Eduardo Chillida. Poética del hierro y el hormigón
En estos días, creo que el pasado
dia 13, Eduardo Chillida escultor al que
se considera máximo representante de la llamada Escuela Vasca, habría cumplido
cien años. El mundo del arte y de la política ha recordado a Chillida que tiene
en Hernani una gran instalación al aire
libre, Chillida leku, un museo que ocupa un considerable espacio: su
obra, fundida con el paisaje y la tierra, como si siempre hubiera estado allí,
como si allí mismo hubiera brotado de la tierra por generación espontánea. Yo
soy más de Jorge Oteiza que de Eduardo Chillida, pero eso es un problema
personal que habré de resolver un dia, más
intelectual que pasionalmente, si me
queda tiempo en esta vida, cosa de la cual no estoy muy seguro. Oteiza era, por
encima de todo, un poeta, un pensador, que había publicado un libro que a mí me
parece definitivo, Existe Dios al
noroeste. Tuve un ejemplar con dedicatoria manuscrita que doné a no
recuerdo qué organización cultural.
Madrid cuenta con la presencia de Chillida en
el Museo al aire libre de la Castellana, bajo el paso elevado que une las calles Juan
Bravo y Eduardo Dato. Se trata de La Sirena Varada, una mole de hormigón de
6200 kilos que cuelga del techo del paso elevado. En este museo figuran,
además, obras de Julio González, Manuel Millares, Pablo Serrano, Martín
Chirino, Francisco Gabino, José María Subirats, Rafael Leoz, Eusebio Sempere,
Andreu Alfaro….. la flor y nata de la escultura abstracta de vanguardia,
española y me atrevería a decir que universal. Sobre todas, sobrevuela la
Sirena de Chillida cuya instalación suscitó polémicas y prohibiciones en el
Madrid de Arias Navarro, un alcalde más conocido por la cruenta represión que
durante la Incivil Guerra del 36 desató en Málaga, que por sus méritos de alcalde.
Arias Navarro fue aquel que siendo ya presidente de Gobierno, anunció llorando y
roto de dolor, la muerte del Caudillo, “Españoles,
Franco ha muerto”.
En lo referido a la polémica
sirena, el equipo técnico del Ayuntamiento de Madrid consideraba, frente a
informes solventes de acreditados especialistas,
la arriesgada posibilidad de derrumbre, con el peligro evidente para las personas,
contemplativas o viandantes. En realidad, se trataba de una prohibición encubierta
dada la personalidad humanista y política de Eduardo Chillida. Después de
muchos años, ahí está, varada y voladora, la Sirena, sin haber originado
ninguna catástrofe como auguraba Arias Navarro, Carnicerito de Málaga, como le apodó el inolvidable Francisco
Cerecedo, muerto de infarto en un viaje a Hispanoamérica, en el que acompañaba Felipe González; un Felipe emergente y lejos, nos parecía entonces, del traidor esencial, del señor equis del
comisario Amedo, del Gal y la cal viva. Inocentes que éramos entonces.
Eduardo Chillida podía haber
llegado lejos como futbolista; fue un sólido defensa central de la Real
Sociedad de San Sebastian pero acabó dejando el futbol para ser un escultor de
referencia universal. Le comenté un dia, para un reportaje que me había
encargado no recuerdo qué revista, que Albert Camus, premio Nobel de Literatura y
autor, entre otras obras mayores, de La
peste y El hombre rebelde, había
sido portero de fútbol en su Argelia natal
y Chillida se sintió halagado por la coincidencia. Fútbol, poesía y arte.
Por algo Rafael Alberti escribió para un portero célebre del Barcelona, Oda a Platko, oso rubío de Hungría. En
el seminario de Palencia a mí me gustaba jugar al futbol y era tan voluntarioso
como torpe e ineficaz. En un partido, la pelota me golpeó en la cabeza, sin
que yo hiciera nada por ello, y como
estaba muy cerca de la portería, entró a
gol. Desde entonces empezaron a llamarme el
hermano cabeza. Pero juro que no tuve la culpa.
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