Gran Gozo experimentó el chavalillo juguetón que ya gateaba entre las pezuñas de la mula y la vaca, cuando vió que, a la entrada de la cuadra, se paraba el carro de la Farándula. El carro de Tespis, lo llamaron luego y otras cosas peores. Una tropa alborotadora que, como él, era indiferente al frio y al calor. "Esta gente me place porque son unos descomulgadoss", dijo el niño, ante la incomprensión de María y de José. "En verdad os digo, padres míos, que a estos habrán de crucificarlos en los maderos de la censura y en el Golgota del IVA, peores expolios, tengo para mí, que las tasas e impuestos de Herodes y de los romanos malditos".
La tribu de la Farándula encendió fuego y en derredor de él se dieron a la danza, la parodia y los jeribeques. Cristo Jesús ya empezaba a hacer de las suyas y logró que la mula estéril diese abundante leche y la vaca, sin concurso de toro, pariese un ternerillo que diera alimento a los cómicos durante varios dias. Entre tanto, los cómicos idearon un artificio teatral en el que Jesús acababa crucificado entre dos ladrones, los dos malos, que por eso eran ladrones; uno, un centurión romano de mano larga, apodado el Montoro que se haía quedado con la polenta y las aceitunas de las legiones; y otro un conspirador de costumbre, llamado Rubalcaba, al que algunos extremistas acusaban de traición a la facción más radical de las fuerzas antiromanas. Hubo discusiones entre la grey farandulera sobre a quién más crucificar: si a Bárcenas, el recaudador infiel, a Rajoy, cómplice por omisión y encubridor de un su amigo; a Barrionuevo y Vera, generales de la guerra sucia contra ETA y a no sé cuantos más.
Irene Escolar se pidió el papel de María de Magdala y Alain Hernández el de Judas Iscariote y Enric Benavent el de Pedro sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Faltaban cruces y, además, Jesús se cabreó con los autores del libreto, Diego Botto y la gente de Animalario, por tendenciosos, diciendo que ya estaba bien de cruces y cada cosa a su tiempo. La cruz ni nombrarla, que era como mentar la soga en casa del ahorcado, y se acabó la fiesta. Pero no se acabó y de aquella aventura salieron los cimientos del teatro medieval y del teatro español, de mano de Gómez Manrique, señor de Amusco (Palencia) y tio de Jorge Manrique, el de las Coplas y señor de Paredes de Nava, también de Palencia. Ello fue El auto de los Reyes Magos, lo cual plugo mucho a una juglaresa de nombre Ana Zamora.
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