Juan Diego. Adiós, hermano.
Nos llamábamos hermanos, pero
hacía tiempo que no nos veíamos. Mi primera imagen de Juan
Diego, es la de un vigoroso y juvenil Segismundo de La vida es
sueño, en Bellas Artes, creo recordar. La última fue la de un decadente Ricardo III,
el cojo, un saco de maldades como lo
define el propio Shakespeare, astuto, criminal y libidinoso. Entre medias lo que más
recuerdo son las tardes en el camerino del Español o del Bellas Artes
donde iba a verlo, o quizá fuera a la inversa, Concha Velasco,
recién separada, o a punto de separarse del director de cine oficial del régimen, pariente de José
Antonio Primo de Rivera, Sáenz de Heredia. O sea que, casi sin solución de
continuidad, Concha, las más bonitas piernas y los ojos más luminosos del cine
español pasó del falangismo liberal de Saenz de Heredia al comunismo disolvente
y heterodoxo de Juan Diego. Yo
hacía de machacante, o asistente, y les
llevaba bocadillos en el descanso entre las dos
funciones, preceptivas entonces, para que no tuviesen que abandonar el teatro.
¨Toma poeta, y cómprate un bocadillo para tí, que tienes cara de hambre. ¨ Era
verdad, pero yo no sabía que se me notase tanto. Eran tiempos duros para todos
y para los cómicos también, y Juan
empezó a luchar por el dia de descanso semanal, más que por la función única de
los cómicos, que se consideraba imprescindible. Cómico era la palabra que más
le gustaba a Juan Diego para definir a la gente de la farándula.
De política, aunque nuestras posiciones
eran más o menos claras y próximas, no
empezamos a hablar hasta más tarde. Yo andaba de ¨compañero de viaje¨´, como se
decía entonces del PCE, aunque sin compromiso vinculante y explícito, pero
detestaba las directrices de Santiago Carrillo y de Dolores Ibarruri,
Pasionaria, exiliados, uno en París y la otra en Moscú o
los dos en Moscú quizá, y que, por razones obvias, desconocían la realidad
española. Para los de fuera, Franco y el franquismo estaban a punto de
caer. La censura había suavizado sus rigores y ello, decían los optimistas irredentos,
era presagio de la caída inminente; la gente de teatro y su mundo era campo
abonado para la subversión. En parte, porque tenían una cultura más amplia de
lecturas teatrales de autores que representaban, necesarias para su profesión.
En parte porque en sus giras por Hispanoamérica, México y Argentina en
especial, percibían otras formas de entender la vida. Enriqueta Carballeira,
Tina Sainz, Paco Casares, José Hervás y un poco más tarde Ana Belén, eran
de lo más beligerantes. Respecto a Nuria Espert, su democratismo de
resistencia, con su marido Armando Moreno, era evidente y fue Adolfo
Marsillach quien mejor la definió, ¨Nuria tiene la virtud de estar
siempre en el sitio exacto en el momento oportuno¨¨ Los de dentro sabíamos que quedaba
Franco para un tiempo, aunque no lo dijéramos por no desmoralizar a la gente. Quedaba el tardofranquismo crepuscular, que moriría
matando, fiel a su naturaleza. Descansa en paz querido Juan Diego,
hermano. Te echaremos de menos, ya en el invierno de nuestra desventura.
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