No sé lo que pensará mi amigo Felix Población que escribe un Diario del Aire que ya me gustaría a mí; en este país llamado España, a menudo llamado las Españas, siempre andamos a vueltas con los curas. Una veces delante con un cirio y otras detrás con un garrote. Este es un país bastante cafres que la toma con los curas; y los curas, dejando aparte su sagrado ministerio pastoral, responden no infrecuentemente convirtiéndose en curas trabucaires, o sea con el trabuco al brazo. El cura Merino es el ejemplo que se me ocurre y más a mano tengo para no entrar en sucesos más próximos, la Cruzada misma, o el nacimiento de Eta en las sacristías. O la protección que las mismas, las sacristías, algunas, dispensaron en el franquismo al Sindicalismo de CC OO. Respecto al título de este artículo no es más que lo que es; los curas son los curas, unos señores con sotana o sin ella y los hay buenos y malos. Como ciudadnos, que la valoración de buen cura o mal cura pertenece a otro negociado. Comecuras son los anticlericales furibundos, que no hay muchos, esta es la verdad y distan mucho de ser aquellos enegúmenos de revistas como El Motin, Sin Dios o Frailazo, que otros escriben Fray Lazo. Eso por no citar los tremendos frailes de Goya en sus Caprichos. Ya quisiera la revista Mongolia, o algunos de sus colaboraes/as parecerse a aquellas. Cuando las primeras elecciones democráticas, Fraga Iribarne quiso resucitar el miedo a los comecuras marxistas, en su versión literal y no metafórica, en la persona de Marcos Ana. Acusó a este, que se había pasado mogollón de años en la cárcel, de haber arrancado la oreja a un cura de un mordisco. Era un chaval pero, según Fraga, Marcos Ana ya tiraba al monte del canibalismo eclesial. Los vegetarianos somos pues eso, vegetarianos: ni carne ni pescado, ni chicha ni limona; nos nos comemos a los curas y tampoco nos lavamos en agua bendita. En el fondo nos da igual; pensamos que la Iglesia, como Institución, siempre ha estado al lado del poder, pero que hay curas y monjas abnegados y que sacrifican por sus hermanos en Cristo. Ahí es donde queremos ver a Papa Francisco. Mano dura.
He conocido curas de todas las capas y pelajes, pero no había conocido a ninguno que hubiera escrito un libro tan serio, tan profundo sobre Manolete, Pedro Ballester Lorca: de lo estrictamente taurino, a lo humano y lo político. Hay curas y curas; está, por ejemplo, el padre Muinos al que Alberto Estella, de Salamanca, cede todos los derechos de su libro de columnas y artículos, para ayudar al Proyecto Hombre. Aún no tengo el libro presentado ayer u hoy, pero tan pronto como lo consiga, me ocuparé de él, de la prosa rica y certera de Alberto Estella y de los beneficios que destina al Proyecto Hombre, del prebítero pasre Muinos. Cristina Cerezales Laforet, que vive parte del año en Algeciras y hoy ha presentado en la libreria Alberti El pozo del cielo, su última novela, me habla con entusiasmo del Padre Patera, dedicado a la protección y salvaguarda de prófugos negros, inmigrantes a la merced del mar. Conociendo a Cristina Cerezales, no me extrañararía que después de haber dejado la pintura por la novela, acabara dedicándose a las misiones de las olas con el Padre Patera. La perdimos para la pintura y sería malo perderla para la novela en la que ha entrado ya con fuerza imparable.
Volviendo a Pedro Ballester Lorca, cuyo libro me ha mandado Conrado Abellán, Como un ciprés. Manolete, ha escrito un libro voluminoso, trabajado a conciencia y producto tanto de la fé en el Monstruo y su significado histórico y social, como de su afán de erudito y su afición a los toros. Es muy difícil aportar algo nuevo sobre Manolete, el torero con más bibliografía de la historia y sobre el cual se ha escrito desde todos los ángulos y trincheras. Tal fenómeno parece impensable hoy y para que se repitiese, aunque fuese de lejos lejísimos, tendría que ocurrir una desgracia, dios no lo quiera, a la cual le faltaría por añadidura, la base mítica que en vida tenía ya el califa cordobés. Como un ciprés es un libro beligerante, polémico y que se va al pitón contrario sin escurrir el bulto. Como Manolete en la cornada fatal de Linares; en corto y por derecho.. Y, como el cura Pedro Ballester da nombres y apellidos de los detractores del fenómeno cordobés, sera un libro controvertido. Lo primero que leí sobre Manuel Rodríguez fue lo de Narbona el periodista sevillano, padre de la ministra Narbona que hace pocos años quiso abolir los toros. Tengo para mí aquello fue una venganza freudiana, un intento de matar al padre, franquista se supone, o no, da igual, por parte de una Ministra sociata
Me he parado especialmente en la parte final, la que el autor rotula como La leyenda negra que no cesa en la que, para desmentirla, Ballester se emplea más a fondo. Esta se componía de una serie de elementos que supuestamente marcaron su vida, como la adhesión incondiconal al Régimen, ser su apéndice propagandístico. La relación en México con el exilio, en especial con Indalecio Prieto, desmiente esa filiación política lo cual alarmó, cierto, al franquismo. Manolete era un ser triste que sólo alegró su vida cuando se enamoró de Lupe Sino, casada con un exiliado, comisario anarquista de Cipriano Mera. Aquel escándalo tampoco lo acredita a Manolete como apéndice del nacionalcatolicismo. Se lo ha presentado como un degenerado, alcohólico y drogadicto, de orgía en orgía, pervertido por la lujuria y el desenfreno sexual de Lupe que acabó con su vida. Ballester rebate con énfasis estos extremos y otras atrocidades; pero absuelve de responsabilidad, o eso meparece, a Camará y Alvaro Domecq en el trato vejatorio que dieron a Lupe Sino, antes en y después de la muerte de Manuel Rodríguez. Hay evidentemente puntos oscuros en la historia de Manolete, entre ellos el destino de su cuantiosa herencia, que nunca dejarán de sobrevolar sobre la memoria del apoderado y del rejoneador. Pero se esté o no de acuerdo con Pedro Ballester Lorca, Como un ciprés: Manolete, es un libro serio, beligerante y que maneja una enorme documentación; además de defender una serie de opiniones en muchos casos irrebatibles. La sagacidad de Ballester lo lleva a señalar, no sin cierta ironía, el paralelismo antagónico que algunos pretenden establecer entre Manolete y José Tomas: aquel, un torero franquista; este un torero republicano. Como novedad más llamativa, el autor recoge, a título puramente informativo, la más reciente teoría de un suicidio consciente e incluso de una "muerte planificada"; es decir, un asesinato por lo más retrógrado del franquismo. !Jesús, qué cosas!.
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