sábado, 13 de abril de 2024

 

ToniCustodio. Adios a un artista y un hombre de bien.

Hay noticias que llegan tarde y que uno preferiría  no llegasen nunca. Hace algunos meses murió Toni Custodio. Yo no me había enterado. Hacía tiempo que no nos veíamos ni hablábamos por teléfono; y meses también que no hablaba  con Cristina Cerezales Laforet, su viuda, la cual sin duda me lo hubiera comunicado. Me  cuesta usar la palabra viuda referida a Toni y Cristina pues los amores eternos no acaban, viven para la eternidad y nunca quedan viudos. Ahora, por una llamada mía de rutina navideña, con bastante retraso,     me entero. Cristina es o fue profesora de dibujo, pintora y grabadora. Se pasó a la escritura, brillante y creadoramente, y yo aproveché los versos de Rafael Albertí para reprochárselo: “el dolor enterrado/ de enterrar el dolor/ de nacer un poeta/ por morirse un pintor”. Si quitamos lo de poeta y lo cambiamos por escritora y narradora, la cita le Alberti le cuadra bien a  Cristina. Toni Custodio fue  un hombre de bien, y muerto sigue siendo un hombre de bien. Un hombre, en el buen sentido de la palabra,  machadianamente bueno, que trataba de pasar por la vida inadvertido y en silencio. Cosa harto difícil en  un artista que  conjugaba la vertiente  profundamente creativa  del arte, con el humanismo sencillo y puro de la artesanía. El  más bello y lujoso libro que se ha hecho sobre Alberti y Lorca, reproducción de algunos de sus  poemas, manuscritos,  se debe  a Toni Custodio. El lujo del no eclipsa la belleza, y  la belleza se manifiesta en él, cotidiana y sencilla. Toni Custodio era, es,  un hombre de síntesis; y de fidelidades permanente y solidarias. Cincuenta años casado con Cristina Cerezales, padre de varias hijas que han conquistado el mundo, abuelo, levadura, iluminación. Una vez estuvimos a punto de hacer el Camino de Santiago juntos, Toni, Cristina y yo, una experiencia que a mí me fascinaba; enseñarle mi aldea, la casa donde nací, invitarle a las alubias estofadas  de mi hermana Elisa; escuchar el canto de los canónigos y el órgano en la catedral, la Bella Desconocida, sus mágicas vidrieras; pero al final decidió quedarse acompañando a Carmen Laforet que vivía con ellos, ya había dicho adiós a la escritura y odiaba el folio en blanco como una amenaza a su intimidad. Y nos fuimos solos Cristina y yo. Manuel Cerezales, su suegro,  me decía a menudo que Toni era como el hijo que todos los padres habrían querido tener. Adiós, amigo. No digo que descanses, porque las almas como tú nunca descansan; vuelan por esferas celestiales a las que los demás no tenemos acceso.

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