ALfredo Montaña, la gozosa aventura de pintar
Alfredo Montaña es el color, pero
también podría decirse que es el trazo fuerte, austero y definitorio de la figura, el geometrismo
humanizado, el dibujo. La aventura. O podríamos decir que no es nada de eso o
que lo es todo. Por mucho que reverenciemos el abstracto, no hay gran pintor
que no sea también un gran dibujante. O que no haya abstracción en los pliegues
de una gabardina o en el ala de un sombrero. Hace tiempo recuerdo a Montaña entre la tribu de la repisa
del café Gijón, donde había una imitación de un móvil de Calder, que ignoro si
continúa, y donde pasábamos las horas bebiendo vino tinto y filosofando. A
Montaña le gustaban los toros como afición y como motivo pictórico, más como.éste. El
último cuadro suyo que conozco se titula La Alternativa y su destino es el museo de
Colmenar Viejo, concretamente la Sala Javier Villa´n, que alberga mis cuadros, entre ellos un estupendo retrato que me hizo Felix de la Vega, y
mi biblioteca taurina de dos mil volúmenes con algunos premios que gentes generosas se dignaron
concederme. Los personajes de los cuadros de Montaña son retratos de la soledad
y la tristeza. No son simples objetos retratados, sino parte de su dolor, a
veces de una precaria alegría. Sus bodegones, ese difícil milagro de dar vida a
objetos inanimados, tienen el temblor humano que han ido recogiendo de los seres
solitarios y perdidos que los usaron. Pinta también toreros y todas tendencias
cubistas, dicho esto con todas las cautelas del mundo, se subsumen en el
barroquismo del vestido de torear. Alfredo Montaña ha estado años fuera de España, pero
no necesita beber en otras fuentes, sino acaso buscar mercados menos estrechos que el mercado español. Sus fuentes, pasadas por el tamiz de la modernidad, son ideológicamente
Quevedo, Goya, Larra. Y estéticamente el 27 de Alberti y Federico García Lorca.
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