Dos muertes que nos dejan
huérfanos
El ajetreo de estos dias electorales y otras turbulencias políticas, no debe distraernos, al menos no del todo, de dos ausencias que en vida nos hicieron felices
Apenas con una semana de
diferencia se han ido Carmen Sevilla y Francisco Ybáñez, dos seres que,
desde distintos y contrapuestos ángulos, dieron sentido a nuestras vidas adolescentes.
Carmen Sevilla, 92 años, acaso la mujer más bella de España o eso decían.
Arriesgada afirmación, por cuanto en cualquier aldea española siempre fue
posible hallar doncella o vaquera hermosa, dígalo si no, el marqués de
Santillana, don Iñigo López de Mendoza que, en Carrion de los Condes,
Palencia, donde nació, tiene una plaza. Sus serranillas, moza tan fermosa
non vi en la rivera como una vaquera de la Finojosa. Cita aprox. Carmen
Sevilla se casó con Augusto Alguero, compositor
musical y virrey de arreglos y expropiaciones de pentagramas varios, del cual
se separó pasado un tiempo. Cantaba Carmen Sevilla, pero nunca sabremos, o no
lo sabré yo, si lo hacía bien o mal, igual
que nunca sabremos si era buena o mala actriz, pues su carisma y capacidad de
seducción borraba todo lo demás. Yo creo
que era buena actriz y buena cantante de coplas, pero eso era lo de menos. Y generosa
y desprendida en todos y más nobles de los sentidos, que era todo lo de más. El
último recuerdo personal que guardo de ella es una comida en el café Gijón de
Madrid. Una revista o periódico me había encargado una entrevista con ella y me
citó en el Café de los Espejos, en Recoletos frente a la Biblioteca Nacional.
Había reservado mesa, pero la convencí de que estaríamos mejor en el Café de Gijón. Tomamos un parco aperitivo en los Espejos y en el Gijón hicimos
la esperada , esperada por mí, entrada triunfal. Aquel era mi reino, mi casa,
mi patria de hombre pobre sólo rico en
ambiciones literarias y en necesidades. La compañía de Carmen Sevilla aumentó
mi prestigio y mi precaria consideración intelectual y social.
Freno aquí mi imaginación y no
quiero que Carmen le robe más espacio a Francisco Ibáñez, un genio de la
viñeta, del TBO, de los diálogos rápidos e incisivos. Ibáñez retratista de la
España del hambre, del franquismo, sociología del hambre. Historietista. Como
tal se le ha definido. Todo esto, naturalmente, lo aprendí más tarde. Por el
momento, Francisco Ibáñez era el dibujante ágil que nos hacía reír, era Mortadelo
y Filemón , mis preferidos, era Rompetechos, era Carpanta, el
muchacho hambriento que soñaba con bocadillos de jamón, o de lo que fuera,
bocadillos. Cuando mi vida de emigrante, allá por los setenta del pasado siglo,
empezó a mejorar, me aficioné a un restaurante del Barrio Gótico, llamado Carpanta,
donde se comía bien y barato. Francisco Ibañez trabajaba en un banco para poder
comer y, en los ratos libres, dibujaba sus historietas que publicaba la
editorial Bruguera y apenas percibía derechos de autor. Al final dejó el banco y se dedicó enteramente
al TBO.
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