Galdós y las mujeres. Texto publicado en ARTEZBLAI,
revista de lasArtes Escénicas.
Al hablar de Galdós y sus mujeres
no me refiero a la vida sentimental de don Benito que, sabido es,
mantuvo una tórrida pasión con Emilia
Pardo Bazán, novelista autora de Los Pazos de Ulloa, feminista
radical, narradora importante y decisiva en tiempos en los que Leopoldo Alas
Clarin y el propio Galdós eran dos referencias
incuestionables y canónicas. Se casó, se separó, tuvo dos hijos, viajó por toda
Europa y fue una mujer poliédrica, repleta de experiencias triunfantes y
también de frustraciones. Su familia era dueña del Pazo de Meirás
del que durante la Oprobiosa los franco se apropiaron como residencia vacacional de
verano. Pardo Bazán sigue de actualidad,
y ahora más, gracias a la imponente biografía de 800 páginas que ha escrito Isabel
Burdiel y publicado la editorial Taurus. Y gracias también a la función Emilia
que viene representándose en la sala Teatro de Barrio.
Apuntado este breve retrato inexcusable
y necesario, diré que las mujeres de Galdos a que me refiero en el título son las
mujeres de la guerra de la Independencia contra los franceses, a las que se
refiere en los Episodios Nacionales diez y once, que se alzaron ferozmente el 2 de mayo y
continuaron la lucha durante seis años, al lado de los hombres. Bien podría
aplicárseles a ellas una estrofa de un
poema heroico que nos obligaban a aprender de memoria en las escuelas del
franquismo,
¨´y cuando en hispana tierra
Pasos extraños se oyeron
Hasta las tumbas se abrieron
Gritando ¡!venganza y guerra!!
La capacidad narrativa de Pérez
Galdos y sus retratos de mujeres es inmensa. E incómoda. La idea que tiene del
pueblo, como masa desbordada, es dificíl de aceptar para la progresía de los
tiempos modernos. Por ejemplo, dice así
sin ningún pudor ni comedimiento; ¨´el populacho es algunas veces sublime, no
puede negarse. Tiene horas de heroísmo, por extraordinaria y súbita inspiración
que de lo alto recibe, Pero fuera de estas ocasiones, muy raras en la historia,
el populacho es bajo, soez, envidioso y cruel y, sobre todo, cobarde. Todos los
vencidos sufren más o menos la cólera de esta deidad harapienta que por lo común,
no sale de sus madrigueras sino cuando el tirano ha caido¨. En su narración de
los sucesos de la caída de Godoy, es aún más drástico.
Guerra de guerrillas
La guerrilla, hiperactiva,
anárquica e imprevisible, frente a un ejército que se mueve por los cánones
precisos de la ciencia militar, es invento español. Es algo cuya temible
esencia nunca pudo entender Napoleón ni su hermano José Bonaparte, un rey
político que para congraciarse con los españoles restableció las corridas de
toros, abolidas por Godoy. Parece ser que José Bonaparte era abstemio, pero la
mordacidad de los españóles dio en llamarle Pepe Botella y le sacó en coplas
Pepe Botella
Baja al despacho.
No puedo ahora
que estoy borracho.
Al corto reinado de José Bonaparte se debe la actual división de
las plazas en sol y sombra, la numeración de las entradas. Estaban los españoles deseosos de ver
corridas, pero más lo estaban acabar con los franceses. Los soldados de
Napoleón tenían que proteger de la guerrilla a los toreros que se desplazaban a
Madrid. Muerte a las amadas corridas de toros si estas venían de mano del
francés, alianza con los curas si estos eran curas trabucaires armados de
trabuco liquidando franceses, todos empecinados, seguidores del caudillaje de
Juan Martín el Empecinado. Los españoles siempre acompañados de curas. Delante,
con un cirio o detrás con un garrote.
La condesa Amaranta, bellísima, culta, madre por
pecados de juventud es un personaje fascinador. Su hija secreta es Inés que
tarda en descubrir su noble origen, enamorada de Gabriel Araceli, eje conductor
de la acción, un pícaro sentimental, un soldado de fortuna, un combatiente que también estuvo en Trafalgar
y Cadiz. En el trazo de Gabriel, demuestra
Galdós su conocimiento profundo de la novela picaresca, sus raíces en Cervantes
y en Quevedo. En un momento determinado aparece un personaje femenino delicioso
y apasionante, una inglesa de alta alcurnia, metida en enredos políticos, empeñada en descubrir en España, molinos,
gigantes, quijotes y aventuras inexistentes. Su aversión a los franceses pondrá
alas a su fantasía. Y no cuento más para no hacer espóiler.
No dejaré de señalar la fuerza y
el carisma de una mujer del pueblo que planta cara a un soldado armado de sable, que persigue a un rapaz que le había tirado
pellas de barro. Esta aguerrida matrona detuvo el gesto del valentón, ¨oiga
usted so estandarte, si toca usted al
muchacho, no tendrá tiempo de encomendarse a dios. Si el angelito le roció es
porque puede hacerlo y para eso y mucho más lo he parido. Conque siga adelante,
punto en boca y manos quietas¨´ Estas son las mujeres de Benito Pérez Galdos,
cuya vena melodramática y sentimental, rozando el culebrón horrísono, es también notable. Estas son las mujeres de
Galdós, cuyo insulto máximo para un hijo colaborador de los franceses es
llamarlo ¨francés¨ mientras lo abofetea sin piedad.
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