Paloma Cuevas, la gran dama
Paloma Cuevas llora sobre
el hombro de su suegra, el desamor de Enrique Ponce. Siempre, en la
iconografía taurina, la mujer del torero y la madre, lloraron y rezaron juntas
esperando las noticias de la plaza….”todo bien”. Y entonces se apagaban las
lamparillas a vírgenes y cristos protectores. Ignoro si Paloma Cuevas hacía
esto, nunca me pareció una mujer convencional. Enrique Ponce, tiene derecho a ser feliz con su nuevo amor, una veinteañera a la que
saca treinta años de edad. Es cosa de Enrique y la veinteañera y no seré yo
quien saque a relucir la máxima de Castelao “los viejos no deben
enamorarse”. Este artículo nada tiene que ver con ese tórrido asunto propio del Hola y las revistas del
cuore y la entrepierna. Retomo con estas líneas, mi serie de antaño…”retratos al vitriolo o al
pastel” que, tratándose de Paloma, debo
titular forzosamente al pastel.
La primera vez que vi a Paloma
Cuevas fue una tarde de diluvio en la Maestranza. Ni siquiera mi
impermeable, una capa verde propia de guardia civil, me libraba de la tromba de
agua bajo la cual, en esos momentos, los toreros se jugaban la vida. De una de
las bocanas de acceso a los graderíos surgió Paloma Cuevas para
cobijarme bajo un paraguas. Me sorprendió el gesto pues era mi época de crítico
en El Mundo más dura con Enrique Ponce y
cuando empecé a prodigar la teoría de que Ponce ponía la muleta donde
tenía que ponerse él.
Coincidí con ella en un acto
cultural en el Palace, e hicimos desde la tribuna un parlamento al alimón que
fue muy aplaudido, más a ella que a mí. Y
elegantemente ovacionó la
laudatio que de Ponce, hizo Vicente Zabala de la Serna, que días antes
en el ABC lo había llamado Quique y Enriquito desde un entusiata,
aunque no insólito, fervor tomasista. Bella, inteligente, elegante. Y muy culta
en varios idiomas. Les enviamos Ana y yo
al paseo de Nazaret, unos cuadros de nuestra numerosa colección particular. Nunca supimos si le habían
gustado pues, ignoro por qué
circunstancias, aplazamos una cena prevista primero en su casa y luego en la
nuestra, donde si nos aburríamos siempre podíamos ver cuadros. Meses más tarde,
en una cena homenaje a Victoriano Valencia, a la que ni Ponce ni Paloma
asistieron, Victoriano me dijo, “con Paloma nunca te aburres, es
cultísima; lo difícil es estar a su
altura.”
La última noticia directa que
tuve de ella fue una inmensa corona de flores que, al morir mi suegra, enviaron al tanatorio; “A Gaby, una gran poncista, de Paloma
y Enrique”.Por estas y otras
muchas razones viene hoy a inaugurar esta nueva edición de “Retratos al
vitriolo o al pastel” Paloma Cuevas. Obviamente es un retrato al pastel.
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