Un libro y una rosa.
Dedicado a Julia Otero, de periodista a periodista, de
emigrante a ¨´emigranta¨¨. Y de paso al señor Monegal, del que soy fan.
A propósito de San Jordi, fiesta
que acaba de celebrarse el pasado dia 23, me han vuelto los recuerdos de mi etapa
barcelonesa de inmigrante; ahora habitante de Madrid, una rosa y un libro para cada persona que quieres. Tal
refinamiento sólo puede darse en Barcelona,
ciudad de luz y de cultura, la puerta de Europa que era la tierra de
promisión de la gente de Castilla, Andalucía y murcianus. Década de los
sesenta del pasado siglo. Para matar sus melancolías, esta gente inmigrante se reunía, nos reuníamos,
en el Centro Castellano Leonés que estaba en el número 78 de Paseo de Gracia,
creo recordar, casi enfrente del Parque Guell, de Gaudí, el
genial arquitecto que dejó inconclusas las Torres de la Sagrada Familia,
monumento emblemático de Barcelona.
Allí, en
ese Centro Casa Regional de Palencia, Burgos, Valladolid y León, se fraguaban amistades imborrables, amoríos pasajeros y matrimonios indisolubles. Unos
cuantos portales antes, en la misma acera, tenía un despacho el gran poeta de
Arenys de Mar, Salvador Espríu, al que yo, camino del Centro, visitaba una
vez cada quince dias y le leía mis espantosos versos que él siempre escuchaba con
benevolencia. No conservo ningún poema
de entonces. Alguno, fragmentos deslavazados, me queda en la memoria. Por ejemplo,
uno que dediqué a una guapa moza de León, llamada Pilarín, que se había
encaprichado de unas espuelas de vaquero que yo calcé en una fiesta de
disfraces y que me había hecho un amigo del taller de carpintería metálica
donde trabajaba. Entonces en la Vanguardia, aparecían a diario ofertas
de trabajo a mogollón.
¨´Pilarín
para qué quieres espuelas
Si son tus ojos dos puntas
De acero que el alma queman.
Si cabalgas sobre el viento
¿para qué quieres espuelas?
El poema le gustó mucho a Pilarín
y, además, me dieron, por votación popular de los socios, la Flor
Natural cosa que jodió mucho a su novio con el que pensaba casarse, Ricardo,
un guaperas de León, alto cargo de una gran empresa, que se las daba de poeta y se había presentado
también a los Juegos Florales. En realidad, Pilarín no era la que
más me gustaba. Me gustaba Esther,
bajita y muy guapa, que tenía un novio en Burgos, me parece, y con la cual yo
paseaba y conversaba en las excursiones del Centro, aislados de los
demás. La rosa, mi corazón se la adjudicaba a Esther, pero se la había dado ya a
Pilarín. Así que anónimamente, por un amigo florista que me rebajó el precio,
le envié a Esther al Centro una docena de claveles y una rosa blanca.
Nadie averiguó la procedencia, salvo ella. Esther, sigamos llamándola así, me decía a menudo ¨´tú no eres del
Centro, tú llegarás lejos¨´ Tímida y recatada, una tarde abandonó sus defensas
y, derrumbado el baluarte de los labios y
los dientes, me permitió que la besara honda y prolongadamente.
Canet de Mar. Sodoma y Gomorra
El pueblo costero, de la Costa
Dorada, era pura descojonación y desmadre. La concesión del bar y el
restaurante del Centro Castellano Leonés se la habían otorgado a Luci y
a su marido, Manolo Trigueros, exboxeador y campeón de Cataluña de los pesos
medios, un narizotas que presumía de que nadie en el ring, había logrado
tocárselas, gracias a su esgrima perfecta
y juego de piernas. En los meses
de verano y turismo, ambos se trasladaban a Canet de Mar, lugar de
perdición, al hotel Carlos, propiedad de Doña Rosita y de su marido Carlos
Bauer un alemán que yo creo era nazi fugitivo, españolizado por una
catalana. Manolo era jefe de personal y camareros y Luci era cocinera. Me llevaron de pinche de cocina, pero como sabía un poco
de alemán enseguida me pasaron de camarero a la barra, donde resultaba más útil. Decían a
todo el mundo que yo era un estudiante que trabajaba para pagarme los estudios,
cosa que era verdad, y orgullosos, enseñaban
a todos, don Carlos el primero, un ejemplar de El Noticiero Universal,
me parece, donde me habían publicado,
con fotografía personal y todo un cuento
horrible y mal escrito.
Un mediodía muy caluroso Esther fue a verme al hotel con su novio. Venía de la playa, en
bikini y asfixiada. Les invité a una
jarra de cerveza bien fría. Y, si se
atrevían con la cocina alemana, les invitaba a comer. Su novio se limitó a decir este es el
famoso Javier Villán, pues vaya. Como si esperara de mí un Marlon
Brando o un Paul Newman.
Se atrevieron. Y ordené a Juan y a Luci, los
cocineros, que a él le pusieran el peor chucrut, el más ácido, el peor cocido y
fermentado. Por poco revienta. De allí salió una cita a solas con Esther para
pasear una noche por el Barrio Gótico,
lugar sagrado, cerca de la catedral, en el que me gusta perderme cada
vez que voy a Barcelona. No sé si
continuará abierto un restaurante llamado Carpanta, de cocina ampurdanesa
exclusivamente, exquisito, muy próximo a Via Layetana. Llevar allí a una
mujer, por la noche, al Barrio Gótico, equivale o equivalía, a una
declaración de amor irrevocable. Por lo menos irrevocable durante esa noche. Creo
que solo he llevado a dos, una de ellas, años más tarde, mi mujer periodista
también, con la que llevo casado cincuenta años. No sé qué habrá sido de Esther.
Si Esther vive, como deseo, espero
guarde de mí el limpio recuerdo que yo guardo de ella, cuando en Barcelona éramos inmigrantes, pobres y felices.
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