miércoles, 28 de octubre de 2020

Dos retratos con historia

 

Isabel Fernández Almansa Caneja

Me preguntan, conocedores sin duda de la obra y vida de Caneja, cuál ha sido el destino de dos retratos de Isabel Fernández Almansa, su esposa (in Memoriam) y heredera; una cabeza a carboncillo, obra de Baltasar Lobo, el gran escultor zamorano, y otro de cuerpo entero, obra de Javier Clavo. Ambos eran propiedad de Ana Merino Herrero, periodista, a quien testamentariamente, se los legó Isabel. Muerta esta, Ana Merino Herrero decidió donarlos a la Fundación Caneja para que estuvieran cerca de la obra de su marido, a ser posible expuestos. Un sencillo papel, redactado a mano y firmado por Rafael del Valle, dejó constancia del hecho, “he recibido de Ana Merino Herrero etc.etc.”.  La política expositiva de una Fundación obedece generalmente a necesidades de espacio más que a criterios personales. Los propios fondos de Juan Manuel, su antología que reúne lo mejor de su obra, están sujetos, creo, a esa exigencia rotativa. En mi libro Caneja, una mirada del siglo XX (editorial Akal) dejo constancia de la distribución del resto de la obra canejiana en Madrid, Valencia, Palencia y León, me parece recordar

Me preguntan también cuánto Javier Villán debe a Palencia y cuánto Palencia le debe a él, “si es que Palencia le debe algo”, matiza el preguntador. A Palencia, gracias a mis padres que en Torre de los Molinos   me trajeron al mundo, le debo el privilegio de ser paisano del judío carrionés  Sem Tob, el de los proverbios,  y del también carrionés don Iñigo López de Mendoza, el de las serranillas.  Y paisano de los Berruguete, de Jorge Manrique el de las coplas, de Gómez Manrique, señor de Amusco, tío de Jorge.  Y del escultor Victorio Macho, revolucionario en su tiempo, autor del Cristo del Otero que señorea y bendice la gran planicie de Tierra de Campos. Le debo también a Palencia, un paseo con mi nombre al lado del rio Carrión, cerca de una calle dedicada a Juan Antonio Bardem que en la ciudad castellana rodó unos planos de Calle Mayor. El paseo me lo puso Heliodoro Gallego, cuando fue alcalde. Me siento suficientemente recompensado, estando en el callejero al lado del director de Muerte de un ciclista.  

Contribuí, eso es indiscutible, bajo orientación e iniciativa desinteresada de Isabel Fernández Almansa, a que los mejores cuadros de Juan Manuel Caneja, quedasen en la Fundación, que pilota un canejista fervoroso como el historiador Rafael del Valle, y pone en marcha en el día a día, la eficacia vigilante de Rubén del Valle.  La Fundación es hoy el eje cultural de la provincia. El “pulmón cultural”, como se me ocurrió denominarla, cuando iniciábamos los trámites de su constitución, lo cual   suscitó el cachondeo del ingeniero metido a novelista Juan Benet. Sin embargo, en Madrid 1950, este escribe una memorable página sobre Caneja.  Por fortuna, el galgo, como le llamaba Isabel a Benet, se desentendió pronto del asunto.  Juan acompañaba a Isabel a visitar a Juan Manuel al penal de Ocaña, aunque el verdadero amigo de Caneja era Paco Benet, su hermano, que vivía en París y organizó la fuga de Cuelgamuros de Lomana y Sanchez Albornoz.

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