viernes, 13 de octubre de 2023

 

LA JUEZA IMPECABLE de Colmenar Viejo, DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME

No me olvido de lo importante, de lo que más nos concierne a los humanos de bien, el genocidio palestino por parte de Israel  y EE UU de América. Ni de la trifulca sobre el Descubrimiento y la Conquista, que con motivo del dia de la Hispanidad se monta todos los años, mañana en mi blog inminente post. Pero como también andamos metidos en asuntos de jueces  y tribunales…pues ahí va una de juezas.

 Con la venia, señoría; y con todo respeto que el desempeño de las funciones de su cargo merece.  Como  ciudadano de orden acato respetuosamente su sentencia, no me atrevo a decir fallo para no dar lugar a posibles malos entendidos. No me atrevo a recomendarle la lectura de una gran novela del Premio Nobel, Albert Camus, La caída, pues supongo a su señoría, con la venia, suficientemente culta y cultivada. El protagonista, como recordará, señoría, con la venia, es un  juez  penitente, así llamado y descrito por el autor. Y aquí concluyo mis reflexiones sobre el hecho para no  caer en el   abismo de la imprudencia o la temeridad.

Tengas pleitos…y los ganes dicen los gitanos, raza noble, creativa y con frecuencia perseguida, refiriéndose a que todo pleito es malo. Así que, si encima lo pierdes, como, ha sido mi caso, contra un vecino inhóspito y enfadado con el mundo, no quiero decir lo que puede ocurrir. Con la venía, pues, señoría, permítame discrepar de su resolución tras acatarla humildemente.  Soy un ciudadano de bien, del cual el citado vecino, como él mismo ha manifestado en ocasiones, sólo ha recibido pruebas de tolerancia y buena vecindad, excepto con la sombra de unos cedros centenarios, especie protegida sobre cuya voluntad no tengo jurisdicción.  Estos cedros dan    nombre a mi dacha,  de clase media trabajadora, pues no otra cosa me parece la profesión de periodista. Esta dacha, antes lugar de asueto vacacional y fin de semana reparador de los agobios de la ruidosa urbe,  es hoy nuestra residencia fija. Cedros y pinos, como buenos y firmes soldados, cumplen estrictamente la legalidad vigente de poda reglamentaria y periódica, como in person ha comprobado la testigo aportada por los demandantes, que, dicho sea de paso, cometió perjurio al negar tal evidencia por ella misma contemplada.  No hay peligro en la pacífica, ecológica y vegetal existencia de mis árboles, salvo el riesgo de que a moradores, o a invitados urbanitas a una barbacoa, nos caiga una piña en la cabeza y nos descalabre. Su tala, que el vecino exigía antes a menudo, ahora ya no, supondría una transgresión de la ley con la consiguiente multa que ello podría acarrearme, al ser estos elementos arbóreos, especie protegida individual y colectivamente. De mis cedros no se desprende peligro alguno para los moradores de la finca colindante. Tal como el propio vecino afirmó en el juicio, sólo hojas, púas, suciedad. Suciedad   que, con frecuencia, el vecino se encarga de arrojar a paladas, por encima del seto, a mi jardín que cuido y mimo como las niñas de mis ojos. Si me ha seguido hasta el final, gracias señoría. Sé lo precioso y escaso que es su tiempo. Tan escaso que no puede leerse el material que el abogado de la parte demandada, un servidor, ha puesto a su disposición, ¡Con la venia!!!

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