sentimiento. Inés pudiera ser lo
contrario, la presunta frialdad que se desborda en lágrimas. Y Angela es la
comedianta imprevisible, la sorpresa. Así las veo, pero no me importa
rectificar pues creo que son vibraciones intercambiables. Naturalmente, estas
apreciaciones no dejan de ser raseros de un crítico deformado por la propia opinión, un crítico que considera la crítica una actividad
prescindible y superflua A ellas se unió durante un tiempo Ainhoa Quintana, la
moza sanferminera, con la cual adquirí el compromiso incumplido de correr los
sanfermines por la calle La Estafeta, circunstancia que habría censurado
Natalia Millán y razón no le falta. No
me rasgaré las vestiduras si los toros desaparecen. Pero ello no será por
decreto, sino por el natural devenir de los tiempos y el abandono de los
aficionados. Creo que fue Pérez de Ayala
quien escribió que si él fuera presidente del gobierno prohibiría los toros,
pero como no lo era seguía yendo a las corridas. Que Natalia Millán, ya parte del clan en El mensaje,
perdone mi tolerancia con los toros y la depravación bárbara de un poeta que,
como yo, publicó en Ediciones Pepe Esteban, un poemario titulado El fulgor
del círculo y Diálogo con el vestido de torear, un primor gracias a
Maite Túrrez que hizo las fotos y Cristina Gaviria que se prestó de modelo. A
este libro del fulgor, Francisco Umbral
lo definió como ¨´el Paul Valery del toreo¨.
Umbral tenía esas cosas, aunque detestaba los toros en parecida medida que Natalia.
Pio V fue más lejos y dictó Bula de Excomunión, contra todo aquel que participara en una corrida,
aunque fuera simple espectador. Felipe
II hizo caso omiso de la bula exccomulgatoria, advirtiendo a Pio V, que España,
el país más fiel a Roma de la cristiandad, podría dejar de ser católica. Desde
la alternativa de Diego Urdiales, ni
piso una plaza ni veo una corrida. Y es previsible que no vuelva a pisarla.
Pero no es cosa de renegar ahora de aquello sobre lo que escribí cerca de
cuatro mil crónicas y un Diccionario, que es más que un diccionario; una
filosofía de la vida y sobre todo de la
muerte. Natalia Millán es una gran actriz, eso no es nada nuevo. Baila, canta,
interpreta. Y todo lo hace bien. El mismo año, creo recordar, que PasoAzorín fueron candidatos al Valle
Inclán, por Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales,
lo fue también Natalia Millán por Billy
Elliot. Me parece que la ganadora fue Magüi Mira, Juntos ahora en El
mensaje para gozo de los espectadores que desafían mascarillas y pandemias.
El teatro vive.
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