ToniCustodio. Adios a un artista y un hombre de bien.
Hay noticias que llegan tarde y que
uno preferiría no llegasen nunca. Hace
algunos meses murió Toni Custodio. Yo no me había enterado. Hacía tiempo que no
nos veíamos ni hablábamos por teléfono; y meses también que no hablaba con Cristina Cerezales Laforet, su viuda, la
cual sin duda me lo hubiera comunicado. Me
cuesta usar la palabra viuda referida a Toni y Cristina pues los amores
eternos no acaban, viven para la eternidad y nunca quedan viudos. Ahora, por
una llamada mía de rutina navideña, con bastante retraso, me entero. Cristina es o fue profesora de
dibujo, pintora y grabadora. Se pasó a la escritura, brillante y creadoramente,
y yo aproveché los versos de Rafael Albertí para reprochárselo: “el dolor
enterrado/ de enterrar el dolor/ de nacer un poeta/ por morirse un pintor”. Si
quitamos lo de poeta y lo cambiamos por escritora y narradora, la cita le Alberti
le cuadra bien a Cristina. Toni Custodio
fue un hombre de bien, y muerto sigue
siendo un hombre de bien. Un hombre, en el buen sentido de la palabra, machadianamente bueno, que trataba de pasar
por la vida inadvertido y en silencio. Cosa harto difícil en un artista que
conjugaba la vertiente profundamente
creativa del arte, con el humanismo
sencillo y puro de la artesanía. El más
bello y lujoso libro que se ha hecho sobre Alberti y Lorca, reproducción de algunos
de sus poemas, manuscritos, se debe
a Toni Custodio. El lujo del no eclipsa la belleza, y la belleza se manifiesta en él, cotidiana y
sencilla. Toni Custodio era, es, un
hombre de síntesis; y de fidelidades permanente y solidarias. Cincuenta años
casado con Cristina Cerezales, padre de varias hijas que han conquistado el
mundo, abuelo, levadura, iluminación. Una vez estuvimos a punto de hacer el
Camino de Santiago juntos, Toni, Cristina y yo, una experiencia que a mí me
fascinaba; enseñarle mi aldea, la casa donde nací, invitarle a las alubias
estofadas de mi hermana Elisa; escuchar
el canto de los canónigos y el órgano en la catedral, la Bella Desconocida, sus
mágicas vidrieras; pero al final decidió quedarse acompañando a Carmen Laforet que
vivía con ellos, ya había dicho adiós a la escritura y odiaba el folio en
blanco como una amenaza a su intimidad. Y nos fuimos solos Cristina y yo. Manuel
Cerezales, su suegro, me decía a menudo
que Toni era como el hijo que todos los padres habrían querido tener. Adiós,
amigo. No digo que descanses, porque las almas como tú nunca descansan; vuelan
por esferas celestiales a las que los demás no tenemos acceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario