Visión personal. Retrato a punta seca.
Lo recuerdo a Gómez, por primera vez, en
Arturo Ui, Hitler en estado de pureza elemental, La resistible ascensión de
Arturo Ui. El título creó cierta confusión entre la gente, y era frecuente que
se cambiara por irresistible, o sea imparable, con lo cual se presentaba el
ascenso de Hitler como algo fatal e inevitable sin que la sociedad que
lo alzó tuviere ninguna culpa. Por el contrario, el término resistible
demuestra que a Hitler se le pudo parar a tiempo. Pero se le dejó hacer,
reconociendo en él el destino superior de la raza aria. Por entonces yo no
conocía, y quizá no se hubiera publicado, La lengua del III Reich, de Victor
Klemperer, un judío despojado de su cátedra y todos sus derechos, marcado
ostentosamente por el triángulo amarillo delator. Desde hace tiempo La lengua del III Reich es
uno de mis libros de cabecera.
Con Jose Luis Gómez he
dialogado a veces sobre el dolor y las dificultades del hombre para afrontarlo.
A mí, más que el dolor propio, me preocupa y desconcierta, porque no puedo
comprenderlo, el dolor de los niños. Si el dolor es un castigo, ¿cómo puede
castigarse la inocencia?. Me turba el pasaje de Los hermanos Karamazov en que
describe la risa limpia y clara de los niños, momentos antes de ser atravesados
por las bayonetas de los soldados. Si por algo me sigue impresionando Mortal y
rosa, de Paco Umbral, es por su desesperación ante el dolor de su hijo, Pincho,
muerto del mal azul a la edad de seis años. En La peste, el doctor Rieux
impotente ante el avance de la epidemia y la mortandad de niños llenos de
llagas y bubones, reniega de un “dios que permite el sufrimiento de un niño”.
Con José Luis Gómez, he hablado
de teatro pocas veces. Él habla de teatro en sus montajes, yo desde mis
críticas de las que, como las de otros periodistas, le interesa la capacidad
analítica más que el elogio o la descalificación. Tuve el privilegio de que me
permitiera asistir a uno de sus ensayos en la Abadía y pude comprobar la
disciplina reverencial, por decirlo con palabras suaves, con que actores y
actrices seguían las pautas implacables que les marcaba. Luego, algunos me
confesaron que ese ensayo había sido inusualmente permisivo para lo que
“acostumbra a ser José Luis”. Nada me parece hay escrito sobre tema. Miguel
Mihura dejaba a los intérpretes a su albedrío y Ramón Paso también.
Pero en este percibo lo que se llama mano de hierro en guante de terciopelo. Y
algo parecido en Miguel del Arco, por ejemplo. O en Israel Elejalde. De
incógnito y sin que los intérpretes lo supieran, he asistido, con la
complicidad de director o directora, a algunos ensayos. Es una situación
delicada que no aconsejo, pues es normal que el director o la directora quieran
saber la opinión de un crítico, antes de que se apaguen las luces y se alce el
telón.
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