miércoles, 21 de abril de 2021

 

PasoAzorín. Retrato a punta seca. El mensaje,

Ramón Paso Jardiel, de la estirpe de los Paso y los Jardiel. Enrique Jardiel Poncela, autor sin  el cual, en opinión de Alfonso Sastre, el exiliado, actualmente,  de Hondarribia, no podría entenderse el teatro español de la segunda mitad del siglo XX. Alfonso Paso, autor  prolífico que llegó a tener, simultáneamente, hasta cinco  obras  en cartel es abuelo de Ramón. Su teatro quizá careciera de eso que, en tiempos,  dimos en llamar compromiso y que, desde la muerte de Jean Paul Sartre, perdió su significado genuino. Alfonso Paso tenía un compromiso con el humor y la taquilla. En este aspecto seguía la  norma esencial de Bertold Brecht, ¨la primera obligación del teatro es divertir¨´. Sigo a Ramón Paso, creo recordar, desde La ramera de babilonia o desde Usted tiene cara de mujer fatal….en la radio. Y si sigo a Ramón Paso Jardiel, como el fervoroso  de una religión, la religión del buen teatro, es evidente que sigo también a Ana Azorín, Angela Peirat e Inés Kerzan.  En escena cada una es igual a sí misma, única y poliédrica que es el fundamento de todo gran intérprete. En un país de actrices eminentes, ellas representan la excelencia con sus matices peculiares, dirigidas por Paso,  mano  de hierro que no lo parece. Ana Azorín es la inteligencia organizativa flexibilizada por el sentimiento. Inés pudiera ser lo contrario, la presunta frialdad que se desborda en lágrimas. Y Angela es la comedianta imprevisible, la sorpresa. Así las veo, pero no me importa rectificar pues creo que son vibraciones intercambiables. Naturalmente, estas apreciaciones no dejan de ser raseros de un crítico deformado  por la propia opinión, un crítico  que considera la crítica una actividad prescindible y superflua A ellas se unió durante un tiempo Ainhoa Quintana, la moza sanferminera, con la cual adquirí el compromiso incumplido de correr los sanfermines por la calle La Estafeta, circunstancia que habría censurado Natalia Millán y  razón no le falta. No me rasgaré las vestiduras si los toros desaparecen. Pero ello no será por decreto, sino por el natural devenir de los tiempos y el abandono de los aficionados.  Creo que fue Pérez de Ayala quien escribió que si él fuera presidente del gobierno prohibiría los toros, pero como no lo era seguía yendo a las corridas. Que Natalia Millán,  ya parte del clan en El mensaje, perdone mi tolerancia con los toros y la depravación bárbara de un poeta que, como yo, publicó en Ediciones Pepe Esteban, un poemario titulado El fulgor del círculo y Diálogo con el vestido de torear, un primor gracias a Maite Túrrez que hizo las fotos y Cristina Gaviria que se prestó de modelo. A este libro del fulgor,  Francisco Umbral lo definió como ¨´el Paul Valery del toreo¨.  Umbral tenía esas cosas, aunque detestaba los toros en parecida  medida que Natalia.

 Pio V fue más lejos y  dictó Bula de Excomunión, contra  todo aquel que participara en una corrida, aunque fuera simple espectador.  Felipe II hizo caso omiso de la bula exccomulgatoria, advirtiendo a Pio V, que España, el país más fiel a Roma de la cristiandad, podría dejar de ser católica. Desde la alternativa de Diego Urdiales,  ni piso una plaza ni veo una corrida. Y es previsible que no vuelva a pisarla. Pero no es cosa de renegar ahora de aquello sobre lo que escribí cerca de cuatro mil crónicas y un Diccionario, que es más que un diccionario; una filosofía de la vida y  sobre todo de la muerte. Natalia Millán es una gran actriz, eso no es nada nuevo. Baila, canta, interpreta. Y todo lo hace bien. El mismo año, creo recordar,   que PasoAzorín fueron candidatos al Valle Inclán, por Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales,  lo fue también Natalia Millán por Billy Elliot.  Me parece que la ganadora fue Magüi Mira, Juntos ahora en El mensaje para gozo de los espectadores que desafían mascarillas y pandemias. El teatro vive.

 

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