La taberna, proletariado y costumbrismo.
Del Alabardero a Garibaldi
Ser tabernero es una ocupación
noble, pero nada fácil. Lo sé porque mi padre era tabernero, yo fui tabernero,
con taberna propia, un chiringuito playero en Canet de Mar; y de
taberna fueron algunos lances poco
edificantes de mi asendereada vida. Ser
tabernero en una tasca llamada Garibaldi, en pleno barrio del Lavapies castizo madrileño
y con perspectivas revolucionarias es
doblemente complicado: a la revolución por la gastronomía. Primero hay explicar
que Garibaldi fue un político y militar italiano que se alió con el rey Amadeo
de Saboya para lograr la Unificación de Italia, entonces dividida en tribus. Lo
vual no viene al caso.
Dicho esto, estoy dispuesto a aceptar, con
Pablo Iglesias, que la taberna es el último reducto del proletariado y la
democracia. Pero conviene reflexionar sobre esta posible verdad. Primero está
la economía; “economía Horacio, economía”, sentenciaba Hamlet. En este sentido
una tasca “solo para rojos”, tal como se
anuncia, será sin duda muy
revolucionaria, pero temo que poco rentable. No son los rojos, sino los
burgueses los más dotados económicamente. Y sin manduca ni libaciones
abundantes no hay negocio, mírese por donde se mire. Además cómo saber si
quien se sienta a la mesa ¿es rojo,
facha o mediopensionista?. ¿Habrá un cancerbero que nos pida el carné?.
Una amiga, amante del buen comer y el buen
beber y sus posteriores consecuencias gozosas, me cuenta que ha estado en
Garibaldi y sin hacer caso de retóricas revolucionarias ni cartas doctrinarias,
ha comido hasta hartarse. Tira un poco a rojilla, pero no es de izquierdas, es
del PSOE. Los camareros, ante una comanda tan insólita allí, alubias blancas
con chorizo, lechazo asado y ensalada de escarola, han tardado un
poco más de lo normal en servirle, lo único que habrá que arreglar. Ese es el
camino y la salida para su taberna de Lavapiés; casticismo y buenas guisanderas,
señor don Pablo Iglesias, que la guisandera, antañón, en las fiestas patronales
de los pueblos de Castilla, era mujer muy solicitada y de prestigio. Si así se hiciere, cuente usted conmigo y con mis amigos; pero a estos no se le ocurra pedirles el carné
de rojos o se producirá la desbandada. Como creo que ya he dicho, se han hecho
del psoe.
Además, en una taberna, está la
praxis cotidiana del funcionamiento. Lo que se llama el engranaje bien
engrasado. A una taberna hay que dotarle de actividad no sólo gastronómica;
hablo por supuesto en base a la
experiencia de la taberna de mi padre. Un suponer; los días de frio, nieve o
lluvia, los campesinos se refugiaban en ella para calentarse y jugar al mus, al
tute o al julepe, por el módico y miserable gasto de un porrón de vino con
gaseosa. El porrón puede ser muy proletario, pero es poco rentable. Y, para estos tiempos de oropel y modernidad, me
atrevería a afirmar que poco estético, Una taberna, por lo tanto, es cosa
también de naipe. Los clientes se juegan
al julepe, o al tute, el dinero que ahorran
en bebida, o en comida, putas sardinas arenques o trozos de chicharro en
vinagre, que a mí me gustaba con locura y era muy de jornaleros. Hoy día, sigo
prefiriendo el chicharro al besugo de navidades.
La taberna del señor Francisco y la señora Rosario, mis padres, era
el ágora de la aldea y por ella pasaban todas las preocupaciones y alegrías de
la gente del campo. Teníamos que abrir muy pronto, a las seis o máximo las seis
y media, pues, antes de empezar las
faenas, los trabajadores pasaban por allí a tomarse un copa de orujo, o de
mistela, un vino dulce pegajoso, o un sol y sombra, mezcla de ambos, nombre que
también se daba a la mezcla de anís y coñac. El café era de puchero, pues no
teníamos máquina. Mi madre lo dejaba hecho
por la noche y yo sólo tenía que recalentarlo de madrugada.
En fin, que le deseo suerte a Pablo
Iglesias con su taberna, y puede contar
con mi presencia siempre que su condumio
me satisfaga y plazca. Con la edad he reforzado mi condición burguesa de
sibarita refinado. Literariamente la taberna en Madrid tiene buena imagen. Está
por ejemplo la Taberna del Alabardero y su “rincón de Bergamin”, ¡sosiégate corazón, no te alborotes! Allí el maestro dejaba caer
sus pláticas de insumisión y rebeldía ante un auditorio restringido,
impecune y mayoritariamente masculino.
Forzoso es recordar para los amantes del
teatro. La taberna fantástica, de
Alfonso Sastre, in memoriam. Ideología, sangre y cuchillos. La protagonizó Rafael
Álvarez el Brujo, un Brujo en estado de gracia maldita, potenciada por la dirección de Gerardo Malla; y por un Carlos Marcet, el tabernero, en los mejores momentos
de su condición de actor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario