martes, 22 de junio de 2021

 

Galdós y las mujeres. Texto publicado en ARTEZBLAI, revista de lasArtes Escénicas.

Al hablar de Galdós y sus mujeres no me refiero a la vida sentimental de don Benito que, sabido es, mantuvo una tórrida pasión con  Emilia Pardo Bazán, novelista autora de Los Pazos de Ulloa, feminista radical, narradora importante y decisiva en tiempos en los que Leopoldo Alas Clarin y el propio Galdós eran dos referencias incuestionables y canónicas. Se casó, se separó, tuvo dos hijos, viajó por toda Europa y fue una mujer poliédrica, repleta de experiencias triunfantes y también de frustraciones. Su familia era dueña del Pazo de Meirás del que durante la Oprobiosa los franco  se apropiaron como residencia vacacional de verano.  Pardo Bazán sigue de actualidad, y ahora más, gracias a la imponente biografía de 800 páginas que ha escrito Isabel Burdiel y publicado la editorial Taurus. Y gracias también a la función Emilia que viene representándose en la sala Teatro de Barrio.

Apuntado este breve retrato inexcusable y necesario, diré que las mujeres de Galdos a que me refiero en el título son las mujeres de la guerra de la Independencia contra los franceses, a las que se refiere en los Episodios Nacionales diez y once,  que se alzaron ferozmente el 2 de mayo y continuaron la lucha durante seis años, al lado de los hombres. Bien podría aplicárseles  a ellas una estrofa de un poema heroico que nos obligaban a aprender de memoria en las escuelas del franquismo,

¨´y cuando en hispana tierra

Pasos extraños se oyeron

Hasta las tumbas se abrieron

Gritando ¡!venganza y guerra!!

La capacidad narrativa de Pérez Galdos y sus retratos de mujeres es inmensa. E incómoda. La idea que tiene del pueblo,  como masa desbordada,  es dificíl de aceptar para la progresía de los tiempos modernos.  Por ejemplo, dice así sin ningún pudor ni comedimiento; ¨´el populacho es algunas veces sublime, no puede negarse. Tiene horas de heroísmo, por extraordinaria y súbita inspiración que de lo alto recibe, Pero fuera de estas ocasiones, muy raras en la historia, el populacho es bajo, soez, envidioso y cruel y, sobre todo, cobarde. Todos los vencidos sufren más o menos la cólera de esta deidad harapienta que por lo común, no sale de sus madrigueras sino cuando el tirano ha caido¨. En su narración de los sucesos de la caída de Godoy, es aún más drástico.

Guerra de guerrillas

La guerrilla, hiperactiva, anárquica e imprevisible, frente a un ejército que se mueve por los cánones precisos de la ciencia militar, es invento español. Es algo cuya temible esencia nunca pudo entender Napoleón ni su hermano José Bonaparte, un rey político que para congraciarse con los españoles restableció las corridas de toros, abolidas por Godoy. Parece ser que José Bonaparte era abstemio, pero la mordacidad de los españóles dio en llamarle Pepe Botella y le sacó en coplas

Pepe Botella

Baja al despacho.

No puedo ahora

 que estoy borracho.

Al corto reinado de  José Bonaparte se debe la actual división de las plazas en sol y sombra, la numeración de las entradas.  Estaban los españoles deseosos de ver corridas, pero más lo estaban acabar con los franceses. Los soldados de Napoleón tenían que proteger de la guerrilla a los toreros que se desplazaban a Madrid. Muerte a las amadas corridas de toros si estas venían de mano del francés, alianza con los curas si estos eran curas trabucaires armados de trabuco liquidando franceses, todos empecinados, seguidores del caudillaje de Juan Martín el Empecinado. Los españoles siempre acompañados de curas. Delante, con un cirio o detrás con un garrote.

 La condesa Amaranta, bellísima, culta, madre por pecados de juventud es un personaje fascinador. Su hija secreta es Inés que tarda en descubrir su noble origen, enamorada de Gabriel Araceli, eje conductor de la acción, un pícaro sentimental, un soldado de fortuna,  un combatiente que también estuvo en Trafalgar y Cadiz. En el trazo de Gabriel,  demuestra Galdós su conocimiento profundo de la novela picaresca, sus raíces en Cervantes y en Quevedo. En un momento determinado aparece un personaje femenino delicioso y apasionante, una inglesa de alta alcurnia, metida en enredos políticos,  empeñada en descubrir en España, molinos, gigantes, quijotes y aventuras inexistentes. Su aversión a los franceses pondrá alas a su fantasía. Y no cuento más para no hacer espóiler.

No dejaré de señalar la fuerza y el carisma de una mujer del pueblo que planta cara a un  soldado armado de sable,  que persigue a un rapaz que le había tirado pellas de barro. Esta aguerrida matrona detuvo el gesto del valentón, ¨oiga usted so estandarte,  si toca usted al muchacho, no tendrá tiempo de encomendarse a dios. Si el angelito le roció es porque puede hacerlo y para eso y mucho más lo he parido. Conque siga adelante, punto en boca y manos quietas¨´ Estas son las mujeres de Benito Pérez Galdos, cuya vena melodramática y sentimental, rozando el culebrón horrísono,  es también notable. Estas son las mujeres de Galdós, cuyo insulto máximo para un hijo colaborador de los franceses es llamarlo ¨francés¨ mientras lo abofetea sin piedad.

 

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