El JULI
SE RETIRA TRAS 25 AÑOS DE ALTERNATIVA
Julián López era un niño
madrileño que venía de México y llevaba la marca del triunfo y de la gloria en
los vuelos de su capote. Un niño prodigio entonces; “un torero de época”, dicen hoy los juligans más fervorosos. Un
torero de época, no porque toree como
Joselito, Belmonte Gaona, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín y Curro
Vázquez juntos, sino porque, tras 25 años de alternativa, ha roto todos los
registros; en corridas, orejas, puertas grandes y dinero. Se va y no creo que
vuelva, que reaparezca como tantos otros han hecho acuciados de urgencias. Marcharse
y volver, cortarse la coleta y volvérsela a poner. Julián López el Juli, no es
torero de ida y vuelta, me parece a mí. Los toreros retirados no vuelven al
ruedo por romanticismo, por añoranza o melancolía. Vuelven porque están
caninos, necesitados de dinero. Y todo parece indicar que Julián tiene en orden
la cuenta corriente. Eso dicen quienes le conocen, a él y a su padre. Su padre
es una persona simpática y espontánea. Una vez en el hotel de Zaragoza donde coincidimos para las
fiestas del Pilar, me lo encontré por los pasillos voceando el periódico el Mundo.
Y gritando, cómo habrá estado mi hijo que
hasta Javier Villán lo ha puesto bien. Efectivamente, la tarde anterior el
Juli había toreado en Carabanchel, compartiendo
cartel con un estilista como Curro Vázquez y yo había escrito, más o menos, tan bien estuvo el Juli que a veces parecía Curro Vázquez. Aquello
entusiasmó al padre. Y gustó al hijo. Me lo encontré al tomar el ascensor, me
cedió respetuosamente el paso y dijo, gracias maestro por lo que ha escrito de mí.
A mí me costó entrar en el toreo
del Juli. O él tardó más de la cuenta en asimilar los cánones clásicos parar, mandar, templar y cargar la suerte. Con
la capa venía radicalmente mexicanizado, revoleras, toreo aéreo, zapopinas, tapatías, gaoneras, pero sin profundizar en la verónica, que es un
lance matriz, como la soleá, por ejemplo, es matriz del cante. En aquellos momentos
el público le exigía que pusiese banderillas y él se hacía de rogar un poco, no
mucho, pues sabía que era necesario
mantener la llama encendida con el capote y tener cautivo al personal sin darle
tiempo a pensar. Yo le hallaba defectos por todas partes; al cuartear con los
palos, al entrar a matar encunándose, en vez de echar la muleta al hocico del animal, clavar
en lo alto y salir limpiamente por el costado.
Es axioma comúnmente aceptado que la mano derecha empuña la espada, pero
es la izquierda la que mata. José Bergamín había escrito tiempo atrás lo
siguiente; a quien no hace la cruz se le
lleva el diablo. Y a Julián el diablo se lo llevaba muchas veces por no
hacer la cruz, por no bajar la muleta; lo cual no impidió que se convirtiera en un torero de multitudes, un torero
con carisma y con fundamentos clásicos, firme y rotundo. E imprescindible en casi
todas las ferias. Esos son sus poderes. Se va muy joven, pero es que el Juli
empezó muy joven. Empezó siendo un niño. Y dicen que hasta tuvo que falsificar
los papeles para que le permitieran vestirse de luces.
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