CARLOS LEON y su arte secreto. POMBO, pintor de Cristos
A Carlos León lo conozco hace
tiempos. Compartimos espacios y calles
en una colonia residencial y veraniega de Colmenar Viejo. Es médico de la
pública y siempre se ha negado a ejercer la medicina privada, donde le pagarían
el oro y el moro. Monta en moto y tiene una vespa vieja, creo. A veces se cae
de la moto y se hace una avería en las rodillas. Cuando tiene tiempo y está
bien de salud Carlos León colabora con Médicos sin fronteras. Conocí antes, tan
hace siglos que apenas lo recuerdor a Pilar L´pez Mateos, su mujer, que
trabajaba en el despacho del abogado insurgente Gregorio Peces Barba y ahora es muy amiga de mi cuñada Yolanda Merino, manos
prodigiosas para el arte y la artesanía.
Trabajaba yo entonces en Madrid, en una
tienda de muebles metálicos para
oficina, Muebles Casas, y Peces BARBA,
padre, nos pidió presupuesto para modernizar su despacho. Pero volvamos a
Carlos León, verdadero objetivo de este comentario a vuela pluma. Hasta hace
unas semanas yo desconocía que Carlos León pintara, dibujara, hiciera fotos maravillosas de
arte y ensayo, y escribiera. Y descubrí al artista que lleva dentro, un artista
al que le diera vergüenza mostrar su arte. Ha empezado a redactar sus Memorias
con el objetivo de que sus hijos y sus nietos conozcan sus otras dimensiones, además
de la doméstica y cotidiana de andar por casa. Me parece un noble objetivo y le
ánimo a que no lo retrase ni decaiga. En definitiva, como sentenciaba Gabriel
García Márquez, uno escribe para que los
demás lo quieran. Y a Carlos Leon, lo
van a querer mucho.
PABLO POMBO,
ATORMENTADO PINTOR DE CRISTOS
Ha vuelto Pablo Pombo, in memoriam, pintor de Cristos,
que siempre buscaba el rostro del revolucionario judío, como don Antonio
Machado buscaba a dios entre la niebla; pintor maldito a la manera de los
poetas malditos, Verlain, Rimbaud, Baudelaire.
Se me ha hecho presente Pablo Pombo desde la eternidad para la que
vivía y pintaba. Me ha llegado a través
de un formidable libro, magnífico libro
sobre su vida y su obra que me han enviado su hijo y su viuda Olvido,
sacerdotisa, vestal suprema de la
religión pombiana. Es un libro de amor y…. de terror, porque las visiones de
Pablo, sus pesadillas, sus tinieblas y sus fulgores, acababan siempre, o empezaban, en un cuadro, en un mural o en
un carboncillo. A los pintores, a casi todos los que he conocido, les gustaba
que los textos para sus exposiciones y catálogos los escribiera
un poeta. He vivido temporadas en
estudios de pintores, he visto surgir una exposición desde el primer al último
cuadro. Y allí, siempre había un plato caliente o un bocata, un sofá para
dormir y una manta para taparse. Yo
llegué a la crítica de toros, por una
decisión incomprensible de PedroJ Ramírez, a partir de la crítica de arte.
A Pablo Pombo le apasionaban los toros, le
apasionaba sobre todo Manzanares, padre.
Su Cristo crucificado entre tinieblas y
livideces, que conservo en mi casa en lugar preferente, se llamaba primero el
“Cristo de los toreros”. Y acabó llamándose “el Cristo de Manzanares”. Ver una
corrida al lado de Pablo, aunque fuera
televisada, es privilegio que muy pocos han tenido. Entre esos pocos, yo.
Bueno, ver una corrida con Pablo…..era no verla. Era verlo a él, trazando un
natural perfecto, una verónica al aire, un desplante.
Del libro me ha gustado todo.
Pero me ha emocionado especialmente, una foto con el siguiente pie, “Javier
Villán, el poeta con el que Pablo siempre
conservó una profunda amistad”. Nunca
hice crítica de la pintura de Pablo. Su visión me bloqueaba para el ejercicio
crítico; le escribía poemas como el que se reproduce en la página 166 del libro
y trascribo aquí.
Un lugar en tu reino de sombras,
Un lugar para mí.
En el costado,
en la herida de tus cristos dolientes,
un lugar para mí.
Para mis versos
La luz primera y única del blanco,
Tus blancos tenebrosos;
Y el esplendor purísimo del negro.
Luz, luz, luz de las sombras.
Para mis versos,
El fulgor de tu negro
Y un lugar escondido
En tus pinturas negras.
Y el hombre…
Hecho pedazos por la agustia..
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