Estupor y enigmas del suicidio
Se ha suicidado VERONICA FORQUE,
una de las actrices de comedia, más populares y queridas de España.No soprende el suicidio, soprende la forma de ejecutarlo una mujert AHORCÁNDOSE, COLGADA. Es una forma abrupta habiendo barbitúricos, sobredosis como se supone acabó Marilin Monroe El gran
escritor gaditano, In memoriam, Eduardo
Tijeras, escribió El estupor del suicidio, acaso incompleto, pero
definidor de la naturaleza del mismo. Digo incompleto porque, posiblemente, no
tenía noticia de todos los suicidas famosos, por no hablar naturalmente, de los
suicidas anónimos. En el año 2020 se suicidaron en España 3941 personas, de las
cuales un veinticuatro por ciento eran mujeres y un setenta y seis por ciento hombres.
La tendencia de edad es de los 65 años
para arriba. Pero resulta alarmante el índice creciente de suicidios en la
juventud y adolescencia. Hace años me
sorprendió descubrir que Suecia, un país
desarrollado, rica y claro exponente de la sociedad del bienestar y la cultura,
era la más abundante en suicidas. No lo
parecía cuando las suecas empezaron a llegar a España en la década de los setenta
del pasado siglo, a tostarse al sol en bikini durante el dia en las costas
mediterráneas, y pasarse por la piedra a
estudiantes, camareros y albañiles por la noche. En mi libro, publicado por editorial
Akal, Y llegaron las suecas, he
dejado constancia de ello. En realidad, más que suecas, que también, las que
llegaban a la Costa Dorada y la Costa Brava eran alemanas y
austriacas. Pero a todos efectos de fornicio, libaciones y librepensamiento era
lo mismo. Es decir, por ningún lado , en
suecas y asimiladas, aparecían síntomas de suicidio. Un aliciente que añadía
morbo a la cuestión era provocar algún incidente no arriesgado en demasía, con la Guardia Civil. Por entonces, signos de la España auténtica y
verdadera eran los toreros y los Guardias Civiles, con sus respectivos signos
diferenciadores, el traje de luces, el uniforme, la montera y el tricornio. Mi ocupación
en el Hotel Carlos era doble, servir
de camarero y organizar excursiones con
las agencias de viajes, las cuales proporcionaban buenos ingresos y ganancias.
Y organizar capeas con vaquillas resabiadas que se cebaban en el culo de las
suecas y se hartaban de darles revolcones a ellos y a ellas. Una foto plantándole cara a
la vaquilla, aunque el pase no llegara a consumarse, la pagaban a precio de
oro.
El único intento de suicidio que recuerdo fue
el de Armando Ortiz, un colombiano que estudiaba textiles en Canet de
Mar y estaba perdidamente enamorado de Montserrat, una cordobesa dueña de una pensión y un bar en la playa cuando nos descubrió una madrugada durmiendo
en el chiringuito. Antes de adentrarse
en el mar, como una Virginia Woolf sudaca y en masculino, Armando me
había abierto la cabeza de un botellazo. Se lo perdoné al instante pues yo
también había sufrido transitoriamente mal de amores. Montserrat carecía de
todo sentido de la fidelidad y los alemanes la veneraban. Como intento de suicidio contumaz y
persistente yo podía considerar la vida de her Fritz y frau María, amigos
de her Carlos, el dueño, que durante un mes, los traía a España a mesa, mantel y cama. Her Fritz murió una
madrugada, de un ataque al corazón, y
frau María se quedó viuda, empapada de alcohol, bebiendo incansablemente una mezcla simultánea
de cerveza y snaps, un orujo seco y
fortísimo. Durante un tiempo, me sentí culpable de la muerte de her Fritz, pues
hubiera bastado con cerrarle el grifo dado que era yo quien le servía. Nunca
supe con certeza el origen de amistad tan profunda. Her Fritz me contaba
que Carlos Bauer podía jugar en
la guerra, de barco a barco, hasta
cuarenta partidas simultáneas de ajedrez.
Tabú y condenación
Hasta no hace mucho en España el
suicidio era tema tabú, secreto e intocable.
Sabíamos los ilustrados que Larra, Fígaro, se había pegado un
tiro por el desamor de Dolores Armijo que Buero Vallejo reflejó
en La detonación y que Hemingway, amante y divulgador de los
sanfermines, también había puesto fin a su vida. En 1964, Juan
Belmonte, el revolucionario del toreo, el genio, ángel de sombra como lo definió
Bergamín en El arte de birlibirloque, se había levantado la tapa
de los sesos. Belmonte había anunciado que el dia que la garrocha de arriba, el
palo, y la garrocha de abajo, la polla, no le funcionaran se quitaría de en medio. Cumplió la promesa tras una mañana acosando toros y provocando un
infarto que no llegó. No es frecuente el suicidio entre toreros. Les es más rentable como gloria inmortal, dejarse matar en el ruedo. Juan Ordóñez, banderillero de su hermano Antonio,
el coloso, casado con Paquita Rico, se suicidó. Y Paquito Muñóz,
un torero modesto ya retirado, se
tiró al Tajo en Toledo desde el Puente San Martín. Ordóñez
tardó tiempo en creerse la muerte del escritor. Católico y creyente, su fe le
enseñaba que todo suicida está condenado al infierno por quitarse una vida que
es patrimonio y derecho sólo de Dios. Salvo en cosas de religión y toros, Ordóñez tenía mucha guasa, con un punto malaje.
En un tablao de Sevilla le abrió el bolso a Oriana Falaci y
repartió su dinero entre cantaores,
guitarristas y bailaoras. La belicosa e irascible periodista italiana le soltó dos bofetadas de órdago a la
vez que le gritaba, ¡!vaquero, fascista!!
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