Concha Velasco. Éxtasis Teresiano y amor humanísimo
La historia de España debe estarle agradecida a Concha Velasco; ha conseguido rescatar de la
locura a doña Juana, una histérica de amor por Felipe el Hermoso; guapo,
político, felón. Y mujeriego, acaso el rasgo más noble de su carácter. Y agradecida también a Ernesto Caballero, por
supuesto. Y puestos a reconocer agradecimientos, a Gerardo Vera. Juana era más
que una mujer loca de pasión y esclava de los celos que le suscitaba un hombre sin
escrúpulos. Éste buscaba en ella más que
el placer y el amor, disponible por
otras vías, su dote de heredera de los reyes de Castilla. Hubo éxtasis de amor,
claro; éxtasis de cama luminosa y transfiguradora, pero pasaron pronto. O no
tan pronto, da lo mismo. Y en la recreación escénica de esos momentos gloriosos
de lujuria y amor, Concha Velasco, sensual y voluptuosa, está magistral. La
verdad es que Concha Velasco está magistral en todo.
Ernesto Caballero con el texto de Reina
Juana ha puesto las cosas en su sitio. O si se prefiere en un sitio
distinto del habitual en que estaban. Concha Velasco las ha puesto en el
escenario de la Abadía; sobre un camastro paupérrimo e inhóspito en el que todo
afán y toda incomodidad puede tener acomodo y recuerdo; desde las Cortes de
Castilla y la corte de Gante hasta la prisión en un convento de Tordesillas.
Allí, asomada al precipicio que da al Duero, Reina Juana revive los abismos y
las cumbres de su vida. Y la sagacidad política que no pudo usar plenamente.
Concha Velasco, menuda, encogida en la calle y gigantesca en
el escenario, ya no es la muchachita de Valladolid, hija de un militar con
graduación, que escapó a tiempo de la ciudad
levítica y claustrofóbica y se vino a Madrid a comerse el mundo. Y lo cierto es
que acabó comiéndoselo. Traía sólidos argumentos para tan dura empresa, que disiparon muy pronto cualquier duda o recelo: unas piernas perfectas, como
torneadas a mano en una alfarería de lujo,
y los ojos más luminosos del universo.
Luego, como factores
de otro peso, el don de la danza y el don de la canción. Piernas, voz, baile, canciones. Toda una
generación cantó las canciones de la Velasco que se ha ganado ya ese “la”
singularísimo que distingue a las elegidas. Todavía hoy, en San Fermín las peñas de la solanera le meten marcha a la corrida cantando Una
chica Ye Ye; un orfeón de casi ocho mil voces en la solanera, la sombra no
cuenta, que no desafina; aunque se haya bebido varias cosechas de rioja. El
torero de turno puede estar fuera cacho, pero el orfeón vitivinícola, siempre en su punto y en su sitio.
Cuesta llegar a esa cima que Concha Velasco ha alcanzado;
pero, cuando se llega a ella, nadie es
capaz de bajarla al valle y ponerla en penumbra. Con ese bagaje
natural más una insólita capacidad de trabajo y de sacrificio, de amor por el
teatro y un encaje absoluto, también, en
el cine de evasión, Concha Velasco
estuvo muy pronto en la raya de salida como
ganadora segura.
No es que desde
aquellos días aurorales, haya crecido como intérprete; es que ha ido uniendo,
amasando todas esas posibilidades naturales hasta configurar una imagen de actriz completa, necesaria y capaz: igual para la comedia, el
drama o la tragedia.
Reina Juana es su cumbre por el momento. Y digo por el
momento porque esta mujer septuagenaria tiene intención de seguir en la brecha,
de morir con las botas puestas. Ha tenido la fuerza suficiente, y el carisma de
sobrevivir a un cine de consumo, puramente alimentario, a anuncios de lavavajillas para amas de casa y mujeres en general, necesitadas de higiene y
purificación: compresas, pomadas para
hemorroides, laxantes para atascos intestinales. Apunte sociológico e
ideológico para un debate de publicistas.
Concha Velasco o el
amor, capaz de querer hasta la extenuación y capaz de afrontar su destrucción por un desamor. La destrucción o el amor, títuló Vicente
Aleixandre uno de sus mejores libros. La o
no tiene carácter disyuntivo, sino identitario. Juana ya no es Juana la
Loca, pero en esos vislumbres tórridos ¿cuánto hay de Paco Marsó en el
personaje de Felipe el Hermoso? Paco
Marsó era un chulo infiel, ludópata y drogadicto al que amaba con locura. Lo
traigo a colación no porque su figura me interese especialmente, sino porque
forma parte de la memoria y el recuerdo afectivo de Concha. Muerto yo creo que aún lo ama.
En esta escena orgásmica con Felipe, teatralmente puede que
haya algo de Paco Marsó. Una mezcla de
dolor y placer. Pero no parece que el dolor sea la base de la interpretación a lo largo de la carrera
de esta burbujeante muchachita de Valladolid. Concha Velasco tiene, por
supuesto, su técnica actoral qué duda cabe. Pero de estar agarrada a algo sería a la capacidad de transformación sin
padecimiento; el don de trasmitir, desde ángulos dispares, sentimientos contrapuestos, sin que estos sentimientos la atormenten como
actriz. Esta creo yo, es la primera
lección de Reina Juana, la lección
paradójica de una comedianta insigne.
Primero fue el cine. Al
poco de llegar a Madrid tuvo la suerte de encontrarse con uno de los mejores
directores de aquel momento, José Luis Sáenz de Heredia que se enamoró de ella,
le puso techo en su casa de la Avenida de
Burgos, un piso más arriba, donde la conocí, y la hizo estrella. O al menos contribuyó a
que escalara peldaños con una rapidez vertiginosa. Sáenz de Heredia no es que
fuera Luis Buñuel, pero era un buen artesano, esa virtud, la artesanía,
desdichadamente perdida en todas las esferas de la inspiración creadora. Buñuel
lo apreciaba mucho, quiso incluirle en
su productora, y le salvó del fusilamiento por lo rojos.
Fue un buen hombre
para Concha Velasco. Y tenía mucho mando en los aparatos del poder. Primo de José Antonio, era falangista de Franco más que falangista
del fundador de la Falange. No es lo mismo, aunque lo parezca. Por entonces era el cineasta de cámara del dictador del Pardo. Director de películas como
Raza, con guión de Jaime de Andrade,
o sea el propio Franco, y Franco ese
hombre, documental hagiográfico del Caudillo que le valió a éste elogiosísimas
críticas. En un libro recopilatorio de las más impúdicas alabanzas a Franco se lee,
referido a su talento de actor: también …
Luego Concha Velasco se unió a Juan Diego, líder de la
subversión comunista del momento. O sea que Concha pasó del falangismo al
rojerío, con más fervor por este que por
aquel, dicho sea en su honor. No creo que Juan Diego fuera tan bondadoso como Sáenz de Heredia ni tan canalla como
Marsó. Pero la unión no duró demasiado. Luego vino su triunfo como actriz de
teatro que me interesa mucho más que los éxitos de actriz de cine. Por
deformación profesional de crítico, considero que es en las tablas donde el
intérprete manifiesta su verdadera esencia. De su cine, salvo Pim pam
pum fuego, no creo que haya cosas de
especial relieve. Y el premio Valle Inclán que ella, con ese austero humor
castellano de Valladolid atribuyó a la piedad del jurado por su cáncer. Pero no
había tal. La habíamos premiado no por su cáncer, sino por su voz, sus canciones, su danza, su corazón tan
duramente castigado.
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