Una gesta que no fue gesta.
Las corridas de rejoneo son un trámite de descanso en las
tensiones isidriles de las Ventas. Cuando yo ejercía la crítica en El Mundo,
(25 años 140 crónicas por temporada) donde sigo haciendo lo de teatro, las
dejaba para que se luciera el segundo.
Segundo es en la jerga, el peón de confianza del maestro; en periodismo de
toros no hay que fiarse: segundo es el que sueña con cortarle la cabeza al
primero. Peter Pass un comunicador asiduo de tuiter me cita cerca de las Ventas,
las Ramblas, para conocernos. Me llama Maese Villan y ese toque clásico me
atrae, pero no puedo. Gracias de todas
formas. Hoy toca teatro y, de refilón, por el Plus, un poco de corrida. Puerta
Grande, y a lo grande, de Leonardo
Hernández, exhibición torera de Hermoso de Mendoza, cumbre en el quinto; y
exhibición matarife: pinchó hasta la exasperación. Bohórquez es un clásico y cuando los clásicos se ponen plúmbeos se
ponen de verdad.
Tengo información de primera mano, mis espías infiltrados en
la Zarzuela, de que, tras el elogio de
ayer al retrato de los Borbones que Nekane
expone en la sala Antoñete de las Ventas, la Casa Real ha enviado ojeadores
clandestinos. Desde el retrato que les hizo Antoñito López andan mosqueados. Nekane los ha pintado mejor,
palabra. Aunque con Antonio salían más almibarados, de puro cortesanos. Un
detalle, la Infanta Helena volvió a
las Ventas y recibió el brindis de Pablo
Hermoso de Mendoza.
Han descubierto en las Ventas del Espíritu Santo un azulejo
conmemorando la gesta de Palomo Linares,
el rabo que don José Antonio Pangua, presidente,
otorgó a Palomo en San Isidro de 1972. Desde 1942 no sucedía tal proeza en las Ventas. De esa
gesta escribieron Alfonso Navalón, Diaz
Cañabate y Vicente Zabala Portolés:
Cañabate ironizaba en ABC “el rabo, el rabo..El
presidente lo concede. ¿Por qué no?. Qué es un rabo?. Cuatro pelos mal
contados”.
Zabala Portolés, en El Alcázar, era más rotundo:
“Madrid será una plaza más gracias al señor Pangua. La que un dia fue primera plaza del mundo queda vejada por el capricho
de un caballero que no ha sabido respetar lo único que quedaba: unas gotas de
tradición y señorío”.
Alfonso Navalón en Pueblo no consideraba la concesión
un capricho, sino un soborno. Afirmaba que el comisario Pangua habría sido
recompensado con 500.000 pesetas. ¿Por quién?. No se sabe. Navalón era un recio
debelador del toreo de Palomo al que entonces apoderaban los Lozano. Los
Lozano, eso me parece que es seguro, llevaron a Pangua de Presidente de la
plaza de Lima. Al dar la vuelta al ruedo con el rabo entre las manos, Palomo se
encaró con Navalón y lo puso a parír. Quizá no sabía la que le esperaba en la
prensa de Madrid al dia siguiente; ni en la andanada del 8 donde los abonados
se presentaron luciendo crespón negro. Un velatorio.
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