lunes, 8 de febrero de 2016

HISTORIAS CAFRES DE TÍTERES Y NAVAJAS


 

Los titiriteros, a la calle

Lo primero y principal, ¡fuera de la cárcel los titiriteros de Celia Mayer! Ni un minuto más, mientras siguen libres Rato, Griñán, Chaves, Rita Barberá, Camps et alii. No hay color entre el saqueo del Estado y la orfandad creativa de unos trabajadores del títere, contratados por Celia Mayer, a la que algunos de sus coleguis municipales empiezan a llamar Mein Führer . Yo creo que la Celia lo ha hecho al buen tuntún pues el teatro le importa un carajo; si no tuvo la cortesía de ir al Teatro Español a saludar a una bellísima octogenaria, Elena Aub, el día del estreno de Antes en algún lugar, por qué coños va a enterarse de qué van los títeres y el Carnaval. La derechona de este país (Umbral), necesita poco y viene esta panda a darle gasolina para que encienda las hogueras. Otra vez Torquemada y la Inquisición; y otra vez el izquierdismo tabernario y matón.

El arte de las marionetas es un arte noble y honroso. Tanto, que los militares borrachuzos de La Torna, cuando querían ofender  a Boadella y  Joglars, los llamaban titiriteros. Como Valle Inclán en Los cuernos de Don Friolera, prefiero los viejos tabanques del guiñol al teatro dogmático  calderoniano. Lorca y Valle son, en el fondo, eminentes titiriteros. Amo los títeres y las marionetas como elementos genuinos de sátira y carcajada. Entre los fugitivos del videlazo cruento llegaron a España algunos titiriteros, como Teuco Castilla y El Guaira. Montaban su tabanque en el Retiro ante una turba infantil fascinada y los amigos pasábamos el plato. Muchos de los infantes preferían darles las monedas a las propias marionetas a las que amaban. Mañana memorables de sábados y domingo.

Llamar titiriteros y artistas a estos cafres asilvestrados es una injuria a los títeres, a Lorca, a Valle y a todos los marionetistas, que en el mundo han sido y serán. La apología de ETA, que ya no existe,  resulta difícil discernirla en este caso. Hay leyes sobre el asunto, grave sin duda ante un público infantil y sin discernimiento, y ellas decidirán. Lo peor es la zafiedad y la ignorancia. Estos titiriteros contratados por Celia Mayer para el Carnaval de Madrid -seguro que con el desconocimiento pasivo de Manola Carmena- ensucian la anarquía,  que es  una idea noble y honrosa; cercada por la banda de Zapata, Rita Maestre y Celia Mayer, Manuela Carmena no está exenta de culpa. Debe destituirlos o marcharse. No debió venir y esta etapa de alcaldesa ninguna gloria aporta a su trayectoria política. Resumiendo, estos titiriteros del escándalo no son anarquistas, revolucionarios, subversivos, ni dios que lo fundó. Son zafios y bobos.  Para subversión y chacota, las chirigotas de Cadiz.  Que los suelten y se ganen la vida como puedan. No creo que los títeres vayan a darles de comer por mucho tiempo.

Pablo Iglesias, el gentleman cortesano

El otro tema o cuestión es el esmoquin de Pablo Iglesias en la ceremonia de los Goya. Celebro los Goya, unos Oscar de la provincia   del Imperio, porque siempre le cae algún cabezón a algún amigo/a. Y porque los organizadores llevan a la ceremonia la “conciencia crítica” que son incapaces de llevar a sus obras de creación burguesas. Con la que está cayendo y la estrella fue Pablo y su esmoquin que eclipsó la pechuga abierta, sin corbata, de Pablo Sánchez. Iglesias no es Lenin, es un Goebels de la izquierda con un refinadísimo olfato  de la propaganda;  cortesano en los Goya y agitador en la Zarzuela tiene el mismo sentido.  Comprobado que la cuestión indumentaria no es problema para Pablo, si yo fuera Felipe VI, en la audiencia próxima le impondría la chaqueta y la corbata.  Aún quedan restaurantes en Madrid donde no se puede entrar en mangas de camisa, cuanto más en la Zarzuela.  La señora del guardarropa te alquila una corbata y una chaqueta que no sé cuántos olores de sobaco acumulan. Yo fui una vez y no he vuelto.

2 comentarios:

  1. YO,, que opino lo mismo en todo, no lo habría sabido escribir tan bien, tan de dos orejas en Las Ventas. Un abrazo.

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  2. ¡Bravo Villán! ¡Qué lucidez!

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