MariaCASARES
Política sentimental. Diálogo imaginario entre María
Casares y Albert Camus.
Hace muchos años que yo tenía una deuda
pendiente con María Casares, actriz española residente PRIVILEGIADA en Francia,
hija de Casares Quiroga, el último presidente del gobierno de Azaña de la
España democrática aniquilada por Franco. Cuando llegó la democracia a España,
en la Santa Transición, María Casares vino a Madrid con El Adefesio, de
Rafael Alberti. Se nos desbordó el entusiasmo patriótico y antifranquista, pero
justo es reconocer que El Adefesio fue una desilusión cultural, paralela a la alegría política. Alberti es un gran poeta y un mal autor de
teatro, todo lo contrario de Albert Camus, compañero de María Casares,
apasionado por España a cuyo ingreso en la ONU se opuso en el 46 creo recordar.
Cuando le recordaron a Camus que también en la ONU también estaba Polonia,
comunista, Camús contestó; ¨que haya una puta en la familia no quiere decir que
tenga que haber dos¨. Mi deuda pues, con
María Casares, era también una deuda con LBERT Camus.
La relación amorosa del Premio Nóbel y la gran
actriz, dos seres libres y muy poco convencionales, me pareció siempre
fascinante y con Albert Camus también
tenía deudas pendientes. Después o a la par de Los hermanos Karamazov, de
Fedor Dostoiewski, su novela La peste, me parece lo más grandioso del
siglo XX. Sin olvidar, por supuesto, El
extranjero, absurdo existencialista puro; o La caída, el juez penitente, el juez modelo de cinismo y
desvergüenza. Vuelvo a Camus como el dipsómano vuelve al vino o al aguardiente.
Combat, la Resistencia, Bella Ciao, su enfrentamiento
a Jean Paul Sartre, prosoviétco, que dividía a la izquierda de entonces. A todo esto el Ayuntamiento de la Coruña
pretendía dar forma a un homenaje a tan notable y predilecta y Sabela Hermida aceptó
entusiasmada el proyecto. Ella sería María Casares, Germán Torres sería el
Camus perfecto y David de Loaysa se encargaría de la escenografía y la
dirección. Para mí, escribir un diálogo entre la mítica pareja, romper
emocionalmente a los dos en un desgarramiento cruel de sexo, amor, política y antifranquismo no resultó imposible aunque sí difícil.
Conozco los mecanismos del teatro y sé que a la postre es el director quien impone sus criterios
prácticos y teatrales por encima del texto y la literatura del autor. El
montaje de David Loaysa sacrifica la escenografía a la tensión y se suma
a la teoría esencial de que la ornamentación y el aparataje no pueden entorpecer el movimiento de los actores. Algo así como
el espacio vacío y la ventana abierta de Peter Brook.
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