domingo, 1 de octubre de 2023

El JULI

SE RETIRA TRAS 25 AÑOS DE ALTERNATIVA

Julián López era un niño madrileño que venía de México y llevaba la marca del triunfo y de la gloria en los vuelos de su capote. Un niño prodigio entonces;  “un torero de época”,  dicen hoy los juligans más fervorosos. Un torero de época,  no porque toree como Joselito, Belmonte Gaona, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín y Curro Vázquez juntos, sino porque, tras 25 años de alternativa, ha roto todos los registros; en corridas, orejas, puertas grandes y dinero. Se va y no creo que vuelva, que reaparezca como tantos otros han hecho acuciados de urgencias. Marcharse y volver, cortarse la coleta y volvérsela a poner. Julián López el Juli, no es torero de ida y vuelta, me parece a mí. Los toreros retirados no vuelven al ruedo por romanticismo, por añoranza o melancolía. Vuelven porque están caninos, necesitados de dinero. Y todo parece indicar que Julián tiene en orden la cuenta corriente. Eso dicen quienes le conocen, a él y a su padre. Su padre es una persona simpática y espontánea. Una vez en el  hotel de Zaragoza donde coincidimos para las fiestas del Pilar, me lo encontré por los pasillos voceando el periódico el Mundo. Y gritando, cómo habrá estado mi hijo que hasta Javier Villán lo ha puesto bien. Efectivamente, la tarde anterior el Juli había toreado en Carabanchel,  compartiendo cartel con un estilista como Curro Vázquez y yo había escrito,  más o menos, tan bien estuvo el Juli que a veces parecía Curro Vázquez. Aquello entusiasmó al padre. Y gustó al hijo. Me lo encontré al tomar el ascensor, me cedió respetuosamente el paso y dijo,  gracias maestro  por lo que ha escrito de mí.

A mí me costó entrar en el toreo del Juli. O él tardó más de la cuenta en asimilar los cánones clásicos parar, mandar, templar y cargar la suerte. Con la capa venía radicalmente mexicanizado, revoleras, toreo aéreo, zapopinas,  tapatías,  gaoneras,  pero sin profundizar en la verónica, que es un lance matriz, como la soleá, por ejemplo, es matriz del cante. En aquellos momentos el público le exigía que pusiese banderillas y él se hacía de rogar un poco, no mucho, pues sabía que era  necesario mantener la llama encendida con el capote y tener cautivo al personal sin darle tiempo a pensar. Yo le hallaba defectos por todas partes; al cuartear con los palos, al entrar a matar encunándose, en vez de  echar la muleta al hocico del animal, clavar en lo alto y salir limpiamente por el costado.  Es axioma comúnmente aceptado que la mano derecha empuña la espada, pero es la izquierda la que mata. José Bergamín había escrito tiempo atrás lo siguiente; a quien no hace la cruz se le lleva el diablo. Y a Julián el diablo se lo llevaba muchas veces por no hacer la cruz, por no bajar la muleta; lo cual no impidió que se convirtiera en un torero de multitudes, un torero con carisma y con fundamentos clásicos, firme y rotundo. E imprescindible en casi todas las ferias. Esos son sus poderes.  Se va muy joven, pero es que el Juli empezó muy joven. Empezó siendo un niño. Y dicen que hasta tuvo que falsificar los papeles para que le permitieran vestirse de luces.


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