lunes, 8 de mayo de 2023

NO HAYA BURLAS CON CALDERÓN

EL DIA MATAMOS a CALDERón de la BARCA en el Café Gijón

Entre la fauna y la flora del Café de GIJÓN, auténtico ROMPEOLAS de todos los LETRAHERIDOS de ESPAÑA, el dia que pegamos un tiro a Calderón de la Barca, literalmente, no fue un dia de luto y no hubo duelo, sino jubilo. Créanme que, en COSAS gijonescas sé no poco, y también no poco alcanzo de las calderonianas. No tanto como Ignacio AMESTOY, que en cuestiones de CALDERÓN lo sabe todo. O sea que como Pico de la Mirándola, el renacentista omnisciente, Ignacio puede hablar, en lo referente al autor de La vida es sueño, de omne re scibili et quacumque allia. Es decir, ¨´de todas las cosas que se pueden saber y de cualquier otra.¨

 Ignacio acaba de publicar en una excelente edición de la afamada Biblioteca Castro, un libro que será admiración de los tiempos presentes y, aún más, iluminación de  tiempos venideros. JUAN PEDRO CALDERON de la BARCA, al que aludo,  se quitó el Juan para mayor identidad con el vate del Siglo de ORO. Para más inri, también escribía comedias, horrendas comedias para las que no hallaba ni director ni actores ni teatro. Era hombre acaudalado y se sentaba a la mesa de los poetas impecunes, ya que gozaba con nuestra compañía. Nos leía sus engendros y aplaudíamos con fervor, que obligación era, pues pagaba los abundantes vinos que trasegábamos incontinentes. Un dineral le costaba sus éxitos a Pedro Calderón de la Barca.  Pero un dia a punto estuvo de romperse esta relación lúdico comercial y todo el Café concluyó que se había consumado una tragedia, aunque prevaleció el sentido del humor de don Pedro. Ya que no talento para la escritura, don Juan Pedro Calderón de la Barca demostró grandes habilidades  para la interpretación y el enorme sentido del humor que, con precisión,  explica  Ignacio Amestoy en su impecable estudio de ediciones Castro, Calderón esencial, del cual prometo ocuparme ampliamente los próximos dias.  La seriedad del faro y guía contrarreformista del Siglo de Oro, la purgó éste, creo yo, con sus comedias de enredo, filigranas de gran sutileza y humor.

 Ocurría que entre los poetas impecunes del Café, había uno muy adinerado y muy burgués, Helio Robles, ingeniero muy brillante en asuntos de informática, con un irreverente sentido del humor. Una tarde, de pronto,  sonó  un disparo y en el silencio cementerial que sobrevino, se oyó la voz de Helio Robles que, con una pistola de fogueo en la mano, clamaba, ¨´Te dije que no volvieras a escribir comedias ni tragedias. Tú te lo has ganado, avisado estabas¨´. Juan Pedro Calderón de la Barca, hizo un muerto de rara perfección  yacente  inmóvil  sobre la mesa.  No recuerdo cómo acabó aquello. Creo que, más por guardar las formas que por convicción, los dueños del Café Gijón, que eran primos,  Pepote el Grande y Pepe,  al que llamábamos el mono,  nos expulsaron y prohibieron la entrada en el local durante  una semana


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