ANIVERSARIO. MATANZA de ATOCHA
NI OLVIDO NI PERDÓN
El 24 de enero
de 1977 unos pistoleros de extrema derecha, irrumpieron en el tercer piso del número 55 de la calle Atocha y
mataron a cuatro abogados laboralistas del Partido Comunista y a un
administrativo. Los asesinados fueron Luis Javier Benavides, Enrique
Valdevira, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal.
Sobrevivieron gravemente heridos, Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz, Luis Ramos y
Lola González Ruiz. Por la masacre
fueron condenados García Juliá, ¨pulso
firme y mirada de hielo¨, según los sobrevivientes, Fernández
Cerrá y Francisco Albadalejo,
considerado autor intelectual del hecho que implicaba también, creo recordar, a
García Carréslider del sindicato vertical. En la sombra, quizá, aunque se desligaran del suceso, el líder de
Fuerza Nueva Blas Piñar y Sanchez Covisa, jefe de los Guerrilleros de Cristo Rey, que meses
atrás habían intentado tirarme por la ventana, desde un séptimo piso de Prensa
del Movimiento y un falangista de bien, Cristóbal Páez, interponiéndose con
riesgo de su vida, lo impidió llamando a
la policía.
Yo esperaba a
Manuela Carmena, para no recuerdo qué asunto
y Carmena se retrasó o se equivocó de despacho, no puedo recordarlo. En
realidad, los recuerdos de esos momentos siempre se me presentan confusos y
convulsos. Sí recuerdo con nitidez, al dia siguiente, los féretros en el
Palacio de Justicia, la capilla ardiente a la que asistí en compañía de Manolo
López, abogado laboralista, miembro del Comité Central del PCE, y Lola Pintado
su mujer; y recuerdo la firme actitud de condena del decano de
abogados de Madrid, don Antonio Pedrol
Rius, que me pasó una nota para Manolo López. Los ví juntos luego, pero ignoro
que contenía la nota ni de qué hablaron.
Una multitud de cien mil personas, quizá más, disciplinada,
silenciosa y dirigida por militantes del
PCE, acompañó a los féretros, uno de los cuales salió hacia no sé qué
provincia, hasta el cementerio. El actor Juan Diego lloraba a mi lado. Juan
Diego y yo nos quedamos en Cibeles y poco después nos refugiamos en el Café
Gijón. Policías de la secreta, evidentes, y un poco acojonados, no se
atrevieron a decirnos nada. Esas cien mil personas en la calle, aunque
silenciosas, eran muy elocuentes. De una
manera o de otra los autores de la matanza, fugados, lograron escapar de la justicia o castigados
con veniales condenas. García Juliá,
prófugo y vinculado en Brasil a turbios negocios de narcotráfico, volvió a
España. Ignoro qué ha sido de él. Ni
olvido ni perdón. Era la recién nacida democracia lo que los asesinos querían
llevarse por delante y no sólo a los abogados comunistas de Atocha.
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