MARIA TERESA LEON. Flor de melancolías
Aprovechando la publicación de MI
VIDA CON ALBERTI, el amoroso y
vitriólico libro de Maria Asunción Mateo rebautizada por Rafael como Altair, la estrella inalcanzable y luminosa, quiero dejar aquí mi
visión primera de Maria Teresa León,
una historia de melancolías. Vaya de
paso el imponente respeto casi sagrado y admiración, que Mateo manifiesta por
María Teresa. Espero que mi arbitraria memoria no me haga traición. Mi primera
visión, y la última, inseparablemente unidas van unidas a Casa Pedro donde un mediodía la conocí personalmente, un figón de la calle Factor número
ocho, casi esquina a la calle Mayor, enfrente
de Capitanía General. Cuando resultaba imposible hallar mesa en Casa Pedro,los
hambrientos recalaban en Casa Ciriaco,
también de buen comer y a escaso cuarenta metros de distancia. En Casa Pedro, en
las Cuevas de Pedro, un laberinto ad hoc para clandestinidades, prosoviético
sin fisuras, se enseñaba ruso, él no sino unos profesores de su cuerda. Pedro,
comunista ortodoxo, odiaba a Rafael
Alberti en aquellos momentos emparejado
en Roma con Beatriz Amposta a la que
también odiaba.. Pedro asaba el lechazo, su plato emblema, como
los ángeles asadores y cocineros, si es que hay tales, en un horno justo nada
más bajar las escaleras de entrada. Había que reservar mesa con mucho tiempo,
pues el lechazo gustaba incluso a los
franquistas que entraban allí tapándose los ojos ante las fotografías que
adornaban el local, Marx, Lenin,
Pasionaria, Carrillo, Lister…El asado de Pedro se imponía a las ideologías,
de las que Pedro nunca abdicó, y puede
que lo librara de algún que otro contratiempo policial.
María Teresa comió asado, muy poco y al cuidado de una servicial joven que la acompañaba solícita.
Luego, cuando nos quedamos solos, cantó asturianadas, que se le daban muy bien,
y se acordó de Rafael, “ me ha dicho que no tardará en regresar, le estoy
esperando”. En Casa Pedro trabajaba de camarero, Paco Moyano, cantaor de flamenco, granadino también, de la extrema
extrema izquierda que cantó una soleá aproximada en honor de María Teresa. Creo
que Moyano hizo de chofer de Rafael, o quizá de Marcos Ana, no recuerdo, en
la campaña electoral.
La visión última de María Teresa
también está vinculada a Pedro. Un dia la secta cuasi religiosa de los
teresianos y los cantaores Morente, Meneses y Moyano recibimos la
convocatoria urgente de reunirnos a cenar en la casa de Vallehermoso, creo, de
María Teresa. Estaba con ella Aitana
Alberti, su hija, a la que María
Teresa reprochó hubiese puesto servilletas de papel, en vez de las servilletas
de hilo y la cubertería de plata que tenían en casa. Era la misma María Teresa exquisita,
de formas y gustos refinados a la que se atribuía ir al frente durante la
guerra, con una pistola de cachas de nácar, circunstancia que yo no he podido comprobar.
María Teresa de Alberti, siempre enamorada de Alberti. No me extraña que Asunción Mateo temiera siempre no estar
a su altura.
A los postres, el impetuoso y
visceral Pedro tomó la palabra y propuso
un rotundo Manifiesto de condena a Rafael de los intelectuales españoles, que
María Teresa no escuchó, pues estaba hablando con Ana Merino, mi esposa, a la que confundía con una colaboradora que
la ayudó en la acogida en Moscú de los
niños españoles, los niños llamados del
36, entre los que se encontraba Ángel
Gutiérrez, al que yo, cuando volvió
a España traté mucho y del que aprendí a ver a Chejov, via Vagtangov, de
otra manera. Me negué a suscribir la carta contra Alberti aunque desaprobara su abandono de María Teresa, sin la cual
Alberti no habría sido Alberti. Y al
dia siguiente logré se publicara en el diario vespertino Pueblo, de los Sindicatos Verticales, una foto de grupo con María Teresa en el centro, cuyo pie decía más o menos, un grupo de poetas, pintores, cantaores y
artistas españoles rinde homenaje a María Teresa León. No volví a
verla, por cual esta es mi visión última de María Teresa León, sin la cual Rafael nunca habría sido
Alberti.
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