jueves, 11 de abril de 2024

José Leal y Fernando Rivas en Orfila; el sábado, clausura y fin de fiesta

En la Galería Orfila, la más antigua de España, cincuenta años de cultura y agitación política y artística exponen dos artistas , en diálogo cada una de sus obras respectivas; el pintor Fernando Rivas y el escultor José Leal. Dense prisa en visitar la muestra o seperderán una de las exposiciones del año, pues ésta se clausura el próximo sábado. La clausura de una exposición es algo a lo cual los artistas nunca se acostumbran, o se acostumbran mal. Aunque los cuadros o las esculturas tengan, todos ellos,  el punto rojo de la venta. Miran a los compradores que se los llevan como si estos los despojaran de una propiedad de la que nunca quisieran desprenderse. Y sin embargo, compradores (inversores,  coleccionistas de capricho o, simplemente diletantes del arte por el arte) rehenes son de la compra y de de venta. A Fernando Rivas, suficientemente conocido en el mercado y los circuitos del arte , yo lo descubro ahora. Quizá lo recuerdo vagamente, muy vagamente y sin atreverme a  asegurarlo con rotundidad,  allá pen los 80/90 del pasado siglo,por el estudio de Angel Aragonés, cuya obra a mi me atraía por las preocupaciones políticas y sociales que expresaba.  Aragonés siempre estuvo vinculado a Orfila y su espíritu insurgente. Luz y color, los  cuadros Rivas exigen la complicidad de quien los contempla; una especie de expresionismo abstracto, de realismo mágico. Bosques, jardines; jardines y mundo vegetal. 

A José Leal lo conozco de antiguo, aunque haga siglos que no nos vemos. Leal es de Almería, con el indalo como bandera. El indalo, la silueta esquemática de un hombre, es el totem y el símbolo de Almería, la expresión rupestre de una identidad vieja. Trabajó con Luis Cañadas, muralista imbuido,    de un espíritu clásico y artesanal. Un artesano mágico, un artista de las teselas, excelente dibujante. Otro indaliano que tenía una fe absoluta en José Leal, era Paco Alcaraz, víctima  de una vida emocional y personal trágica, que pintaba flores para liberarse. Alcaraz era restaurador del Museo del Prado y de colecciones particulares. Cuando no pintaba flores, hacía retratos de Peseta, su gata, y de Romero su perra. Conocedor de la historia y la importancia del marco en la pintura, tallaba marcos primorosos y llegó a hacer, creo recordar, una exposición en Bellas  Artes. Ambos y , en cierta medida Capuleto, otro almeriense, quizá el más dotado de todos para la pintura, tenían absoluta fe en José Leal. Por entonces éste hacía espejos, cristal y cobre, hoy piezas de museo, que a mí siguen fascinándome.

Esta exposición de Leal, tras una larga e intensa trayectoria, confirma aquellos lejanos augurios premonitorios. de quienes le conocimos. Piezas de bronce y acero inoxidable, figuras de íntima y temblorosa humanidad. Y al fondo, lejanamente, Henry More. O eso creo yo. Leal da forma al vacio, modela sus líneas inaprensibles e invisibles, la materia no es  sus elemento necesario y moldeable, sino sus cómplice. Ajeno a modas y ajeno a todo que no sea la esencialidad de su arte, está convencido de que sólo permanece el arte surgido de la necesidad interior y personal. El reencuentro con Jesé Leal  me ha traido no sólo ráfagas de un pasado que creía perdido; me ha traido el vendaval de un futuro que tiene mucho de eternidad.

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