Jaime Siles; generosidad y
rigor intelectual
Mi deuda con Jaime Siles es
inabarcable y nunca la saldará un breve artículo. Me parece recordar que nos
conocimos allá por los años setenta del siglo pasado, como jurados de los
Premios de la Nueva Crítica. No estoy muy seguro. Hoy compartimos algunas
cosas, entre ellas el amor al teatro: ambos formamos parte del Jurado del Valle
Inclán, organizado por Luis María Anson que ha llegado a pedir para Siles un
sillón en la Academia. Infructuosamente. La Academia no aceptó a Rafael
Alberti, que se meó en sus muros: tardó en aceptar a María Moliner, autora de
un diccionario de la lengua, imprescindible. Y, pese a Fernando Lázaro
Carreter, presidente, que se lo había prometido, también cerró las puertas a
Francisco Umbral.
En mis tiempos de cronista taurino del Mundo, aunque a Siles no le
gusten especialmente los toros, compartíamos mesa, y sobre todo sobremesa
nocturna, en el Cañal, en Fallas y Feria de Julio en Valencia. Es un gran
poeta, de palabra exacta sin barroquismos, sin adjetivaciones
ornamentales. Y un amigo. Le puso
prólogo a la antología de mis versos, El corazón cruel de la ceniza, y
con pocas líneas definió magistralmente mi condición de poeta y de periodista
como modelo de independencia y soledad, ajeno a grupos y modas. Puede que nunca
pueda yo ponerme a la altura de ese
prólogo. Espero que, pasados estos tiempos de aflicción, de absoluto
confinamiento para mí, volvamos a encontrarnos.
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