jueves, 20 de agosto de 2020

Paloma Cuevas...la gran dama universal

 

Paloma Cuevas, la gran dama

Paloma Cuevas llora sobre el hombro de su suegra, el desamor de Enrique Ponce. Siempre, en la iconografía taurina, la mujer del torero y la madre, lloraron y rezaron juntas esperando las noticias de la plaza….”todo bien”. Y entonces se apagaban las lamparillas a vírgenes y cristos protectores. Ignoro si Paloma Cuevas hacía esto, nunca me pareció una mujer convencional. Enrique Ponce, tiene  derecho a ser feliz  con su nuevo amor, una veinteañera a la que saca treinta años de edad. Es cosa de Enrique y la veinteañera y no seré yo quien saque a relucir la máxima de Castelao “los viejos no deben enamorarse”. Este artículo nada tiene que ver con ese tórrido asunto   propio del Hola y las revistas del cuore y la entrepierna. Retomo con estas líneas,  mi serie de antaño…”retratos al vitriolo o al pastel” que,  tratándose de Paloma, debo titular forzosamente al pastel.

La primera vez que vi a Paloma Cuevas fue una tarde de diluvio en la Maestranza. Ni siquiera mi impermeable, una capa verde propia de guardia civil, me libraba de la tromba de agua bajo la cual, en esos momentos, los toreros se jugaban la vida. De una de las bocanas de acceso a los graderíos surgió Paloma Cuevas para cobijarme bajo un paraguas. Me sorprendió el gesto pues era mi época de crítico en El Mundo más dura con Enrique Ponce y  cuando empecé a prodigar la teoría de que Ponce ponía la muleta donde tenía que ponerse él.

Coincidí con ella en un acto cultural en el Palace, e hicimos desde la tribuna un parlamento al alimón que fue muy aplaudido, más a ella que a mí. Y  elegantemente ovacionó  la laudatio que de Ponce, hizo Vicente Zabala de la Serna, que días antes en el ABC lo había llamado Quique y Enriquito desde un entusiata, aunque no insólito, fervor tomasista. Bella, inteligente, elegante. Y muy culta en varios idiomas.  Les enviamos Ana y yo al paseo de Nazaret, unos cuadros de nuestra numerosa colección  particular. Nunca supimos si le habían gustado pues, ignoro  por qué circunstancias, aplazamos una cena prevista primero en su casa y luego en la nuestra, donde si nos aburríamos siempre podíamos ver cuadros. Meses más tarde, en una cena homenaje a Victoriano Valencia, a la que ni Ponce ni Paloma asistieron, Victoriano me dijo, “con Paloma nunca te aburres, es cultísima;  lo difícil es estar a su altura.”

La última noticia directa que tuve de ella fue una inmensa corona de flores que, al morir mi suegra,  enviaron al tanatorio;  “A Gaby, una gran poncista, de Paloma  y Enrique”.Por estas y otras muchas razones viene hoy a inaugurar esta nueva edición de “Retratos al vitriolo o al pastel” Paloma Cuevas. Obviamente es un retrato al pastel.

 

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