Reivindicación del pateo
en el teatro
Peris Mencheta, un grande de la
escena y del cine español, y el servidor de ustedes un poco menos grande que esto firma, creamos in
illo tempore, antañón que diría Paco Umbral, la ORDEN DEL PATEO o algo así.
Reivindicábamos con ella lo que pudiéramos llamar la “claque negativa”, la genuina,
que por un bocata, un vaso de vino y entrada gratis la noche del estreno pagados por la competencia, se encargaba de
reventar un estreno. Nada nuevo, pero en
desuso. Queríamos, en suma, que todo el público fuese claque, curioso fenómeno
teatral y social gracias al cual yo pude ver teatro en mi juventud impecune. Reivindicábamos
la posibilidad del pateo en los estrenos para neutralizar el aplauso convencional
y cortesano de los estrenistas: amigos, novias, padres y hermanos del autor
estrenado. No recuerdo si llegamos a ponerlo
en práctica, aunque convinimos aplazarlo
hasta después de uno de los estrenos de Mencheta o de algún amigo. Nuestra
común amiga María Diaz, siempre entusiasta y siempre amiga de sus amigos, pero
más amante del buen teatro, me trae noticias de Peris Mencheta activo y siempre
triunfante. Algunos contratiempos pasajeros perfectamente superables por la indomable
vocación de crear y de vivir de este teatrero. Lo humanamente posible y aun lo
divinamente imposible está en nuestras manos. Por causas ajenas a mi voluntad,
malvadas dificultades locomotrices, pasajeras espero, veo poco teatro últimamente. Y escrito está
que una vida sin teatro es menos vida. Así que ignoro cómo va aquella cosa del
pateo. Del lado obscuro de la crítica me pasé al lado luminoso y siempre
amenazado de la autoría. No hace mucho estrené en la sala Guindalera, de Teresa
Valentín y Juan Pastor, Diálogo
imaginario entre María Casares y Albert Camus. Noche de infierno, pese a
que la dirección y escenografía de David de Loaysa y la interpretación de
Sabela Hermida y German Torres fueron cumbres. Y pese a las ovaciones y el
clamor, y taquilla agotada los tres días iniciales, fines de semana y gira
posteriores. El morbo, supongo, de ver al severo crítico, ¡!!criticado!!. Sólo
patearon cuatro o cinco, quizá una docena de espectadores, pero todos
convinimos en aceptar que la causa era
porque esos señores o señoras tenían frio
en los pies y necesitaban calentárselos, aunque fuera junio. Voy a
repetir aventura, y estoy en ello, con otro texto, Diálogo entre Fridha Khalo y Leon Trotsky. Admirado amigo Sergio
Peris Mencheta, vuelve pronto. Tenemos que revisar aquello del pateo.
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