jueves, 11 de junio de 2015

COCA COLA Y BUERO VALLEJO: EL MAYOR MOVIMIENTO TEATRAL DE ESPAÑA


Miles de escolares y aficionados.
Acabamos de fallar  los premios Buero Vallejo que patrocina la Fundación Coca Cola, presidida por José Núñez que es, además,  ganadero de bravo, un caballero en el proceloso mundo del toro: la Palmosilla. El fallo de este premio supone para mí   la línea divisoria entre la histeria terminal de un Madrid insufrible y el relajo de la sierra madrileña: dejo Madrid y cerca del Guadarrama en Colmenar Viejo me creo un Vicente Aleixandre que cuidaba en  Miraflores su eterna y mítica mala salud de hierro. A mí no me gusta la Coca Cola, tampoco  me gusta el güisqui, ni el brandi ni el coñac; solo bebo vino, grandes añadas selectivas  y a veces una copa de Mohet Chandón.
Pero me gusta la pasión y el dinero que Coca Cola invierte en el teatro, el profesional y el aficionado.  Una sociedad sin teatro es una sociedad muerta o suicidada. Por eso apoyaré siempre la generosidad de Coca Cola con las tablas. Los premios Buero Vallejo se han consolidado de tal manera que mueven ya cerca de 150.000 participantes entre espectadores y faranduleros de ocasión. No todos de los premiados llegarán a ser estrellas, aunque algunos profesionales han nacido de ellos. Lo incuestionable es que son semillero de espectadores, de gente que a partir de una función escolar quedan enganchados al teatro. Dentro de un mes los premiados vendrán a Madrid a mostrar sus obras en el María Guerro: Gran Gala.
El jurado de los Buero Vallejo  es plural y diverso lo que facilita el debate y las divergencias. Un jurado mudo y unánime no es jurado. Por propia definición, un jurado es un ejemplo y una ocasión de dialéctica florentina. Esa es la razón de ser de  los jurados: la bronca ilustrada o la bronca a secas. Difícil que no haya debate y controversia cuando entre quienes tienen que decidir se encuentran Luis María Anson, Paloma Pedrero, Helena Pimenta, Miguel del Arco, García May, Carlos Hipólito  y así hasta quince o dieciséis.
 En resumen, los premios bien; la comida en los grandes salones del teatro Real, superbién entre cuadros magníficos y tapices que a un campesino de Torre de los Molinos (Palencia) como yo, le siguen fascinando;  mas por encima de todo está el gran movimiento teatral que estos premios promueven en toda España y en sus varias manifestaciones culturales: la castellana, la gallega, la euskèrica, la catalana: 150.000 participantes, en varias modalidades, desde el que pone una bombilla, hasta la futura estrella de mayor o menor brillo. Y  los que miran y luego van a las salas comerciales: vivero de teatro, de espectadores de teatro.
Sobremesa con Helena Pimenta y Silvia Marsó.
 Una de las buenas cosas de estos eventos son los debates de sobremesa; el protocolo tuvo el detalle de colocarme entre Silvia Marsó y Helena Pimenta a la que venero desde aquella memorable puesta en escena con que se estrenó en Madrid: El sueño de una noche de verano. Hoy es directora de CNTC. También adoro a Silvia Marsó, excelente en el Zoo de cristal, pronto de nuevo en Madrid, y enredadora e implacable en el jurado. La amistad con Helena Pimenta se ha mantenido, pese a insidias, desacuerdos en algunos montajes y escaburcios inventados.
 Escaburcio es un palabro que se ha inventado Paloma Pedrero y que el académico Luis María Anson y ni yo sabemos qué significa. Aventuro una definición -contradiós, exabrupto, desbarajuste, sinsentido- que no satisface a nadie. A Luis María Anson, gran Caballero de Honor del Teatro, en especial del teatro alternativo, el protocolo tampoco lo ha colocado mal: a la izquierda, Celia Freijeiro y a la derecha Paloma Pedrero.

Aclarados los escaburcios con Helena Pimenta, hacemos corro con Silvia Marsó, poco dada a los chismes. Le pregunto a Pimenta sobre el escaburcio de la  placa conmemorativa del discurso fundacional de la Falange del teatro de la Comedia. A mí que me registren, viene a decir; nada tengo que ver con eso. Han terminado las obras, la placa la han quitado y a la Pimenta le pidieron que firmara un papel por el cual la placa quedaba destinada a  una especie de almacén de objetos inservibles. Me consta que la Pimenta se negó a firmar nada. Total, otros escaburcio.

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